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¿Somos Dioses?
por George Sidney Hurd -- Son pocos los creyentes que han comenzado a comprender las riquezas de nuestra herencia en Cristo. Somos completos en Él quien está sentado sobre todo principado y poder (Col 2:10). Así como Él es la cabeza, nosotros somos Su cuerpo en un sentido orgánico y real (Ef 5:30; Col 2:19). Hemos llegado a ser un espíritu con Él y Él es nuestra vida (1Cor 6:17; Col 3:4). Somos llamados a manifestar Su vida en nuestros cuerpos mortales, a ser uno con Él como Él es uno con el Padre y a ejercer toda Su autoridad como coherederos con Él (2Cor 4:10-11; Jn 17:21). Necesitamos revelación divina para poder comprender la anchura, la longitud, la profundidad y la altura de Su amor para tener la fe y aseguranza para ser llenos de toda la plenitud de Dios (Ef 3:16-19). Él es capaz y está dispuesto a hacer mucho más abundantemente de lo que somos capaces de comprender (Ef 3:20-21). Algunos han ido un paso más allá afirmando que no solo somos nacidos de Dios y partícipes de la naturaleza divina, sino que, de hecho, somos dioses. Hasta hace poco la doctrina era casi desconocido en los círculos Evangélicos y Carismáticos, siendo principalmente una doctrina de los gnósticos, la Nueva Era y ciertas sectas como los Mormones y “La Iglesia Local” de Witness Lee. Hoy en día hay muchos evangelistas, pastores y maestros que promueven la creencia de que somos dioses. ¿Cuáles son los argumentos que presentan? Argumentos Presentados por los que Afirman que somos Dioses Su primer argumento es que Jesús, cuando fue acusado de blasfemia por decir que era uno con el Padre, respondió citando el Salmo 82 donde unos hombres son llamados dioses: “Jesús les respondió: ¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois? Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?” (Juan 10:34-36) Es obvio que cuando Jesús citó este pasaje para callar a sus oponentes y agregando, “las Escrituras no pueden ser quebradas,” Él establece que ciertos individuos de hecho son llamados dioses por Dios mismo. Sin embargo, mientras que es verdad que Dios designa a ciertas personas con autoridad como “dioses” (esto será considerado con más detalle más adelante), en ninguna parte de las Escrituras dice que todos los hijos de Dios son dioses. El segundo argumento es basado en el hecho de que hemos sido creados a su imagen y semejanza: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.” (Génesis 1:26,27) De este pasaje se argumenta que fuimos creados como dioses, a la semejanza de Dios. Sin embargo, es mejor entender esto como refiriéndose a nuestra semejanza a Dios en el sentido de nuestro intelecto creativo, nuestras emociones y libre albedrío. También, el hombre originalmente fue creado predominantemente espíritu, así capacitándonos a tener comunión con Dios que es Espíritu. Todas estas cualidades nos capacitan a ejercer dominio sobre la creación y reinar con Él en la esfera que nos delegue. Comparando nuestra naturaleza con el resto de la creación podemos ver que somos únicos en este sentido. Aún en nuestra condición caída ninguna otra criatura ha domada la creación como el hombre. A pesar del hecho de que el hombre, en su condición caída, ha utilizado sus capacidades para fines egoístas y está en peligro de destruir el equilibrio delicado de la tierra, ninguna otra criatura es comparable al hombre en su habilidad para controlar y manipular su ambiente y lograr que sirva a sus propósitos. Ninguna otra criatura es capaz de hacer tanta diferencia cuando es motivado por el amor y la compasión como el hombre. Mientras el hombre no busca a Dios en su estado caído, ninguna otra criatura es inclinado hacia las cosas espirituales como es el hombre. Sin embargo, debe ser obvio que el hombre no es soberano con las prerrogativas de la deidad. Nuestra relación con Dios desde la creación fue diseñada para ser una de dependencia. Desde el comienzo Dios advirtió que la muerte sería el resultado de actuar independientemente de Él en desobediencia. La mentira de Satanás era, y aún es, que “seréis como Dios (o dioses)” si actúas independientemente de Él. El mismo Salmo que Jesús citó enfatiza las consecuencias de desobedecer a Dios como uno que haya sido delegado autoridad como un “dios”. “Yo dije: Vosotros sois dioses, y todos vosotros hijos del Altísimo; Pero como hombres moriréis y como cualquiera de los príncipes caeréis.” (Salmo 82:6-7) Habían sido llamados dioses por Dios mismo. Sin embargo, Dios pronunció juicio contra ellos por su desobediencia. Nuestra relación con Dios como la joya más preciosa de la creación tiene que ser entendida siempre como una relación de dependencia: “Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos...” (Hechos 17:28) En Isaías 43:10 podemos ver claramente que, aunque fuimos creados a imagen y semejanza de Él, no fuimos creados como “dioses”: “Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí.” (Isa 43:10) ¿Cómo podemos ser sus testigos, declarando que Jehová es el único Dios, y al mismo tiempo decir que fuimos creados dioses? Cualquier explicación de los pasajes donde Dios llama a ciertos individuos dioses tiene que tomar en cuenta el hecho de que Dios no nos creó como dioses. El tercer argumento presentado se basa en que hemos nacidos de nuevo en la familia de Dios. Hemos nacido de Dios y somos llamados hijos de Dios. Por lo tanto, somos dioses, argumentan ellos. Para ilustrar esto dicen: “Caballos dan a luz caballos, perros dan a luz perros y gatos dan a luz gatos. Entonces Dios da a luz dioses.” Mientras que es verdad que ahora hemos sido hechos partícipes de la naturaleza divina poseyendo vida eterna, no tenemos esta vida independientemente de Él. “Cristo es nuestra vida.” (Colosenses 3:4) “Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.” (1Juan 5:11,12) Ser partícipe de la naturaleza divina significa que Dios está en nosotros, no nos constituye dioses sino recipientes de la naturaleza de Dios. Como miembros del cuerpo de Cristo somos llamados colectivamente ho Christo “el Cristo” (1Cor 12:12). Pero separados de Él que es la cabeza no somos nada. Todo lo podemos en Cristo que nos fortalece, pero Jesús claramente dijo “Sin mí nada podéis hacer.” (Fil 4:13; Jn 15:5) Otro argumento que a menudo es presentado para demostrar que somos dioses se basa en citas de los teólogos ortodoxos de la historia. Ireneo (130 a 202 d.C.) dijo que Dios había “llegado a ser lo que somos para que llegáramos a ser como Él Mismo es.” Atanasias (293 a 373 d.C.) dijo acerca de la encarnación de Cristo: “La Palabra fue hecha hombre para que pudiéramos llegar a ser divinos (theopoiēthōmen).” Martín Lutero escribió: “Porque la Palabra llegó a ser carne para que la carne pueda llegar a ser la Palabra. En otras palabras: Dios llega a ser hombre para que el hombre pueda llegar a ser Dios.” Estas referencias al theosis, o la divinización del hombre, serán examinados en sus contextos más adelante. Pero, por el momento solo quiero enfatizar que estaban refiriendo a la impartición de la naturaleza divina en unión con Dios y no querían decir que nosotros mismos somos dioses como muchos enseñan hoy en día. Además, lo que enseñaron los teólogos del pasado acerca de la divinidad del hombre no debe dictar nuestra doctrina. Tenemos que derivar nuestras conclusiones de las Escrituras solamente. En conclusión, hemos visto que algunos han argumentado que somos dioses basado en el hecho que fuimos creados a la imagen y semejanza de Dios. Otros dicen que somos dioses basados en el nuevo nacimiento, mientras que otros afirman que nuestra divinidad es basada en las dos cosas. Sin embargo, examinando las Escrituras, solo hay uno que califica para ser reconocido como Dios. Solo hay Uno que es Digno de Adoración Aunque muchos fueron adorados como dioses en la Biblia, solo uno es digno de nuestra adoración. Cuando Satanás tentó a Jesús en el desierto le ofreció todos los reinos de este mundo si solo fuera a postrarse y adorarle Jesús respondió: “Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás (Mt 4:10).” Pedro, en vez de aceptar adoración como un dios, le reprendió a Cornelio: “Cuando Pedro entró, salió Cornelio a recibirle, y postrándose a sus pies, adoró. Mas Pedro le levantó, diciendo: Levántate, pues yo mismo también soy hombre.” (Hch 10:25-26) Es significante notar que él no aceptó adoración como un hombre y mucho menos como un “pequeño ‘d’ dios” como suelen decir hoy en día. Tampoco hay indicación alguna de que los otros apóstoles se consideraban ser dioses. Pablo dijo: “Acerca, pues, de las viandas que se sacrifican a los ídolos, sabemos que un ídolo nada es en el mundo, y que no hay más que un Dios. Pues aunque haya algunos que se llamen dioses, sea en el cielo, o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él.” (1Cor 8:4-6). En una ocasión Pablo y Bernabé fueron tomados por dioses por los habitantes de Listra cuando Pablo sanó a un hombre cojo del nacimiento. Las multitudes estaban a punto de adorarlos como dioses y hacer sacrificios en su honor. La reacción de Pablo y Bernabé deja en claro que no se consideraban dioses: “Cuando lo oyeron los apóstoles Bernabé y Pablo, rasgaron sus ropas, y se lanzaron entre la multitud, dando voces y diciendo: Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay.” (Hch 14:14-15) Es muy obvio que Pablo y Bernabé no se consideraban divinos. ¿Será posible que ellos simplemente no hubieran recibido aún la revelación de quienes realmente eran como hijos de Dios? Solo un poco de tiempo antes del incidente en Listra Dios mostró lo que pensaba de los que aceptan gloria como si fueran dioses: “Y un día señalado, Herodes, vestido de ropas reales, se sentó en el tribunal y les arengó. Y el pueblo aclamaba gritando: ¡Voz de Dios, y no de hombre! Al momento un ángel del Señor le hirió, por cuanto no dio la gloria a Dios; y expiró comido de gusanos.” (Hechos 12:21-23) ¿Será que Dios, que hirió a un hombre con la muerte repentina por no corregir a los que lo llamaron un dios, estaría complacido con los que dicen que son dioses hoy? Ni los ángeles que son llamados dioses (elohím) en el Salmo 8:5 permitían que los hombres los tomaran como más que siervos de Dios. Juan, sobrecogido por la gloria de Dios que él vio en el ángel, se postró a adorarle y el ángel le dijo: “Mira, no lo hagas; porque yo soy consiervo tuyo, de tus hermanos los profetas, y de los que guardan las palabras de este libro. Adora a Dios.” (Apo 22:9,10) Si ni los discípulos ni los ángeles aceptaron adoración; si Herodes murió por no darle gloria a Dios cuando el pueblo lo llamó un dios; si Pablo dice que para nosotros solo hay un Dios, ¿entonces cómo podemos justificar llamarnos dioses? Habiendo establecido esto, dirijamos nuestra atención a los pasajes donde Dios mismo llama a ciertos individuos dioses. Dios Llama a Ciertos Hombres dioses. Mientras que es claro que los hombres no deben llamarse dioses ni recibir adoración como dioses, algunos hombres son llamados dioses por Dios mismo. A primera vista esto parece contradictorio. Por eso muchos han optado por un extremo o el otro sin intentar armonizar los pasajes aparentemente conflictivos. En ninguna parte somos llamados dioses en las Escrituras por haber sido creados a su imagen y semejanza. Tampoco somos llamados dioses en virtud del Nuevo nacimiento. Jesús mismo, citando el Salmo 82 mostró que el título era reservado para ciertos individuos: “Jesús les respondió: ¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois? Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada)…” (Juan 10:34-35) Primero, podemos ver que no son intrínsecamente dioses, sino que son llamados o constituidos dioses en un punto específico de tiempo referido como cuando “vino la palabra de Dios” a ellos. En otras palabras, no eran creados como dioses ni tampoco nacieron como dioses. Eran designados como dioses por el Señor en un punto específico en su vida como adultos. Esto es bien ilustrado en la vida de Moisés. Cuando tenía ochenta años la palabra del Señor vino a él: “Jehová dijo a Moisés: Mira, yo te he constituido dios para Faraón, y tu hermano Aarón será tu profeta.” (Éxodo 7:1) “Él hablará por ti al pueblo; él te será a ti en lugar de boca, y tú serás para él en lugar de Dios.” (Éxodo 4:16) ¿Cuándo fue que vino la palabra del Señor a Moisés? ¿Cómo niño? ¿a los cuarenta años cuando se sentía mejor preparado? No. La palabra del Señor no le vino a él hasta cuarenta años más tarde cuando la preparación en el desierto había hecho su obra en él, convirtiéndolo en el hombre más manso en toda la tierra. Si el Señor hubiera hecho a Moisés como un dios para Faraón cuando él se sentía listo a los cuarenta años de edad cuando mató al egipcio, hubiera sido, sin duda, para su propia ruina. No fue hasta después cuando Moisés ya no se sentía digno ni capaz, que Dios determinó que él estaba preparado. No fue hasta después de que la palabra del Señor le vino a él en la zarza ardiente y Dios le revistió con su poder y autoridad, designándole un dios o representante de Dios ante Faraón. Es importante notar que Moisés nunca se refirió a sí mismo como un dios ni recibió gloria para sí. Aun cuando su rostro resplandecía con la gloria él puso un velo sobre su rostro para cubrirlo. Cuando vino el tiempo de Dios para ungirlo con poder y autoridad para salvar a su pueblo escogido, Moisés había llegado a ser tan manso y humilde que su único deseo era hacer la voluntad de Dios y glorificarle. La única otra mención de hombres como dioses son los jueces a los que Dios les dio autoridad y poder para gobernar a Su pueblo (Éxodo 21:6; 22:8-9). Aquí la palabra traducida “jueces” es la palabra hebrea elohím que puede ser traducida “poderosos”. El único poder y autoridad que tenían, sin embargo, les fue otorgado por Dios para poder gobernar a su pueblo. Otro ejemplo de un hombre de Dios que permaneció en el desierto hasta que la palabra del Señor le viniera es Juan el Bautista. Se dice de él: “Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.” (Lucas 1:80) En la soledad del desierto Juan se fortaleció en espíritu en preparación del día de su manifestación. Muchos ahora están siendo preparados en el desierto y pronto entrarán en el día de su manifestación a toda la creación. Los que se hayan sometidos bajo la poderosa mano de Dios serán exaltados en Su debido tiempo. Los que esperan en el Señor no serán avergonzados. Cuando llegó el día de la manifestación de Juan el Bautista, el tiempo señalado por el Padre, entonces la palabra del Señor le vino a él: “En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia, y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y él fue por toda la región contigua al Jordán, predicando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados.” (Lucas 3:1-3) Juan tuvo un llamado poderoso sobre su vida desde el vientre de su madre, pero para que este llamado se cumpliese en él, fue necesario esperar el tiempo de Dios en el desierto. Los que tienen un llamado alto de Dios tienen que estar preparados en el desierto hasta que sean lo suficiente fuertes en espíritu; lo suficiente maduros para poder llevar la unción que Dios tiene para ellos. Dios empezó dándoles una promesa, una visión para lo que Él iba a hacer a través de ellos y después los llevó al desierto para prepararlos hasta un punto preciso en el tiempo conocido solo por el Padre. El desierto puede parecer interminable, pero mientras que esperamos en el Señor y aprendemos de Él allí, en su tiempo perfecto Él nos llevará a nuestra herencia. Aunque el desierto ha de haber parecido interminable para Juan, podemos ver que el tiempo de su manifestación fue preciso: “En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia, y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás…” El honor de ser llamados por Él “un dios” o un representante de Dios a las naciones, andando en Su poder y autoridad, es reservado para los que como Moisés hayan aprendido la mansedumbre; los que hayan madurado en el desierto lo suficiente para poder andar en ese nivel de unción que Dios delega solamente a Sus hijos maduros. Solo los que hayan aprendido de Él, habiendo crecido en mansedumbre y humildad de espíritu, serán capaces de andar en ese nivel de unción sin tomar la gloria para sí. Tenemos que tomar la determinación de permanecer en el desierto hasta que la palabra del Señor venga a nosotros. ¡Que Él nos encuentre allí esperando en Su tiempo perfecto sin importar cuánto tiempo tardare cuando llegue Su tiempo kairos para nosotros! Partícipes de la Naturaleza Divina Nuestra participación en la naturaleza divina es principalmente lo que los Padres de la Iglesia estaban refiriendo cuando hablaban de Dios como llegando a ser hombre en la encarnación para que el hombre llegara a ser Dios. Aunque siento que fue una manera desafortunada de expresarlo dado que es ajeno al lenguaje de las Escrituras y da lugar a conclusiones erróneas, aparentemente lo que querían expresar es que llegamos a ser un espíritu con el Señor por el nuevo nacimiento y así partícipes de la naturaleza divina (Col 3:4; Gal 2:20). Como los hijos regenerados de Dios, Su simiente divina permanece en nosotros como dijo Juan: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.” (1Jn 3:9) Contrario a la teoría de origen comúnmente enseñada en la Iglesia, Dios no nos creó ex hihilo “de la nada,” sino ex Deo “de Dios.” Como dice Pablo: “Y todo proviene de Dios (ek theos), que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación.” (2Cor 5:18 NBJ) Como podemos ver en esta traducción literal, la creación es mucho más que Dios creándonos de la nada. Toda la creación es ex Deo (ek theos), de Dios como fuente en vez de que existamos de la nada. Adicionalmente, en Colosense 1:16 vemos que no solamente fuimos creados de Dios, sino que originalmente fuimos creados en Cristo: “Porque en (en) él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de (diá) él y para (eis) él.” (Col 1:16) Considero este tema con más detalle en mi libro: “El Triunfo de la Misericordia (La Reconciliación de Todos a Través de Jesucristo).” Aquí solo quiero enfatizar que tuvimos nuestro principio en Cristo y salimos de Él como fuente de origen, en vez de haber aparecido de la nada. En la restauración final de todos, en la Dispensación del Cumplimiento de los Tiempos, absolutamente todos habrán sido reunidos en Cristo, sean en el cielo o en la tierra como dice Pablo: “dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, 10 de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra.” (Ef 1:9-10). En las épocas venideras, en la Dispensación del Cumplimiento de los Tiempos, todos habrán sido reunidos en Cristo en Quien y de Quien fueron creados en el principio. La oración de Cristo en el aposento alto en la última cena finalmente será realizada a plenitud. Su oración era que, no solamente Sus discípulos, sino todos serían reunidos el Él, así como Él es uno con el Padre: “para que todos sean uno (hen); como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno (hen) en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. 22 La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno (hen), así como nosotros somos uno (hen). 23 Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad (hen).” (John 17:21-23) Vale notar que la palabra hen, o “uno” que se repite aquí significa “uno” en el sentido numérico en vez del sentido de “unidad” nada más. Es la misma palabra que Jesús utilizó para referirse a Él y el Padre como uno (Jn 10:30). Cuando todos hayan sido reunidos en Cristo, todos que procedieron de Dios como fuente en el principio – ex Deo o ek theos, que incluye absolutamente todos, estarán en Dios (eis theos), como dice Pablo: “Porque de (ek, “procedente de”) él, y por (diá) él, y para (eís “hacia dentro de”) él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.” (Rom 11:36) Mientras que las Escrituras mantienen una distinción entre nosotros como la creación de Dios y Dios mismo, nosotros como creyentes ya hemos sido unidos a Cristo siendo un espíritu con Él, y finalmente todos habrán llegado a ser uno con Dios de una manera que no podemos comprender ahora. Cuando la última rodilla se haya doblada en sujeción a Cristo, entonces Cristo mismo se sujetará al Padre y desde ese momento Dios será todo en todos como dice Pablo: “Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos.” (1Cor 15:28” La realidad de que todos serán “reunidos en Cristo,” resultando en Dios siendo “todo en todos,” es lo que los Padres de la Iglesia Primitiva se estaban refiriendo cuando hablaban del theosis o la divinización de todos. No se trata de un panteísmo como lo de la Nueva Era, ni tampoco está diciendo que todos somos dioses, sino que hemos sido reconciliados con Dios, siendo partícipes de la naturaleza divina como hijos Suyos, siendo un espíritu con Él (Col 1:16,20; 2Pedro 1:4; 1Cor 6:17). Significa que tenemos la mente de Cristo y si andamos en unión con Él, siendo espiritual en vez de carnal, podemos conocer y discernir todas las cosas a causa de la unción (crisma) que está en nosotros (1Cor 2:15-16; 1Jn 2:27).
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