por George Sidney Hurd
-- Como algunos han aprendido por la amarga experiencia, un fundamento firme es un elemento esencial e indispensable para tener en cuenta cuando edificas cualquier estructura. Sea tu casa, tu familia, tu negocio, o lo más importante, tu fe – sin importar que tan sencilla o elaborada sea la estructura, la base tiene que ser sólida. Si la base es inestable, entonces todo lo que edificamos sobre ella es inestable e inseguro, y con el tiempo se desmoronará bajo nuestros pies. La pérdida de una casa podría ser devastadora, pero no sería nada en comparación a la ruina que inevitablemente resultará si nuestra fe no está fundada sobre un fundamento firme. La gran tragedia de nuestra generación, aún dentro de muchas iglesias, es la falta de un fundamento sólido sobre el cual uno pueda edificar una fe firme y viva que pueda soportar las tormentas de la vida y no ser movida por tormentas de prueba o cualquier nueva doctrina novedosa que se nos presente. ¿Cuál sería el único fundamento firme sobre el cual podamos edificar una fe inconmovible en el paso del tiempo y las tormentas de la vida? La Palabra de Dios. Todo lo demás en la creación de Dios es inestable y sujeto a variación, pero la Palabra de Dios es un fundamento firme que permanece para siempre: “Toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; 25 Mas la palabra del Señor permanece para siempre.” (1 Pedro 1:24-25) La Palabra de Dios no es solamente perdurable, sino Pedro también dice que es una base firme sobre la cual podemos edificar nuestras vidas y fe: “Tenemos también la palabra profética más segura (bebaios “segura, firme, estable), a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones.” (2 Pedro 1:19) La Palabra profética es la base sobre la cual debemos edificar nuestra fe. Y, ¿Qué es esta palabra Profética que habla Pedro? Las Escrituras. Él sigue explicando que las Escrituras no son simplemente las opiniones de los hombres que las escribieron (de interpretación privada). No fue el producto de la voluntad de hombres que decidieron escribir sus propios pensamientos y opiniones, sino que las Escrituras son el resultado de hombres de Dios escribiendo bajo la inspiración del Espíritu Santo. Siendo la Palabra de Dios – inspirada por Él, Pablo pudo hacer la declaración enfática: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, 17 a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” (2 Tim 3:16-17) Así que, podemos ver que la Iglesia Primitiva consideraba toda la Escritura inspirada por Dios – las mismas palabras de Dios comunicadas a la humanidad a través de Sus siervos entregados y rendidos a Él. Esta fe incuestionable en las Escrituras como la misma Palabra de Dios y la única autoridad absoluta para nuestra fe y conducta no se originó con los doce Apóstoles. Jesús les dio un ejemplo, refiriéndose a las Escrituras como la misma Palabra de Dios. Jesús, cuando fue tentado por Satanás, lo resistió citando Deuteronomio 8:3 diciéndole al diablo: “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4). En seguida Él venció cada tentación del diablo con la Escritura apropiada, diciendo en cada instancia: “Escrito está…” Si las Escrituras fueran simplemente palabras de hombres piadosos, o aún palabras de hombres que contienen verdades divinas, no hubieran tenido la autoridad suficiente para frenar en seco los avances del diablo. La manera en que Jesús usaba la Palabra – resistiendo al diablo con “escrito está” explica porque Pablo se refiere a la Palabra de Dios como “la espada del Espíritu” (Ef 6:17). Hebreos 4:12 dice que la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos. No sería posible decir esto si fueran meramente palabras de hombres santos mezcladas con pensamientos divinos, como muchos afirman hoy en día. Como niño peleaba con espadas con mis compañeros. Sin embargo, no usábamos espadas afiladas y mucho menos de doble filo. Las llamábamos espadas, pero sabíamos que no servirían contra un verdadero enemigo porque eran espadas de caucho. Si las Escrituras no fueran las mismas palabras de Dios – si fueran nada más que palabras de hombres, entonces serían completamente inútiles, de la misma manera que una espada de caucho sería ineficaz frente a un verdadero enemigo. Uno que no tiene una fe firme en las Escrituras como las mismas palabras de Dios no es ninguna amenaza contra el enemigo. Satanás se burla de los que carecen de certeza absoluta de que las Escrituras son las mismas palabras de Dios, de igual manera que un soldado se burlaría de uno si fuera a enfrentarlo con una espada de caucho. El enemigo sabe que no puede ganar contra uno que tenga su fe bien plantada sobre la Palabra de Dios, por tan frágil o insignificante que parezca. David demostró como aún un jovencito pastor de ovejas con una fe inconmovible en la Palabra de Dios y en el Dios de la Palabra es capaz de matar a los gigantes. El enemigo también sabe que la fe viene por oír la Palabra de Dios (Rom 10:17). Él sabe que la única manera en que puede derrotarnos y prevalecer contra la Iglesia de Jesucristo es socavar nuestra fe en las Escrituras como la pura Palabra de Dios. Un breve repaso de la historia de la Iglesia revela cómo la estrategia de Satanás desde el principio ha sido movernos del fundamento firme de las Escrituras como la única autoridad absoluta para la fe y la piedad. Desde los días de los doce Apóstoles originales, la levadura de los Fariseos procuró contaminar la pura Palabra de Dios, agregándole mandamientos de los hombres. La levadura de los Saduceos, en cambio, quitaron de las Escrituras, negando su naturaleza sobrenatural. Después el misticismo de los Gnósticos buscaba alejar la verdad de toda objetividad, dejándola sin un ancla firme para la fe en la Palabra cognoscible de Dios. Esto fue seguido por el establecimiento de la Iglesia Institucional Católica Romana, que reemplazó las verdades bíblicas con la tradición y quitó las Escrituras de la gente común, privándola de la verdad y mezclándola con supersticiones paganas. Con el invento de la imprenta, las Escrituras una vez más llegaron al pueblo en sus propias lenguas y la Reforma nació de una fe renovada en las Escrituras como la objetiva y autoritativa Palabra de Dios. Siguiendo el ejemplo de Jesús y la Iglesia Primitiva, los reformadores una vez más se pararon firmes sobre la convicción de que la frase “escrito está” de las Escrituras era la última palabra sobre todo lo relacionado con la fe y la práctica. Sola Scriptura (solo las Escrituras) una vez más llegó a ser el lema de la Iglesia que iba levantándose con la reforma. Con las Escrituras ahora en las manos de la gente, la Iglesia Papal, con sus tradiciones y supersticiones paganas que mantenían al pueblo en la oscuridad por más de un milenio, ya no podía privar a las masas de la verdad transformadora de la Palabra escrita de Dios. Ahora se estaban despertando con una fe renovada en el Dios de la Biblia y Satanás estaba perdiendo su poder para evitar que el pueblo de Dios conociera la verdad que los haría libres. Ahora, de la única manera que podría frenar el avance de la Reforma era socavar esta nueva confianza en las Escrituras como la Palabra de Dios. La Reforma, que comenzó en el siglo XVI, fue desviada por lo que ahora se conoce como “El Movimiento de la Iluminación,” en el siglo XVII y XVIII. El Movimiento de la Iluminación exaltó la razón por encima de la autoridad de la Iglesia y las Escrituras. En las Biblia vemos que cada vez que una cultura exalta la razón por encima de la revelación de Dios resultaba en que “cada uno hacía lo que bien le parecía.” (Dt 12:8; Jueces 17:6; 21:5; Pr 3:7; 12:15; Isa 5:21, etc.) La sociedad siempre terminaba así en esclavitud y ruina, haciendo necesario que Dios interviniera con juicios. El Movimiento de la Iluminación dio lugar al surgimiento del Materialismo Moderno del siglo XIX, que rechazó lo sobrenatural, aceptando solo la ciencia empírica que negaba la existencia de cualquier realidad que no puede ser demostrada por la investigación científica. Muchos dentro del cristianismo, sintiendo la necesidad de la aprobación de la comunidad científica, comenzaron a poner en tela de juicio la veracidad de las Escrituras. La historia de la creación en Génesis, o fue alterada para acomodar la teoría de la evolución o fue rechazada por completo y considerada nada más que un mito. Los milagros fueron espiritualizados y eventos históricos de la Biblia fueron sujetados a “la Crítica Mayor” de los teólogos Liberales, que sometía las Escrituras a la misma forma de crítica que la ciencia empírica (considerando a las Escrituras falsas hasta agotar todo intento para desacreditarlas). El diablo, los demonios; y para algunos hasta Dios mismo, llegaron a ser tomados por ellos como meros mitos o simbolismos. La religión del día era el ateísmo. El hombre, sin embargo, habiendo sido creado a la semejanza e imagen de Dios, no puede encontrar sentido suficiente para seguir viviendo en el vacío producido por el concepto de un mundo impersonal y materialista. El Materialismo Moderno solo produjo la desesperanza y la soledad. Al mismo tiempo, los científicos comenzaron a darse cuenta de que existen muchas realidades misteriosas que la ciencia no puede comprobar – excepto quizás en teoría. Esto dio lugar en los fines del siglo XX al Posmodernismo, que está comenzando a aceptar la existencia de las realidades espirituales más allá de nuestro mundo físico. Esta nueva tendencia hacia el reconocimiento del mundo espiritual - más allá de lo que la ciencia puede probar en un laboratorio, a primera vista parece ser una gran oportunidad para la Iglesia, dándole una ventana de oportunidad para alcanzar esta generación con el evangelio, y de hecho lo es. Sin embargo, de la misma manera que el Modernismo produjo una generación de ateos que no creía hasta ver, el Posmodernismo ahora ha producido una generación de agnósticos hundidos en incertidumbre. Ahora que se han dado cuenta que hay muchas realidades que no podemos comprobar científicamente, han concluido que no existen absolutos definitivos – que todo es relativo. Lo que hace falta en nuestra generación son los que tienen una fe firmemente plantada sobre el fundamento de la Palabra de Dios – los que pueden decir con firmeza “escrito está” y por eso es la absoluta verdad; no importa lo que esté afirmando la ciencia o el mundo contrario a la verdad. Nuestra generación necesita oír una palabra segura en medio de la oscura incertidumbre del relativismo de hoy – una palabra profética más segura. Trágicamente, como de costumbre, muchos en el mundo de la Iglesia están buscando la aprobación de los hombres en vez del “bien hecho” de nuestro Señor. Muchas iglesias, al igual como ha sido casi desde los comienzos, están buscando la mejor forma de ser conformadas al mundo para atraer una audiencia mayor, en vez de ser transformadas por medio de la renovación de su entendimiento, llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo (Rom 12:1-2; 2Cor 10:5). Solo de esta manera la Iglesia va a poder tener un impacto positivo en el mundo, llegando a ser sal y luz en un mundo oscuro como nos mandó Jesús. Los teólogos liberales, imitando la ciencia Moderna Materialista, examinaban las Escrituras de la misma manera que un científico empírico con la mentalidad: “Es falso hasta que la evidencia requiere fe.” Hoy el ateísmo de los Modernistas ha cedido al agnosticismo de los Posmodernistas, y los teólogos Liberales se han convertido en los Progresivos de hoy en día, que han adoptado el relativismo del mundo actual. Los Progresivos no niegan que las Escrituras contienen la verdad; ni tampoco niegan lo sobrenatural. Lo que sí niegan es que toda Escritura es inspirada por Dios, y por esa razón la verdad puede ser conocida con una certidumbre dogmática. Muchos de ellos, mientras aceptan unos dichos de Jesús, no creen en Sus palabras cuando dice: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). La “Iglesia Emergente” del siglo XXI una vez más se está apartando de la fe una vez dada a los santos, entrando en el mar de la relatividad que, con el tiempo, se convertirá en la Gran Ramera de Apocalipsis. La Iglesia de Jesucristo necesita levantarse en esta hora oportuna con una palabra clara como Elías clamando en el desierto: “Preparen el camino del Señor.” Necesitamos edificar sobre el fundamento firme del: “escrito está,” siguiendo el ejemplo de Jesús y los Apóstoles. Necesitamos llevar la Reforma a la perfección, tomando de nuevo el lema de los reformadores: “Sola Scriptura.” Los reformadores restauraron las Escrituras como el fundamento de la verdad absoluta, recuperando la doctrina de la justificación por la fe y rechazando tradiciones contrarias a las Escrituras. Es mi convicción que - conforme vamos completando la Reforma comenzada por los reformadores (que fue desviada por el Modernismo), redescubriremos la doctrina de la restauración de todas las cosas, que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo. (Hechos 3:21) (Para un estudio más detallado sobre este tema, lee mi libro, Triunfo de la Misericordia.) Toda la creación espera el tiempo de la manifestación de los hijos de Dios, que son las primicias de la nueva creación. En el tiempo de su manifestación Pablo dice que toda la creación será restaurada (Rom 8:18-23). Debe ser obvio que la Reforma aún no habrá culminado hasta que todos los elegidos de Dios finalmente lleguen a creer, basados en las Escrituras, de que la restauración de todos es, en realidad, una parte del plan de Dios para las épocas. ¿Cómo podemos nosotros, como hijos de Dios, esperar ser usados por Dios para la restauración de todo y la reconciliación de todos, cuando muchos de nosotros aún no creen que sucederá como ha sido profetizado?
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