por George Sidney Hurd
Este es el primero de una serie de cuatro blogs donde voy a estar examinando la doctrina de la infalibilidad de las Sagradas Escrituras. Normalmente, comenzaría argumentando desde el testimonio de Jesús y las Escrituras mismas acerca de su propia infalibilidad. De hecho, en el pasado eso ha sido el procedimiento normal entre los que han escrito sobre la inspiración y autoridad de la Biblia Sin embargo, debido a una forma reciente de atacar a la infalibilidad, sentí la necesidad de citar a los Padres de la Iglesia Primitiva, demostrando su creencia en la infalibilidad de las Escrituras. Hacia finales del siglo IXX, dos profesores prominentes de la Universidad de Princeton, A.A. Hodge y B.B. Warfield, defendieron ardientemente la doctrina de la infalibilidad de las Escrituras contra un número creciente de críticos Liberales, quienes, a través de la influencia del Modernismo, procuraron desacreditar a todo lo sobrenatural, incluyendo la inspiración del texto sagrado. En respuesta a su defensa de la infalibilidad, la Asamblea General de la Iglesia Presbiteriana en 1923 dijo que la infalibilidad era nada más el invento de los eruditos de Princeton. Esta misma acusación fue repetida por los Neo-Ortodoxos y Progresivos, comenzando en 1979 con la publicación del libro, “The Authority and Interpretation of the Bible: An Historical Approach” (“La Autoridad e Interpretación de la Biblia: Un Enfoque Histórico”), escrito por Jack Rogers del Seminario Fuller y Donald McKim de del Seminario Teológico Dubuque. Sin embargo, como será demostrado en las siguientes citas, esta afirmación es demostrablemente falsa y pone en duda la integridad intelectual de los estudiados que, a sabiendas, promovieron tales afirmaciones revisionistas acerca de la posición histórica de la Iglesia sobre este tema tan importante. Los Padres Primitivos defendían la autoridad e infalibilidad de las Escrituras contra los Gnósticos y otros herejes como Celso y Pórfido, quienes atacaban las Escrituras, de la misma manera que los escépticos como Bart Ehrman y Richard Dawkins hoy en día. Como resultado, los escritos de los Padres contienen muchas afirmaciones de la infalibilidad de las Escrituras. Sin embargo, para ser breve solo voy a citar y hacer breves observaciones a unas de las voces más prominentes a través de la historia de la Iglesia. Los pocos que cito serán más que suficientes para demostrar que la acusación de que el concepto de la infalibilidad de la Biblia fuera el invento reciente de Benjamín Warfield y A.A. Hodge hace medio siglo es falsa. La Iglesia Primitiva Clemente de Roma (35 – 99 d.C.) Clemente, que llegó a ser el obispo de Roma después de que Pablo y Pedro murieron como mártires bajo Nero, es el más cercano al tiempo de los Apóstoles y la finalización del Nuevo Testamento, y, por lo tanto, es más probable que su entendimiento de la inspiración refleja lo de los Apóstoles. Él dijo: “Pongan atención a las Escrituras, que son las verdaderas palabras del Espíritu Santo. Observen que nada de carácter injusto o falso ha sido escrito en ellas.” [1] Para esta fecha temprana, vemos que los Padres Apostólicos consideraban las Escrituras como las palabras infalibles del Espíritu Santo hablando a través de sus autores humanos. En decir que nada en la Escritura es “falso” (griego parapepoimenon), es evidente que él consideraba las Escrituras como libres de error. Justino Mártir (100 – 165 d.C.), recociendo la fuente divina de las Escrituras, no daba lugar para ningunas contradicciones reales en ellas. Él dijo: “dado que estoy plenamente convencido de que ninguna Escritura contradice a otra, confesaré más bien que soy yo quien no he entendido lo que está escrito, y procuraré persuadir a aquellos que imaginan que son contradictorios a estar de la misma opinión que yo.” [2] Los que hoy en día niegan la infalibilidad, lo hacen basados en percibidos errores y contradicciones dentro de las Escrituras. En contraste, Justino Mártir estaba convencido de que las Escrituras eran una unidad harmoniosa, sin ningunas contradicciones. Él, igual como a otros Padres Primitivos, compara el proceso de la inspiración divina con lo de un Maestro Músico utilizando a los autores humanos como un instrumento musical de tal manera que produjera una melodía en perfecta harmonía. Él dijo: “Porque, ni por naturaleza, ni por concepción humana es posible que los hombres conozcan cosas tan sublimes y divinas, pero por el don que en ese tiempo descendía de arriba sobre los hombres santos que no tenían necesidad de habilidades retóricas…más que presentarse puros a la energía del Espíritu Divino, para que la divina púa misma, descendiendo del cielo, y utilizando a los santos hombres como un instrumento como harpa o lira, nos pueda revelar el conocimiento de cosas divinas y celestiales.” [3] Después, hace referencia a 2Pedro 1:20-21, diciendo: “Cuando oyes las palabras de los profetas siendo habladas como si fueran ellos personalmente, no debes suponer que fueron habladas por los inspirados mismos, sino por la Divina Palabra que los llevaba.” [4] Esto está de acuerdo con las palabras de Pedro cuando él dijo que ninguna profecía de las Escrituras son simplemente las interpretaciones de meros hombres, sino que, los santos hombres de Dios hablaban siendo inspirados o movidos (φέρω) por el Espíritu Santo. Ireneo (115–202 d.C.), en sus libros “Contra Herejías,” insiste en que las Escrituras sean estimadas como perfectas, dado que Dios Mismo era Su autor: “Si no podemos descubrir las explicaciones de todas las cosas en las Escrituras que investigamos, no permitamos por eso que busquemos a otro dios más que Él que realmente existe, porque esto es la impiedad más grande. Debemos de dejar las cosas de esa naturaleza a Dios que nos creó, siendo plenamente asegurados de que las Escrituras verdaderamente son perfectas, dado que fueron habladas por la Palabra de Dios y Su Espíritu…” [5] Es obvio que Ireneo no hubiera llamado las Escrituras perfectas a menos que él creía que eran infalibles. Para él, argumentar que las Escrituras eran imperfectos, conteniendo errores, sería equivalente a atribuir error a Dios Mismo, dado que Él es su autor. Atenágoras (133–190 d.C.) también presenta al Espíritu Santo como moviéndose sobre los autores como un músico tocando instrumentos para producir una perfecta melodía. Él dijo: “Sería irracional dejar de creer en el Espíritu de Dios, que movía las bocas de los profetas como instrumentos musicales, para prestar atención a meras opiniones humanas.” [6] Él continua, describiendo el proceso de la inspiración divina, diciendo que los autores humanos eran “levantados en éxtasis, más allá de las operaciones naturales de su mente por los impulsos del Espíritu Divino, diciendo cosas por la inspiración, el Espíritu utilizándolos como uno que toca la flauta.” [7] Para él, y los demás Padres, era impensable que el Espíritu Divino produzca una melodía imperfecta. Clemente de Alejandría (150–215 d.C.) afirma la naturaleza de la inspiración divina como infalible, plenaria y verbal, cuando dice: “Podría aducir diez mil Escrituras de las cuales ni ‘una tilde pasará’ sin ser cumplida; porque la boca del Señor, el Espíritu Santo ha habado estas cosas.” [8] Sigue diciendo que son un “criterio infalible de fe.” [9] Ni siquiera los teólogos de Princeton, Hodge y Warfield, hubieran podido expresar la doctrina de la infalibilidad de las Escrituras con términos más específicos que los que usaba Clemente. Orígenes (184 – 254 d.C) dice acerca de la naturaleza verbal y plenaria de la inspiración divina: “No Podemos decir de los escritos del Espíritu Santo que algo en ellos es inútil o superfluo, aún si aparentan ser oscuros para algunas personas.” [10] Sigue comparando las Escrituras a un instrumento musical perfectamente afinado, y dice que aquellos que piensan que contienen errores simplemente les falta el entendimiento o no están dispuestos a aprender. Él dice: “No existe en los oráculos divinos nada torcido o perverso, porque todo es claro a los que tienen entendimiento… Lo que para otros aparenta ser un conflicto en las Escrituras no es en realidad un conflicto… Toda Escritura es el instrumento perfecto y harmonizado de Dios, que con distintos sonidos da una sola voz salvífica a aquellos que estén dispuestos a aprender.” [11] Tertulio (160–220 d.C.), afirma la naturaleza verbal y plenaria de la inspiración de las Escrituras hasta cada letra, cuando dice: “La Escritura divina nos ha unido en un cuerpo; las mismas letras son nuestro pegante.”[12] Esto trae a la memoria las palabras de Jesús cuando Él dijo que debemos de vivir de cada palabra que sale de la boca de Dios, y que ni una jota, ni una tilde pasaría sin ser cumplida. (Mt 4:4; 5:18). Cayo (180–217 d.C.) no escatima palabras denunciando a aquellos que negaban la infalibilidad de las Escrituras. Él dijo: “Porque, o no creen que las Escrituras divinas fueron dictados por el Espíritu Santo, y por lo tanto son impíos; o se consideran más sabios que el Espíritu Santo, y ¿qué son ellos sino unos endemoniados?” [13] Atanasio de Alejandría (293–373 d.C.), denunciando a los que negaban la infalibilidad de las Escrituras, se expresa como cualquier defensor de la infalibilidad de las Escrituras hoy en día. Él dijo: “Ahora, es la opinión de algunos que las Escrituras no están de acuerdo entre sí, o que Dios, quién nos dio el mandamiento, es falso. Pero ni siquiera existe un solo desacuerdo. Lejos de eso, tampoco puede el Padre, Quién es verdad, mentir.” [14] El argumento de Atanasio en respuesta a los críticos de su época era que, como Dios Mismo es el autor de las Escrituras, no pueden contener ningún error o verdadera contradicción en lo que afirman. Juan Crisóstomo (349–407 d.C.), claramente entendió que las Escrituras eran inspirados verbal y plenariamente, hasta cada vocal y cada tiempo y modo de cada verbo, debido a que su autor fue el Espíritu Santo Mismo. Él dijo: “Que interpretemos todo con precisión sin pasar por alto ni siquiera una frase o solitario vocal contenido en las Sagradas Escrituras. Después de todo, no son nada más palabras, sino las palabras del Espíritu Santo, y, por lo tanto, el tesoro que podemos descubrir en un solo vocal es grande.” [15] También dijo: “Porque las Escrituras de ninguna manera habla falsedades.” [16] Comentando sobre Juan 12:39-41, Crisóstomo se refiere a las Escrituras como libre de todo error cuando dice, “El (Isaías) desea establecer por muchas pruebas la verdad infalible de las Escrituras, y que lo que Isaías predijo no falló, sino que sucedió tal como dijo.” [17] ¡Tanto por la alegación de que la doctrina de la infalibilidad de las Escrituras fue nada más un invento reciente de los Fundamentalistas de Princeton! Gregorio de Nacianceno (329–390 d.C.), considerado por muchos como uno de los más grandes teólogos de todo tiempo, también defendía la inspiración verbal y plenaria de las Escrituras. Él dijo: “Nosotros, sin embargo, que extendemos la precisión del Espíritu hasta la última jota y tilde, jamás cederemos a la aseveración impiadosa de que siquiera los asuntos más pequeños fueron manejados al azar por aquellos quien los escribió, y así ha sido considerado hasta el día de hoy.” [18] Basilio el Grande (330–379 d.C.), Contrario a como algunos intentan interpretar 2Timoteo 3:16 hoy en día, Basilio específicamente incluye la totalidad de las Escrituras, incluyendo tanto el Antiguo y el Nuevo Testamento, como inspirado por Dios (θεόπνευστος), habiendo salido de Su boca. Él dice: “Nunca dejes de la lectura, especialmente del Nuevo Testamento… Toda Escritura es inspirada por Dios y de provecho, y no contiene nada impuro.” [19] Gregorio de Nyssa (331-395 d.C.) estaba de acuerdo con su hermano Basilio, diciendo que la totalidad de las Sagradas Escrituras son inspirados por Dios y por lo tanto sin error. Él dice: “Así que, es por el poder del Espíritu que los santos hombres quienes estaban bajo la influencia divina son inspirados, y por esta razón se dice que toda Escritura es ‘dada por inspiración de Dios,’ porque es la enseñanza del soplo divino.” [20] En otro lugar él dice: “Lo que dice las Escrituras Divinas es la voz del Espíritu Santo.” [21] Y “Las Escrituras no mientan.” [22] Jerónimo (347–420 d.C.), aunque conocido por su indecisión, él sin embargo dice: “No soy tan ignorante como para suponer que siquiera una sola palabra de Dios necesita corrección o que no es inspirado por Dios.” [23] Decir que ninguna palabra de Dios necesita corrección es otra manera de afirmar la infalibilidad de las Escrituras. La Iglesia Medieval Agustín (354–430 d.C.). Entrando en la Edad Media, comenzando con Agustín, vemos que ellos no eran menos enfáticos de lo que eran los Padres Primitivos acerca de la fuente divino e infalibilidad de las Escrituras. Agustín escribe: “Me parece que es inevitable que las consecuencias más desastrosas vendrían sobre nosotros si fuéramos a creer que alguna cosa falsa se encuentra en los libros sagrados: es decir, que los hombres por medio de quienes recibimos la Escritura y los escribieron, incluyeron alguna cosa falsa… Porque si uno admite en un santuario de autoridad tan sublime una sola declaración falsa…no quedaría siquiera una frase de estos libros que, viendo difícil de practicar o creer, podría ser descartada como algo que el autor declaró erradamente.” [24] También él dice: “He aprendido a dar este respeto y honor solamente a los libros canónicos de Escritura: de estos solamente yo creo con convicción muy firme de que los autores eran completamente libres de error. Y si estoy perplejo por algo en estos escritos que a mí parece contrario a la verdad, no dudo en suponer que, o el manuscrito tiene un error, o el traductor no logró captar el significado de lo que fue escrito, o yo mismo no logré entenderlo.” [25] Aquí vemos que Agustín creía que solamente eran inspirados los manuscritos originales, de la misma manera que los que afirmamos la infalibilidad de las Escrituras hoy en día. También, como él no conocía mucho del idioma griego, dependía de la traducción al latín hecho por Jerónimo. Él sigue diciendo: “La autoridad de las Sagradas Escrituras se desmoronaría, dejando que cada uno crea lo que desea, rechazando lo que no le gusta, una vez que admitamos que los hombres usados para entregarnos estas palabras hubieran podido decir algunas cosas que no eran ciertas…” [26] Obviamente, si Agustín era convencido de que los autores humanos, siendo inspirados por Dios, eran incapaces de escribir cosas erradas, él creía en la infalibilidad de las Escrituras. Anselmo de Canterbury (1033–1109) dice que todo error aparente en las Sagradas Escrituras es en realidad un error en su propio entendimiento de ellas y no un error en las Escrituras. Él dijo: “Estoy seguro de que, si yo digo algo que es contradictorio a las Sagradas Escrituras, soy yo quien esta equivocado; y si descubro tal contradicción, no deseo seguir con esa opinión errada.” [27] Tomás de Aquino (1225–1274). El artículo dos de la Declaración de Chicago sobre la Infalibilidad Bíblica dice: “Las Sagradas Escrituras, siendo la Palabra del propio Dios, escritas por hombres preparados y dirigidos por su Espíritu, tienen autoridad divina infalible en todos los temas que tocan; deben ser creído como la instrucción de Dios en todo lo que afirman.” Esto es de acuerdo con lo que afirmaba Tomás de Aquino, como vemos en las siguientes citas: “Es obvio que nada falso jamás podría existir en el sentido literal de las Sagradas Escrituras.” [28] “otras disciplinas derivan su certidumbre de la luz del razonamiento humano, que puede estar en error, pero la teología derive su certidumbre de la luz del conocimiento divino que no puede estar errónea.” [29] La Iglesia de la Reforma Martín Lutero (1483–1546). Contrario a lo que algunos afirman, Lutero también claramente creía en in infalibilidad de las Escrituras. Él dijo que las Escrituras “jamás se equivocan” y “no pueden estar equivocados.” [30] En otras palabras, las Escrituras son infalibles. Esto no se difiere de lo que los cristianos Conservadores afirman hoy en día. Las siguientes citas establecen más su convicción firme en cuanto a la infalibilidad: “Porque todos saben que a veces los Padres se equivocaron como hacen todos los hombres. Así que, estoy dispuesto a confiar en ellos solamente cuando sustancian sus opiniones con las Escrituras que jamás pueden estar equivocadas.” [31] “Es imposible que las Escrituras se contradigan entre sí, solo parece así a los hipócritas insensatos y obstinados.” [32] “Quienquiera que sea tan valiente que aventura a acusarle a Dios de fraude y engaño en una sola palabra y lo hace intencionalmente vez tras vez después de que ha sido advertido una o dos veces, sin duda se atrevería a acusarle a Dios de fraude y engaño en todas Sus palabras. Por lo tanto, es verdad que, absolutamente todo es creído sin excepción, o nada es creído. El Espíritu Santo no permite que el Mismo esté separado o dividido de tal manera que Él enseñe y hace creer una doctrina correctamente y otra erradamente.” [33] “Un pequeño punto de doctrina significa más que el cielo y la tierra, y, por lo tanto, no podemos permitir que ni siquiera una jota sea violada.” [34] “Porque ha sido establecido por la Palabra de Dios que Dios no miente, ni puede mentir Su Palabra.” [35] Aunque Lutero reconoció que existen textos difíciles que él mismo no podía explicar, su confianza en la infalibilidad de las Sagradas Escrituras como la Palabra de Dios seguía firme. Juan Calvino (1509–1564). Contrario a las interpretaciones matizadas de la inspiración divina presentadas por los Progresivos que, de manera irónica, afirman la “infalibilidad” al mismo tiempo que la niegan, Calvino permanece firme en su convicción de que el Antiguo Testamento no es simplemente las palabras de Moisés y los Profetas, sino las palabras de Dios Mismo. Comentando sobre 2Timoteo 3:16, él dice: “…sabemos que Dios nos ha hablado, y estamos plenamente convencidos de que los profetas no hablaron sus propias ideas, sino que, siendo instrumentos del Espíritu Santo, ellos solamente hablaron lo que habían sido comisionados del cielo a declarar. Quienquiera entonces, que desea recibir los beneficios de las Escrituras necesita primero estar convencido de esto, que la Ley y los Profetas no son una doctrina entregada por la voluntad de hombres, sino que fueron dictados por el Espíritu Santo. Moisés y los profetas no hablaron al azar lo que hemos recibidos de su mano, sino, hablando a la sugerencia de Dios, ellos testificaban con denuedo lo que realmente era verdad, que fue la boca del Señor que había hablado… no debemos de maravillarnos de que muchos tengan dudas sobre quién era el Autor de las Escrituras; porque, aunque la gloria de Dios se manifiesta en ellas, sin embargo, solamente los que hayan sido iluminados por el Espíritu Santo tienen ojos para percibir lo que debe de ser evidente a todos… Debemos la misma reverencia a las Escrituras que debemos a Dios; porque han procedidos de Él solamente, y no tiene nada del hombre mezclado en ellas.” [36] Heinrich Bullinger (1504–1575). Por último, Heinrich Bullinger, el Reformador Suizo y sucesor de Zwingli, estaba de acuerdo con los Padres de la Iglesia a través de su historia en cuanto a la infalibilidad de las Escrituras cuando dijo: “Todas las palabras de Dios son verdaderas, firmes e indudables. Porque los cielos y la tierra pasarán, pero la palabra eterna de Dios jamás pasará, ni fallará siquiera una jota o tilde de ella.” [37] Charles Haddon Spurgeon (1834–1892): Quiero incluir una cita final de Charles Haddon Spurgeon, dado que él ministraba durante la generación preciso antes de A.A. Hodge and B.B. Warfield, quienes han sido acusados de inventar la doctrina de la Infalibilidad por su opositores. Spurgeon dice acerca de la infalibilidad de la Biblia: “Es mi convicción de que no existe ningún error en los originales de las Sagradas Escrituras desde su principio al final de ellas. Puede que haya, y de hecho existen, errores en la traducción; porque los traductores no son inspirados; pero incluso los hechos históricos son acertados. Hay aquellos que las dudan, a veces con gran exhibición de razón – dudas que han sido imposibles de resolver por un tiempo; pero, solo dado tiempo suficiente, y dado suficiente indagación, y las piedras enterradas gritan en confirmación de cada letra de Escritura. Antiguos manuscritos, monedas e inscripciones salen a favor del Libro, y contra él no hay más que teorías y el hecho de que muchos eventos en la historia no tienen otro récord mas de lo que nos presenta el Libro. Últimamente el Libro ha estado en el horno de la crítica; pero gran parte de este horno se ha enfriado por el hecho de que la crítica es más que despreciable. ‘Las palabras del Señor son puras’: no existe error de ninguna índole en todo el compás de ellas. Estas palabras vienen de Aquel que no es capaz de cometer errores y quien no tiene ningún deseo de engañar a Sus criaturas. Si yo no creyera en la infalibilidad del Libro, preferiría estar sin él. Si soy juez del Libro, entonces el Libro no es ningún juez de mí. Si me corresponde zarandearlo como un montón sobre la era, rechazando partes y solamente aceptando otras partes según mi propio juicio, entonces no tengo para guiarme, a menos que esté tan presumido como para confiar en mi propio corazón. La nueva teoría niega la infalibilidad de las palabras de Dios, atribuyéndolas a los juicios de meros hombres… Insisto de que preferiría arriesgar mi alma con un guía inspirado del cielo, que confiar en los líderes que se levantan en nombre del “pensamiento moderno” que se contradicen entre sí.” [38] Conclusión Entonces, según Spurgeon, y la historia confirma, lo que realmente es la “nueva teoría” no es la doctrina de a infalibilidad, sino la negación de la infalibilidad de las Escrituras. Ya hemos visto abundante testimonio de que la Iglesia ha creído en la infalibilidad de las Escrituras de manera unánime a través de la historia hasta hoy. De hecho, Pablo vio nuestros días y nos advirtió, diciendo: “que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. 3 Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, 4 y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.” (2 Tim 4:2-4) Judas nos exhorta a “contender ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos.” (Judas 3). La fe una vez dada a los santos es ese cuerpo de verdad que tenemos contenidos en las Sagradas Escrituras. Pablo pudo ver nuestros tiempos y nos advirtió diciendo: “1 Tim 4:1-2 Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; 2 por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia.” (1Tim 4:1-2) Pablo dijo que algunos falsos maestros hablarían teniendo cauterizada la consciencia. Esto, para mí, es una descripción muy apta de aquellos estudiados en nuestros tiempos que falsamente dicen que la infalibilidad es un nuevo invento. Me asombra contemplar el grado de deshonestidad intelectual que sería necesario revisar detalladamente los escritos de los Padres, pasando por alto todas la afirmaciones tan claras de la infalibilidad de las Escrituras en búsqueda de unos pocos citas que pueden manipular para hacer que los Padres aparentan afirmar lo que de manera tan enfáticamente niegan en todas sus escritos. Sea lo que sea la posición de uno acerca de la infalibilidad de las Escrituras, es un engaño descarado intentar sacar ventaja contra aquellos que defienden el testimonio de las Escrituras de sí mismas, falsamente diciendo que la doctrina de la infalibilidad es una nueva doctrina. Habiendo demostrado falso este argumento comúnmente presentado contra la infalibilidad, en el próximo blog veremos por qué los Padres de la Iglesia de manera unánime creyeron en la infalibilidad de las Escrituras, y veremos de qué manera fueron inspirados por el Espíritu Santo. [1] 1 Clement 45:3 [2] Dialogue with Trypho, a Jew, LXV in Ante-Nicene Fathers, edited by Philip Schaff (Peabody: Hendrickson Publishers, 1999), 1:230 [3] Horatory Address to the Greeks, VIII in ibid., 276. [4] The First Apology, XXXVI in ibid., 175. [5] Against Heresies, II.XXVIII.2 in ibid., 399. See also III.V.1, 417. [6] A Plea for Christians, VII in Ante-Nicene Fathers, 2:132. [7] Ibid., IX, 133. [8] Exhortation to the Heathen, IX in ibid., 195. [9] Stromata, II.IV in ibid., 349–50. [10] Origen, Homily 27. 1.7. [11] Origen, book II volume IX, Commentary on Matthew [12] On Modesty, V in ibid., 78. [13] Fragments, III in Ibid., 5:602. [14] Letter XIX.3 in ibid., 546. [15] Homily 15.3 in Homilies on Genesis 1–17, translated by Robert C. Hill (Washington, DC: Catholic University of America Press, 1986), 195. [16] “Concerning the Statues,” II.22 in Nicene and Post-Nicene Fathers, edited by Philip Schaff (Peabody: Hendrickson Publishers, 1999), 9:352. [17] Homily LXVIII, in Ibid., 14:252. [18] “Orations,” II.105, in Ibid., 7:225. [19] Letter XLII.3, in Ibid., 8:145. [20] “Against Eunomius,” VII.1, in Ibid., 5:193. [21] Our God-Breathed Book, John R. Rice, Sword of the Lord, 2000, 143 [22] Against Eunomius,” VII.2. [23] Epistles, XXVII.1, in Ibid., 6:44. [24] Letter XXVIII.3 in Ibid., 1:251–52. [25] Letter LXXXII.3 in Ibid., 350 [26] Letter XXVIII.3 in Ibid., 1:252. [27] Why God Became Man, in Anselm of Canterbury: The Major Works (Oxford: Oxford University Press, 2008), 298. [28] The Summa Theologica of St. Thomas Aquinas, part. 1, question 1, article 10 (New York: Benziger Brothers, 1948), 7. [29] Ibid., p1.q1.a5, 3. [30] Works of Martin Luther (St. Louis, MO: Concordia Publishing House, 1968), XV:1481; XIX:1073. [31] Ibid., XXXII:11. [32] Ibid., IX:650 [33] D. Martin Luthers Werke: kritische Gesammtausgabe (Weimar: Hermann Böhlaus Nachfolger, 1928), 54:158. [34] Works of Martin Luther, IX:650 [35] Ibid., XX:798 [36] Calvin’s Commentaries, 2Timothy 3:16. [37] “Letter CCCLIII” from 24 August 1554 in Original Letters Relative to the English Reformation, volume 2, edited and translated by Hastings Robinson (Cambridge: Cambridge University Press, 1847), 750. [38] “The Bible Tried and Proved,” preached on 5 May 1889. Metropolitan Tabernacle Pulpit (Pasadena, TX: Pilgrim Publications, 1975), 35:253–64.
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