por George Sidney Hurd
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 22 Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? 23 Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.” (Mateo 7:21–23) “Nunca os conocí; apartaos de mí.” Estas son unas de las palabras más fuertes jamás declaradas por Jesús, y sería muy insensato no tomarlas en serio. Sin embargo, he visto que demasiado a menudo las personas contra quien el Señor dirigía esas palabras las ignoran como si no fuera aplicable a ellos, mientras que muchos creyentes sensibles y sinceros, siendo muy conscientes de sus propias imperfecciones, viven en constante temor, temiendo que cuando se presenten ante Jesús Él les diga: “Nunca os conocí; apartaos de mí.” Sin embargo, creo que una consideración cuidadosa del contexto, teniendo en cuenta a aquellos a quienes Jesús se dirigía, traerá una confianza y seguridad renovadas a muchos de los hijos de Dios. Contexto de Mateo 5 a 7 El Sermón del Monte 1) Gracia hacia los Humildes (Mateo 5:1-11) El pasaje que estamos considerando en Mateo 7:21-23 son las declaraciones finales de Cristo en Su Sermón del Monte. En Su sermón se dirigía a una gran multitud de personas, desde las rameras y los recaudadores de impuestos hasta los fariseos y escribas moralistas que confiaban en su propia justicia. De acuerdo con la misión declarada de nuestro Señor, Él comenzó Su sermón con las bienaventuranzas, extendiendo la mano a aquellos que sabían que eran pecadores y necesitados de un Salvador, no a aquellos que estaban bajo la falsa ilusión de tener una justicia propia sin necesidad del Médico (Lucas 6:31-32). Si tu eres un creyente que tienes un espíritu quebrantado y contrito, profundamente consciente de tu necesidad de Cristo, la parte del Sermón del Monte que está dirigida específicamente a ti son las bienaventuranzas al principio, no el resto del sermón, que tenía el objetivo principal de reprender y convencer a los indiferentes y moralistas que nada más profesan ser cristianos. En las bienaventuranzas Jesús dice que eres bienaventurado si estás entre los que son mansos, reconociendo tu propia pobreza espiritual, lamentándote por el pecado que aun persiste en tu vida y teniendo hambre y sed de justicia, en lugar de ser complaciente y satisfecho de ti mismo. Jesús te extiende palabras de consuelo y bendición, diciendo que tu deseo por la justicia será satisfecho con Su propia justicia, y que eres tú, no aquellos que se sienten suficientes en sí mismos, que heredará el reino de los cielos. Con los quebrantados Él es tierno, hablando palabras de consuelo y esperanza, extendiendo el perdón y ofreciendo gratuitamente el agua de la vida, tal como lo hizo con la mujer samaritana junto al pozo, la mujer sorprendida en adulterio, Zaqueo el recaudador de impuestos y el ladrón en la cruz. Como dice la Escritura acerca de Jesús: “La caña cascada no quebrará, y el pábilo que humea no apagará, hasta que saque a victoria el juicio.” (Mateo 12:20) Él sacó la justicia a la victoria al ir a la cruz por nosotros, en amor llevando en su propio cuerpo el justo castigo que nos corresponde por nuestros pecados, para que Dios pudiera justificar justamente a los impíos que simplemente ponen su confianza en él. (1Pedro 2:24-25; Rom 3:25-26; 4:5). Si estás cansado y cargado, Sus palabras para ti no son “apártate de mí”, sino “ven a mí, y yo te daré descanso para tu alma” (Mateo 11:28-30). Mientras Dios resiste a los soberbios, los indiferentes y los moralistas, Él da gracia a los humildes que tienen hambre y sed de justicia. (Stg 4:6). 2) La Ley aplicada a los Moralistas (Mateo 5:17-48). En la segunda parte del Sermón del Monte, Jesús dirige Sus palabras hacia aquellos que están bajo la falsa ilusión de que son justos bajo la Ley de Moisés. Las Escrituras dicen: “por las obras de la ley nadie será justificado delante de él, porque por la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20). La Ley no fue dada para que el hombre viviera, sino para que muriera (2Cor 3:6-7). En esta parte del sermón, Jesús eleva la barra de salto increíblemente alto para los moralistas que son tan resistentes a morir a sus esperanzas de alcanzar a la justicia propia por la Ley. A aquellos que afirmarían que nunca violaron el quinto mandamiento, “no matarás”, Jesús dijo que simplemente estar enojado con alguien sin una causa justa lo haría culpable de asesinato. (Mateo 5:21-22). A los que dicen que nunca han cometido adulterio, Jesús les dijo que con solo mirar a una mujer para codiciarla uno es culpable de adulterio. (27-28). Luego confronta algunas de las escapatorias rabínicas utilizadas por los judíos para justificar el incumplimiento de la Ley en cuestiones como el divorcio, el no cumplimiento de juramentos, la venganza y el odio al enemigo, mostrando que todas esas cláusulas de excepción son injustificables (31-48). Al leer este pasaje todos, sin excepción, debemos reconocer nuestra condición desesperada. Ninguno de nosotros ni siquiera se ha acercado a alcanzar la justicia que es por la Ley. ¿Cuál fue el motivo de Jesús en este discurso? Fue para hacerles ver su propia culpa y la necesidad de la remisión de los pecados que Él obtendría para nosotros en la cruz. (Mateo 26:28; Rom 3:23-26). Como Pablo explica acerca del propósito de la Ley: “Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios.” (Rom 3:19) Tenemos que llegar a darnos cuenta de nuestra propia depravación antes de estar dispuesto a mirar a Cristo para la salvación. La Ley fue dada para condenarnos, no para justificarnos. (2Cor 3:7-11). El joven rico, buscando justificarse, le preguntó a Jesús qué debía HACER para heredar la vida eterna, afirmando que había guardado la Ley desde su juventud (algo que nadie, excepto Cristo mismo, ha hecho jamás). En lugar de elogiarlo, Jesús le hizo una exigencia única que sabía que no estaría dispuesto a obedecer: “vende lo que tienes y dáselo a los pobres” (Mateo 19:16-22). En contraste, el recaudador de impuestos que simplemente clamó diciendo: “Dios, ten misericordia de mí, pecador”, volvió a su casa justificado (Lucas 18:13-14). Finalmente, Dios habrá tenido misericordia de todos, pero primero uno tiene que llegar a ver su propia desobediencia y su desesperado estado de depravación antes de buscar misericordia en Dios (Rom 11:32). Nadie experimentará la salvación sin primero darse cuenta de su necesidad de salvación y sin mirar a Cristo para que lo salve. La Ley sirvió como nuestro tutor para revelar nuestra verdadera condición y llevarnos a Cristo, y así es como Jesús la usa en el Sermón del Monte (Gal 3:24). 3) Reprimenda a los Hipócritas Religiosos (Mateo 6:1-7:6). Así como la segunda parte del Sermón del Monte no estaba dirigida a los pobres de espíritu que ya sabían que eran pecadores y necesitaban al Salvador, tampoco la tercera parte estaba dirigida a ellos, sino que expone principalmente a los hipócritas religiosos como los escribas y fariseos que hacían sus buenas obras para ser vistos por los hombres (6:1-18) y censuraban a otros por defectos menores mientras ellos mismos tenían el pecado mayor (7:1-6). 4) Advertencias contra Falsos Profetas (Mateo 7:15-27). Esto nos lleva al final del Sermón del Monte en el que Jesús pronunció las palabras que estamos considerando: “Nunca os conocí; apartaos de mí”. Es importante señalar que estas palabras no se dicen acerca de los mansos y pobres de espíritu que tienen hambre y sed de justicia, sino que son principalmente una advertencia contra los falsos profetas que profesan hablar en nombre de Dios, mientras que su vida y su mensaje demuestran lo contrario. Un falso profeta (ψευδοπροφήτης, pseudoprophētēs), no es simplemente alguien que hace predicciones falsas de eventos futuros, sino cualquiera que afirma falsamente estar hablando en nombre de Dios. El título está asociado con falsos maestros que secretamente introducen herejías destructivas, y hasta negando al Señor que los redimió (2Pedro 2:1). Jesús dijo que los conoceremos por sus frutos, no solo refiriéndose a su estilo de vida, sino también a sus enseñanzas que hacen que muchos se aparten de las Sagradas Escrituras que pueden hacernos sabios para la salvación. (2Tim 3:13-17). Es en este contexto en el que Jesús advirtió contra los falsos maestros que vendrían entre nosotros vestidos de ovejas, que Jesús pronunció las palabras fuertes que estamos considerando en este artículo. Él dijo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 22 Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? 23 Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.” (Mateo 7:21–23) Muchos creyentes sinceros y sensibles, conscientes de sus propios defectos, se aterrorizan ante estas palabras, pensando que les son aplicables. De hecho, la mayoría de las veces, son los pobres de espíritu los que tienen hambre y sed de justicia los que se preocupan por su relación con el Señor, no los impenitentes o los farisaicos. Sin embargo, es importante que entendamos que Jesús aquí no se dirige a creyentes nacidos de nuevo, sino a profesantes vacíos y falsos profetas que adoran al Señor con sus labios mientras sus corazones están lejos de Él. Dado que, como dijo Santiago, incluso siendo creyentes “todos tropezamos en muchas cosas” (Santiago 3:2), si no tenemos cuidado, podemos caer víctima al acusador que es experto en citar las Escrituras fuera de contexto para destruir nuestra confianza que tenemos en el Señor. Jesús nunca podría decir de un creyente nacido de nuevo que ha puesto su confianza en Él que nunca lo conoció. Al contrario, a nosotros, como creyentes nacidos de nuevo, Él nos diría: “no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con quien fuisteis sellados para el día de la redención” (Efesios 4:30). Jesús conoce a sus ovejas y dice que nunca perecerán (Juan 10:14; 10:27-29). Muchos malinterpretan sus palabras “el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” como si enseñaran que somos salvos por las obras. Pero ¿cuál es la voluntad del Padre según Jesús? En Juan 6:40 Jesús dijo: “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero." (John 6:40) Entonces, vemos que es la voluntad del Padre que todo aquel que simplemente mira a Su Hijo y cree en (εἰς, cree en o recibe) Él tenga vida eterna. Asimismo, Jesús dejó en claro que hacemos la voluntad del Padre al confiar en Él en Su respuesta a aquellos que le preguntaron qué tenían que hacer para realizar las obras de Dios. Él les dijo: "Esta es la obra de Dios: que creáis en aquel a quien él envió" (Juan 6:28-29). Es por la fe solamente, en Cristo solamente, que somos salvos. Las buenas obras son el fruto de la salvación, no lo que la procura (Ef 2:8-10). Tenga en cuenta que aquellos a quienes Jesús se dirigió diciendo: “Nunca os conocí; apartaos de mí”, no respondieron diciendo: “Señor, Señor, ¿no creímos en ti?” En lugar de apelar a su confianza en Cristo para su aceptación ante Dios, hicieron su reclamo basándose en sus propias obras: “¿No HEMOS profetizado en Tu nombre, en Tu nombre HEMOS ECHADO fuera demonios, y en Tu nombre HEMOS HECHO muchos milagros?” En lugar de decir: “Señor, Señor, ¿no moriste TÚ por nuestros pecados?”, hicieron su súplica basándose en lo que ellos mismos habían hecho, aunque en Su nombre. Aquí vemos que las manifestaciones sobrenaturales no son la prueba de fuego para un creyente genuino nacido de nuevo. Judas Iscariote estuvo entre los 12 Apóstoles a quienes se les dio poder para sanar a los enfermos y expulsar demonios a pesar de que Jesús lo llamó “el hijo de perdición” y “un diablo” (Jn 6:70-71; 17:12). Especialmente en estos últimos días debemos tener cuidado de no asumir que todo evangelista, profeta o maestro que hace señales y prodigios es de Dios. Jesús nos advirtió diciendo: “Porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y harán señales y prodigios, para engañar, si fuese posible, aun a los escogidos. Mas vosotros mirad; os lo he dicho todo antes.” (Marcos 13:22-23) De la misma manera, debemos evitar basar nuestra seguridad de salvación en si estamos teniendo o no encuentros sobrenaturales o sanando a los enfermos y expulsando demonios. Nuestra salvación se basa únicamente en lo que Cristo hizo por nosotros en la cruz cuando clamó “consumado es”, no en lo que el Señor puede o no estar haciendo a través de nosotros en un momento dado. En el momento en que creíste y recibiste a Cristo por primera vez fuiste regenerado, justificado y sellado por el Espíritu Santo hasta el día de tu redención. (Rom 5:1-2; Ef 1:13-14). Los procesos de Dios para lograr tu conformidad a la imagen de Cristo variarán a lo largo de tu vida. Los avivamientos son gloriosos, pero donde nuestra fe realmente se fortalece no es durante los tiempos de avivamiento, sino en el desierto donde nuestra fe es probada (Stg 1:2-4). Es maravilloso ser usado para sanar enfermos y expulsar demonios, pero ni siquiera los Apóstoles o el mismo Jesús estuvieron siempre experimentando manifestaciones sobrenaturales (Lucas 5:17; Jn 5:19; Fil 2:27). Lo importante ese día no será nuestra lista de logros en la vida, sino si hemos puesto o no nuestra confianza sólo en Él, si lo hemos conocido y Él nos ha conocido a nosotros. Como dijo Pablo: “Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe.” (Fil 3:4-9)
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