por George Sidney Hurd “Pasaba Jesús por ciudades y aldeas, enseñando, y encaminándose a Jerusalén. 23 Y alguien le dijo: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y él les dijo: 24 Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán. 25 Después que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta, y estando fuera empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos, él respondiendo os dirá: No sé de dónde sois. 26 Entonces comenzaréis a decir: Delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste. 27 Pero os dirá: Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad. 28 Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos. 29 Porque vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. 30 Y he aquí, hay postreros que serán primeros, y primeros que serán postreros.” (Lucas 13:22-30) “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; 14 porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” (Mateo 7:13-14) Los pasajes que estamos examinando aquí son la respuesta de Jesús a la pregunta: ¿son pocos los que se salvan? Algo muy importante de tener en mente acerca de las enseñanzas de Jesús es que Él, aunque era el Mediador del Nuevo Pacto, ministraba aún bajo el Antiguo Pacto. Y si la ley fue dada para mostrar al hombre su condición pecaminosa y hacerle dudar de toda esperanza de salvarse a sí mismo por sus propias obras; algunos de los dichos de Jesús eran obviamente intencionados a destruir por completo cualquier esperanza que sobrara en uno para salvarse. Si la ley fue el ministerio de la muerte (2Co 3:7), algunos de los dichos de Jesús eran como los clavos para cerrar el ataúd de una vez. A los que decían que nunca había matado a nadie, Él dijo que estaban en peligro del Gehena, solo por decir palabras denigrantes a otras personas. A los que decían que nunca habían cometido adulterio les dijo que sólo mirar a una mujer con deseos sexuales era adulterio. Él tomaba la ley, que es humanamente imposible cumplir y la hizo infinitamente más imposible de cumplir. A ciertas personas que ya reconocían su necesidad de salvación, Jesús revelaba que la salvación era de gracia por fe. A Nicodemo le explicó que la salvación venía por sólo una mirada de fe como cuando los hijos de Israel, muriendo por mordeduras de serpientes, fueron salvos por solo mirar a la serpiente de bronce (Jn 3:14-16). A otras personas que se consideraban justos, señalaba algo en su vida que le faltaba para quitar sus esperanzas de ser salvo por sus propias obras. Cuando el joven rico en Marcos 10 se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Qué haré para tener vida eterna?” Jesús respondió mencionando uno por uno los diez mandamientos. La ley prometía vida para los que guardaban todos los mandamientos, algo que nadie ha podido hacer, con la excepción de Dios mismo en la persona de Jesucristo. El joven, pensando que era justo según la ley, respondió: “Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud.” Entonces para quitarle a él toda ilusión de poder salvarse a sí mismo por sus obras, Jesús le dijo: “Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz.” ¿Cuál era el propósito de Jesús en hacer tal demanda a este joven? ¿Estaba reforzando su creencia que su salvación dependía de sus propias obras? ¡No! Jesús comenzó su respuesta a la pregunta del joven rico diciendo que no había ninguno bueno sino sólo a Dios. Él tenía seguidores como Lázaro y otros que eran ricos y no les exigió renunciar a sus riquezas. El motivo de Jesús es obvio. Él quería quitarle al joven toda esperanza de salvarse a sí mismo por sus propias obras para que caiga sobre la gracia y misericordia de Dios como su única esperanza de salvación. Su motivo era sujetar a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos (Rom 11:32). ¿Por qué dijo Jesús que los sanos no tienen necesidad de médico sino los enfermos; no he venido a llamar a justos sino a los pecadores? (Marcos 2:17). Porque los que se creen justos no sienten la necesidad de misericordia. Una persona empieza a buscar la misericordia de Dios hasta estar consciente de su condición de pecador. Tiene que reconocer su necesidad de salvación. Solo en esta condición están receptivos a las buenas nuevas de salvación por medio de nuestro Salvador Jesucristo; la justicia de Dios recibida gratuitamente como regalo de Dios (Rom 3:19-25). Vemos que Jesús no puso ninguna demanda al criminal crucificado a su lado. Él simplemente dijo a Jesús: “Señor, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino,” y Jesús le respondió diciendo: “Hoy estarás conmigo en el paraíso.” (Lc 23:42-43). Y Él extiende la misma invitación a todos: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.” (Jn 7:37). Él ofreció la salvación gratuitamente a la mujer Samaritana que había tenido cinco maridos y el hombre con quién vivía no era su esposo: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva.” (Jn 4:10). En contraste, con los que se consideraban a sí mismos como justos, Él hacía la salvación por sus propias obras aún más imposible. ¿Por qué? ¿Para excluirlos? No, sino para sujetarlos a todos bajo desobediencia para tener misericordia de todos. Después de decirle al joven rico que le faltaba renunciar sus riquezas para ganar la vida eterna, Jesús les dijo a sus discípulos en tantas palabras que era imposible que un hombre rico se salvara. En Mateo 19:25 vemos la reacción de sus discípulos a estas palabras de Jesús: “Sus discípulos, oyendo esto, se asombraron en gran manera, diciendo: ¿Quién, pues, podrá ser salvo?” En la respuesta de Jesús descubrimos lo que Jesús quiere que todos entendamos en cuanto a la salvación: “Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible.” (v. 26). Jesús no solo dijo esto en referencia a los ricos sino a todos. Lo que Jesús quería que todo el mundo entendiera antes de ir a la cruz e iniciar el Nuevo Pacto en su sangre era que la salvación de uno mismo no solamente es difícil – es imposible. Pero para Dios no hay nada imposible y Él quiere que todos sean salvos, y así será. Sin embargo, las prostitutas y los publicanos irán al reino de los cielos delante de los religiosos. ¿Por qué? Porque los religiosos son los últimos en reconocer su necesidad de la misericordia de Dios para su salvación (Mt 21:31-32). “Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos.” (Rom 11:32) Volviendo al pasaje en Lucas 13, en respuesta a la pregunta: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” hay algunas observaciones muy importantes que debemos tomar en cuenta. En primer lugar, es claro que los que se pierden, no se pierden eternamente como tradicionalmente nos han enseñado. Lo que Jesús nos hace entender es que a algunos no será permitida la entrada al reino de los cielos al comienzo, pero no hace ninguna referencia a una exclusión eterna. Al contrario, lo que vemos en el versículo treinta es que, los que algunos estiman como los primeros en entrar, serán los últimos (los fariseos y religiosos), mientras que los que menos pensamos que entrarían en el reino de los cielos (como las prostitutas y los publicanos), son los que primero entran. La palabra “primeros” en griego es protos y en este contexto refiere a los que son primeros en tiempo. También la palabra “últimos” éscatos aquí refiere a los que son últimos en tiempo. “Primero” y “último” no están refiriendo a importancia o rango en el reino sino a secuencia. Cuando Jesús expresaba último y primero en importancia, usaba otras palabras para expresarlo; “menor” (elachistos) y “mayor” (megas). Si la exclusión de los perdidos fuera eterna, Jesús no hubiera hablado de unos que serían primeros en entrar y otros que serán escatológicamente los últimos en entrar. Tampoco vemos mención de perdición eterna en el pasaje paralelo de Mateo 7:13,14. Nosotros por la influencia de la tradición de un infierno eterno inconscientemente asumen que la palabra “perdición” (apoleia), automáticamente significa algo eterno. Pero, ¿cómo puede ser que la perdición sea eterna si Jesús dijo: “el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido (apolumi)”? (Lucas 19:10). Jesús usó la misma palabra en ambos casos “perdición” siendo el sustantivo y “se había perdido” el verbo. Él es el Buen Pastor que deja a las noventa y nueve en el redil para buscar la única que se ha perdido hasta encontrarla (Lucas 15:4). ¿Será posible que, a pesar de todo eso algunos se pierdan para siempre? ¡No! mil veces ¡No! Él es quien dijo: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré (arrastraré) a mí mismo.” (Juan 12:32). ¿Será que Él lo ha dicho y no lo hará? En porcentajes, los tradicionalistas a menudo presentan a Cristo como perdiendo eternamente el 99% de los que vino a rescatar, con solo 1% seguros en el redil. ¿No entregó Su vida el Buen Pastor por el mundo entero? En segundo lugar, cuando comparamos estos pasajes de la puerta estrecha con los últimos capítulos de Apocalipsis, comenzando con la Segunda Venida de Cristo para Su Desposada, podemos ver que la exclusión de muchos del reino de los cielos no es una exclusión eterna. Los que no son de Cristo cuando Él viene, no participarán en las bodas y no serán la Desposada, la Esposa del Cordero y no serán de la Nueva Jerusalén (Apo 21:9-10), pero no es el fin de la historia. Después del juicio del Gran Trono Blanco, de Apocalipsis 20, mil años después de la Segunda Venida, los que no hayan entrado por la puerta estrecha, y cuyos nombres no se hallen en el libro de la vida, serán lanzados al lago de fuego. La tradición nos dice que, después de este juicio, todos irán a su destino final donde estarán para siempre, sin la posibilidad de restauración jamás para los que están en el lago de fuego. Todos los santos irán al cielo y los demás al infierno para siempre. Pero en Apocalipsis vemos otro escenario. En Apocalipsis 21 vemos la Nueva Jerusalén, la Esposa del Cordero, descendiendo del cielo sobre una nueva tierra. Allí se introduce otro grupo distinto de personas – las naciones que andarán a la luz de la Nueva Jerusalén (21:24). Ahora no solo vemos dos grupos; la Iglesia en la Nueva Jerusalén y los sentenciados en el lago de fuego, sino también un tercer grupo – los salvos de las naciones. ¿Quiénes son? Obviamente, al comienzo, solo serán ellos los que se hallaron inscritos en el libro de la vida en el juicio del Gran Trono Blanco. Ellos serán vivificados y habitarán la nueva tierra, pero, como las bodas ya pasaron, no serán de la Esposa del Cordero que habita la Nueva Jerusalén, sino que andarán a la luz de ella. Pero también vemos otros de las naciones afuera que no pueden entrar en la Nueva Jerusalén, mientras que estén inmundos y todavía no tengan sus nombres inscritos en el libro de la vida (21:27). El libro de Apocalipsis termina con el Espíritu y la Iglesia, que ahora es la Esposa, todavía extendiendo la invitación a todos los de afuera que tengan sed y quieran beber del agua de la vida, a entrar a tomar gratuitamente (22:17). Sus puertas nunca serán cerradas (21:25). Los que lavan sus ropas pueden entrar a tomar de las hojas del árbol de la vida para su sanidad y beber del agua de la vida gratuitamente. Estarán en las tinieblas de afuera hasta que se arrepientan y laven sus ropas para poder entrar, pero la invitación está extendida a todos aquellos que tengan sed y quieran entrar. “Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad. 15 Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira.” (Apo 22:14-15) Unos de los que están en las tinieblas de afuera serán prontos en entrar mientras que otros serán los últimos en entrar, pero, al fin de cuentas Dios será todo en todos (1Cor 15:28), cuando, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos todos, tanto los que están en los cielos como los que están en la tierra, serán reunidos en Cristo (Ef 1:10). Después del juicio del Gran Trono Blanco, la vivificación será de cada uno en su debido orden (1Cor 15:23), pero finalmente todos se habrán sometido a Él, doblando rodilla, confesándole como Señor para la gloria de Dios. Entonces, finalmente llegará el tiempo cuando todos habrán entrado por la puerta estrecha que lleva a la vida. En tercer lugar, en el contexto del pasaje, Jesús no estaba dirigiendo la palabra a los que ya reconocían que eran pecadores como muchos toman este pasaje, sino que estaba enfrentando a los fariseos y religiosos que confiaban en sí mismos que eran justos. Ellos eran los que no estaban dispuestos a incomodarse para entrar por la puerta angosta. Son ellos que estarán afuera. En Lucas 18:13-14 vemos que era el publicano y no el fariseo que fue recibido por el Señor. Jesús explicó la razón diciendo: “porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.” Solo los pobres en espíritu heredan el reino, porque solo ellos están dispuestos a humillarse y entrar por la puerta que es incómodamente angosta. Entonces no hay nada en estos pasajes de la puerta estrecha que implican la perdición eterna. Al contrario, está en armonía con la restauración final de todos, comenzando con los que reconocen temprano su necesidad de la misericordia de Dios.
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