Un análisis de lo que Jesús quiso decir cuando Él dijo: “Temed a Aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno.”
por George Sidney Hurd -- “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar (apokateino); temed más bien a aquel que puede destruir (apollumi) el alma (psuque) y el cuerpo en el infierno (Gehena).” (Matt 10:28) ¿Qué quería decir Jesús cuando Él dijo que debemos de temer Aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en Gehena? Él usó la misma palabra, “temer” (phobeo), en relación a nuestro temor por aquellos a quienes no debemos de temer y Aquel a quién debemos de temer, así que, decir que “temor” aquí es simplemente “una actitud de reverencia o asombro” no mantiene el contraste paralelo. Como vimos en el blog anterior, Entendiendo el Temor de Dios, aunque no debemos de tener miedo de Dios, Su temor, sin embargo, debe estar siempre delante de nosotros para que no nos rindamos a los deseos e instintos caídos cada vez que pasamos por una prueba o somos tentados. En el contexto de Mateo 10, Jesús estaba hablando a Sus doce discípulos antes de enviarlos a predicar el evangelio del reino. Él les dijo que los estaba enviando como ovejas entre lobos y advirtió que serían perseguidos por Su nombre. Entonces, él va más allá de los doce para incluir a todos que sufrirían y morirían como mártires por su testimonio hasta que Él venga a reinar. Es en este contexto que Él dice que nuestro temor a Dios debe ser mayor que nuestro temor a los hombres que nos perseguirían y matarían por nuestro testimonio. A través de los siglos, miles de los seguidores de Cristo han sido torturados y matados, escogiendo morir antes que negar a su Señor. ¿Significa eso que tenían miedo a Dios? ¡De ninguna manera! Si lees los testimonios de los mártires, verás que a menudo cantaban con gozo mientras que fueron quemados o partidos en dos porque su primer amor era el Señor, y su mayor temor era negar a quién más amaban cuando estaban en la prueba. Ellos no tenían miedo del Señor, sino que Su temor estaba delante de ellos, haciendo tal ofensa contra su Señor impensable. Jesús dijo: “el que me negare delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios” (Lucas 12:9). Cuando viene persecución o martirio, solamente aquellos que Lo aman más que la vida misma serán fieles hasta la muerte, recibiendo la corona de la vida (Apo 2:10). Los demás retrocederán por temor a los hombres, negándole a Él con tal de salvar sus propias vidas. Entonces, según Jesús, ¿qué es lo que debemos de temer? ¿la exterminación? ¿un castigo eterno? ¿Cómo debemos de entender “destruir el alma y el cuerpo en Gehena?” Si estaba advirtiendo de un castigo eterno, como creen muchos, hubiera sido una nueva revelación alarmante para Sus discípulos, dado que en ninguna parte del Antiguo Testamento vemos mención alguna de tormentos postmórtem más allá de vergüenza, y mucho menos hay registro en el Antiguo Testamento de tormentos sin fin. Algunos han sugerido que Jesús no quería que entendiéramos de eso que Dios realmente destruiría un alma y cuerpo en Gehena, sino que Él estaba diciendo nada más que Él tiene la capacidad de hacerlo. Pero, para mí, es muy poco probable que Jesús daría una advertencia de algo que Dios no haría en realidad. Claramente, Jesús quería que entendiéramos que algunos de hecho sufrirían esta destrucción escatológica del alma y el cuerpo en Gehena o el Lago de Fuego. Este pasaje, tomado fuera del contexto, podría aparentar a confirmar lo que dicen los aniquilacionistas que creen que el cuerpo resucitado de los impíos, junto con sus almas, serán destruidos o exterminados en Gehena. Pero en el mismo capítulo en versículo 39, aclara que la expresión “destruir el alma”, no está hablando de la aniquilación del alma, sino que está refiriéndose a la subyugación de la vida del alma al espíritu: “El que halla su vida (suque “alma”), la perderá (apólumi); y el que pierde (apólumi) su vida (alma) por causa de mí, la hallará.” (Mateo 10:39) Jesús aquí usa las mismas palabras que en el versículo 28. La verdad enseñada aquí por Jesús ha sido oculta por los traductores, quienes, en vez de traducir apólumi y suque de la misma manera en ambos versículos, lo tradujeron “destruir el alma” en 28 y en 39 lo cambiaron por “perder su vida.” Es obvio que Jesús quería expresar la misma cosa en ambas instancias, pero los traductores nos dejan con la impresión de que estaba hablando de dos cosas no relacionadas. ¿Qué es lo que Jesús quería decir con la expresión “perder o destruir el alma”? La Biblia deja en claro que el hombre está compuesto de cuerpo, alma y espíritu: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.” (1Tes 5:23) El hombre entero, según Pablo, es 1) espíritu, 2) alma y 3) cuerpo. Lo inmaterial de nosotros está compuesto de alma y espíritu. Aunque el hombre natural no ve ninguna distinción entre los dos, en el libro de los Hebreos nos dice que la palabra de Dios distingue entre lo que es del alma y lo que es del espíritu: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.” (Heb 4:12) El hombre, aparte de la revelación de la Palabra de Dios, es incapaz de distinguir entre lo que proviene de su espíritu y lo que proviene de su alma, pero la palabra de Dios es como una espada de dos filos y capaz de revelar cuándo estamos actuando en el alma y cuándo actuamos en el espíritu. Nuestro espíritu es lo que nos relaciona con Dios quien es Espíritu. Por nuestro espíritu podemos oír la voz de Dios y tener comunión con Él. Dios creó al hombre para vivir con su espíritu en comunión con Él, y el alma y cuerpo sometidos al espíritu del hombre. Cuando el hombre cayó, perdió la comunión con Dios. Como el espíritu ya no escuchaba la voz de Dios, su alma ya no vivía alineada y sujeta al espíritu, sino al cuerpo con sus cinco sentidos. En esta condición caída, el alma ya no vivía según su espíritu, guiado por Dios, sino según los deseos de la carne. Ya no tenía percepción espiritual, solamente percibía con los cinco sentidos de la carne. El hombre que una vez fue espiritual llegó a ser carne (Gén 6:3). Las personas que viven así; según el alma y no según el espíritu, son llamados “carnales” o “del alma”. La palabra en el griego que expresa “del alma” es súquicos que es el adjetivo de suque (alma). “Pero el hombre natural (súquicos “del alma”) no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. 15 En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie… De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales…” (1Cor 2:14,15; 3:1) “Estos son los que causan divisiones; los sensuales (súquicos “del alma”), que no tienen al Espíritu.” (Judas 19) “porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal (súquicos “del alma”), diabólica.” (Stg 3:15) El hombre natural o “del alma” es carnal, dado que no oye a Dios, y por lo tanto solo vive en el alma, según los cinco sentidos, cumpliendo los deseos de la carne y no los del Espíritu. Cuando uno nace de nuevo, es el espíritu que nace de nuevo. Después de nacer del Espíritu, tenemos la capacidad de percibir una vez más las cosas de Dios y hacer la voluntad de Él, viviendo según el Espíritu y no según el alma, cumpliendo los deseos de la carne (Jn 3:3,6). Sin embargo, la vida del alma tiene que ser destruida y reemplazada por la vida del espíritu. En Adán, nuestra alma ya no estaba sujeta al Espíritu. Ahora, con nuestro espíritu renacido, es necesario subyugar nuestra alma a nuestro espíritu. Cuando Jesús dijo que era necesario perder o destruir (apólumi) nuestra alma, creo que estaba diciendo que era necesario morir al dominio del alma, sujetándola a nuestro espíritu renacido. La palabra apólumi en el Nuevo Testamento significa a veces “destruir, rendir nulo o inoperativa,” y a veces significa “perder.” Creo que la idea expresada en este caso es rendir (inoperativo) el dominio del alma en nuestra vida. Ya no debemos vivir más según nuestros sentimientos y razonamiento, sino según la palabra rhema de Dios. Ya no debemos vivir según nuestra voluntad, sino según la voluntad de Dios. El alma tiene que ser sujetada otra vez al espíritu, en comunión con Dios, y no siguiendo la carne para cumplir los deseos de ella. “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. 25 El que ama su vida (alma), la perderá (apólumi); y el que aborrece su vida (alma) en este mundo, para vida eterna (zoe aionios) la guardará.” (Jn 12:24-25) Si nosotros como creyentes tomamos nuestra cruz, siguiendo los pasos de Jesús, poniendo nuestras almas por los demás, estamos sirviéndole al Señor en espíritu. Pero si somos súquicos, “del alma,” entonces Dios interviene con disciplina para que no seamos condenados con el mundo. “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; 32 mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo.” (1Cor 11:31-32) Aquí vemos que el castigo del Señor tiene un propósito correccional, para que no recibamos nuestra parte con los incrédulos, siendo condenados con el mundo. El propósito de esta disciplina podemos ver en 1Corintios 5:5 donde Pablo dice: “el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús.” (1Cor 5:5) La destrucción de la carne no está hablando del cuerpo físico, sino el actuar del alma, siguiendo los deseos de la carne y no los deseos del Espíritu. Dios permite que uno reciba las consecuencias de actuar en la carne ahora, para que el espíritu sea salvo en el día del Señor, así salvándonos del juicio del Gran Trono Blanco y de sufrir daño de la Segunda Muerte. Si nos sometemos a Dios, subyugando nuestra alma a nuestro espíritu en esta vida, Dios no tendrá que destruir la dominancia del alma después. Si no lo hacemos en esta vida, tendremos que sufrir la destrucción del alma en la Segunda Muerte en el lago de fuego, porque sin la santidad nadie verá al Señor. Muerte, Destrucción y Aniquilación Los que creen que el destino de los impíos es de ser aniquilados, entienden muerte y destrucción como la cesación de toda existencia. En cambio, los tradicionalistas que enseñan castigo eterno en el infierno insisten que la muerte – sea la primera muerte, o la segunda – no es el fin de la existencia. Los universalistas bíblicos, iguales como los tradicionalistas, creen que el alma nunca dejará de existir. Difieren de los tradicionalistas en que creen que la Segunda Muerte es un proceso correccional que termina con restauración y con Dios siendo todo en todos. Para ellos, ni la muerte ni la destrucción significan aniquilación de nuestro ser, sino una transformación y purificación. Los que creen en Cristo en esta vida y destruyen o mueren a la vida del alma ahora, no tienen que sufrir daño de la Segunda Muerte después. Pero los que no creen en esta vida serán purificados en el lago del fuego, teniendo su parte en la Segunda Muerte o la destrucción eonian que sigue después del juicio. En la Biblia, ni la muerte ni la destrucción expresan el concepto de aniquilación. Nada en toda la creación de Dios deja de existir – solo cambia de estado. Yo demuestro esto con detalle en mi libro ¿Exterminación o Restauración? La misma palabra apólumi aparece en 2Pedro 3:6 donde dice, el mundo de entonces pereció (apólumi) anegado en agua. Es evidente que el mundo no dejó de existir, dado que estamos habitándolo ahora. Todavía respiramos el mismo aire, tomamos la misma agua y aramos la misma tierra. Lo que es expresado con la palabra apólumi es que sufre un cambio. En la mayoría de las ocurrencias de la palabra apólumi y sus derivadas, simplemente refiere a algo que se perdió, pero es encontrado después: “¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde (apólumi) una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió (apólumi), hasta encontrarla?” (Lucas 15:4) “¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde (apólumi) una dracma, no enciende la lámpara, y barre la casa, y busca con diligencia hasta encontrarla? 9 Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, diciendo: Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido (apólumi).” (Lucas 15:8,9) “porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido (apólumi), y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.” (Lucas 15:24) Muchas veces vemos que apólumi es utilizado en referencia a la muerte, pero la muerte en la Biblia no significa “dejar de existir,” sino refiere a un cambio de existencia. Esto es evidente en varios textos: “Pues tengo por justo, en tanto que estoy en este cuerpo (tabernáculo), el despertaros con amonestación 14 sabiendo que en breve debo abandonar el cuerpo (tabernáculo), como nuestro Señor Jesucristo me ha declarado. 15 También yo procuraré con diligencia que después de mi partida vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas.” (2Pedro 1:14-15) “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. 22 Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. 23 Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; 24 pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros.” (Fil 1:21-24) “Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo.” (2Cor 12:2-3) El hecho de que Pablo no estaba seguro si estaba o no en su cuerpo, deja en claro que el alma y espíritu tienen una existencia consciente independientemente del cuerpo. Él también habla de partir de su cuerpo de carne o quedarse más tiempo – expresiones que no tendrían sentido si no hubiera existencia independientemente del cuerpo. Pedro habla de vivir en el tabernáculo de su cuerpo, abandonándolo y partiendo de él. Estas expresiones solo tienen sentido entendiendo que uno tiene una existencia independiente del cuerpo. Entonces podemos ver que la destrucción del cuerpo y del alma no hace referencia a la aniquilación, sino el apólumi o cambio del estado del alma y del cuerpo, haciéndolos sujetos a Cristo a través del fuego de las pruebas en esta vida o después en Gehena. Jesús presentó la destrucción del alma como una experiencia mucho peor que solo la muerte física, pero no significa la aniquilación, ni algo interminable, como sería un infierno eterno. En conclusión, es claro que Jesús no estaba refiriéndose a la aniquilación de nuestro ser esencial, y mucho menos estaba hablando de ser confinado a un estado perpetuo de tormentos, sino a ser echado a la corrección (eonian) en el Lago de Fuego purificador, en vez de serle concedida la entrada en la vida (eonian) del reino cuando Cristo venga y separe las ovejas de las cabras. Presento el tema de la naturaleza purificadora de Gehena o el Lago de Fuego en mi blog, Azufre, Sal y el Fuego del Fundidor. Para mí, es claro que, en Mateo 10:28 Jesús está haciendo referencia de la segunda muerte, la muerte de la carne independiente y la vida almática. Claramente es algo que debemos de temer aún más que la corrección del Padre en esta vida. Si Gehena no fuera algo que temer, Jesús no hubiera dicho que sería mejor quitarse un ojo y una mano, que ser excluido del reino y echado al fuego (eonian) de Gehena (Mt 18:8-9). Solamente las ovejas son permitidas a entrar en el reino cuando Cristo viene otra vez. El resto de los que están vivos son enviados a la corrección eonian en Gehena, o el Lago de Fuego purificador preparado para el diablo y sus ángeles (Mt 25:41-46). Al decir eso, Jesús no estaba diciendo que debemos de vivir en un estado continuo de temor. En vez de eso, Jesús nos hubiera dicho de manera semejante de lo que dijo Moisés a los hijos de Israel en Sinaí: “No teman, sino mantengan siempre Su temor delante de ustedes para que, cuando están en la prueba, permanezcan fieles a Él, en vez de caer en el temor de los hombres, negándome a Mí.” Este blog es un extracto de mi libro: El Triunfo de la Misericordia.
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