por George Sidney Hurd “Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. 32 A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero.” (Mateo 12:31-32) “De cierto os digo que todos los pecados serán perdonados a los hijos de los hombres, y las blasfemias cualesquiera que sean; 29 pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tiene jamás perdón, sino que es reo de juicio eterno.” (Marcos 3:28-29) Cuando los escribas atribuían a Beelzebú, el príncipe de los demonios, el poder que tenía Jesús para echar fuera demonios, Jesús les respondió a ellos con esta advertencia. Por lo tanto la blasfemia del Espíritu Santo es el pecado de ver una evidente manifestación del poder del Espíritu Santo y, sabiendo que es el Espíritu Santo, atribuirla al diablo. La mayoría hoy en día entienden de estos versículos que la blasfemia del Espíritu Santo es un pecado que nunca jamás será perdonado por Dios. Están tan seguros de que nunca será perdonado jamás que los traductores tradujeron “no tiene perdón hacia dentro la época (eis ton aiona)” por “no tiene jamás perdón”. Y dado que es difícil definir exactamente qué podría constituir la blasfemia contra el Espíritu Santo, muchos viven en temor de que ya hayan cometido este pecado “imperdonable”. El entendimiento tradicional de este pasaje ha sido la causa de quebrantos emocionales y hasta suicidios de personas sensibles, y muchas más personas han vuelto al mundo sin esperanzas de salvación por pensar que, de alguna forma, habían cometido este pecado. Estos pasajes como traducidos tradicionalmente y predicados desde los púlpitos han sido un instrumento del acusador para destruir muchas vidas a través de la historia. Es digno notar que los padres de la Iglesia primitiva que hablaban el mismo griego en que estas palabras fueron escritas originalmente, no entendían este pecado como imperdonable. San Atanasio de Alejandría (295 d.C. a 373 d.C.) dice de este pecado: “Si se arrepienten pueden obtener perdón, porque no hay pecado imperdonable con Dios a los que verdaderamente se arrepientan.” [1] San Crisóstomo 386 d.C. dice: “Sabemos que este pecado ha sido perdonado a algunos que se han arrepentido de ello.” [2] ¿Por qué será que los más cercanos en tiempo de los apóstoles creían que era posible ser perdonados de la blasfemia contra el Espíritu Santo, mientras que ahora la mayoría niega la posibilidad de perdón? Ellos eran muy familiarizados con las Escrituras y defensores de su absoluta autoridad. Yo veo tres razones principales: En primer lugar, los padres griegos no estaban leyendo una traducción influenciada por la tradición, sino que leían el Nuevo Testamento en griego como originalmente escrito. La influencia de la tradición del castigo eterno se puede ver en la mayoría de las traducciones comparándolas con el original. Vamos a examinar los dos textos más de cerca. Marcos 3:29 ha sido traducido de la siguiente manera: “De cierto os digo que todos los pecados serán perdonados a los hijos de los hombres, y las blasfemias cualesquiera que sean; 29 pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tiene jamás perdón, sino que es reo de juicio eterno.” (Marcos 3:28-29) Vemos que los traductores tradujeron la palabra griega aión que significa “época” con la palabra “jamás” para dar la impresión de que nunca existiría posibilidades de perdón. El texto simplemente dice que “no tiene perdón hacia dentro de la época”. Hay mucha diferencia entre una época y jamás. La frase “juicio eterno” es literalmente “juicio eonian” (aionios krisis). Eso indica que uno que blasfema contra el Espíritu Santo es en peligro de un pecado con consecuencias que duran una época o épocas. La palabra aionios hace referencia a una medida larga de tiempo indefinido y no debe ser traducido como eterno. Demuestro esto con más detalle en mi blog: La Duración del Castigo. Una traducción literal del versículo 29 aclara el mensaje comunicado por Jesús: “cualquiera que blasfeme al Espíritu no tiene perdón hasta la época, sino que está expuesto al juicio eónian.” (Emphatic Diaglott) Ahora examinemos lo que dijo Jesús en esta ocasión según Mateo: “Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. 32 A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero.” (Mateo 12:31-32) “A cualquiera que hable una palabra contra el Hijo del Hombre le será perdonado, pero quienquiera que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en esta época, ni en la venidera.” (Mateo 12:32 Youngs Literal Translation) Primero dice en el versículo 31 que la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada, sin especificar por cuanto tiempo. En versículo 32 explica: “no le será perdonado, ni en esta época, ni en el venidero.” No dice que no será perdonado por toda la eternidad, sino que no será perdonado “ni en este siglo (aión) ni en el venidero”. Este siglo (época) refiere a la época en la cual Jesús estaba ministrando. El venidero es el siglo (época) siguiente, o sea el milenio, o según otros, “la época de la Iglesia”. Esto difiere bastante de la eternamente. Aún decir por los siglos de los siglos (por las épocas de las épocas) no sería equivalente a la eternidad porque épocas son medidas de tiempo y no eternidad. Tampoco debemos de concluir que “no le será perdonado” es sinónimo con “irá a un infierno eterno”. Cuando Mical, la esposa de David, se burló de David por danzar delante del Señor con todas sus fuerzas, Dios se enojó con ella y ella quedó estéril por el resto de su vida. Aunque ella no recibió perdón de Dios por ese pecado mientras vivía, seguía como esposa de David con todos los demás privilegios de la vida (2Sam 6:14-23). No debemos interpretar “no le será perdonado” como sinónimo con “irá al infierno”. Si yo fuera a dar empleo a un hermano para hacer una obra en la construcción de la iglesia, y me doy cuenta de que está robando materiales, probablemente no le daría más oportunidad para trabajar en la construcción de la iglesia, pero eso no quiere decir que le excluiría de la comunión de la iglesia o que él dejaría de ser mi amigo. En segundo lugar, los padres de la iglesia conocían el corazón perdonador y misericordioso de Dios. Sabían de las Escrituras que “el Señor no desecha para siempre; Antes si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias” (Lam 3:31-32). Que Él “no contenderá para siempre, ni para siempre guardará el enojo” (Salmo 103:9), y que “para siempre es su misericordia” (Salmo 107:1). Que “Él es misericordioso y clemente, tardo para la ira, y grande en misericordia, y que se arrepiente del castigo” (Joel 2:13 RVG). Vemos en las Escrituras múltiples ejemplos donde Dios, en su misericordia, se arrepintió del castigo declarado contra personas, y los padres de la Iglesia no tenían motivo de pensar que Dios se había cambiado. Un ejemplo es el caso de la ciudad de Nínive. La palabra de Dios declarada contra Nínive fue: “De aquí a cuarenta días Nínive será destruida” (Jonás 3:4). Pero cuando el pueblo de Nínive se arrepintió, Dios se arrepintió del castigo que había declarado contra Nínive. Cuando Jonás se dio cuenta de que Dios se había arrepentido del mal declarado contra Nínive, se molestó en gran manera y le dijo a Dios: “sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte, y de grande misericordia, y que te arrepientes del mal” (Jonás 4:2). Jonás y la Iglesia primitiva reconocían algo de la naturaleza de Dios que la Iglesia tradicional de hoy todavía necesita redescubrir: que Dios es grande en misericordia y que se arrepiente del mal. Otro ejemplo es el caso de Conías (Jeconías cf. 1Cron 3:17). Dios hizo un juramento contra él, diciendo que ninguno de su descendencia lograría sentarse sobre el trono de David. “Vivo yo, dice Jehová, que si Conías hijo de Joacim rey de Judá fuera anillo en mi mano derecha, aun de allí te arrancaría… 27 Y a la tierra a la cual ellos con toda el alma anhelan volver, allá no volverán… 30 Así ha dicho Jehová: Escribid lo que sucederá a este hombre privado de descendencia, hombre a quien nada próspero sucederá en todos los días de su vida; porque ninguno de su descendencia logrará sentarse sobre el trono de David, ni reinar sobre Judá.” (Jer 22:24,27,30) Vemos cómo Dios juró que ninguno de su descendencia lograría sentarse sobre el trono de David, y que, aún si Conías fuera el anillo en Su mano derecha, de allí lo arrancaría. Hasta lo declaró privado de descendencia. Esas palabras no daban ningunas esperanzas de que los descendientes de Conías reinarían jamás en Judá. Pero, ¿Se cumplió la maldición contra él y sus descendientes, o se arrepintió Dios del castigo pronunciado? Conías fue llevado cautivo a Babilonia y allí murió. Pero cuando se cumplieron los 70 años de cautiverio, y el rey Ciro permitió a los judíos volver a Jerusalén, el nieto de Conías, Zorobabel (c.f. 1Cron 3:17-19), fue puesto por Dios sobre Judá. Dios en su misericordia se arrepintió del castigo que había declarado contra Conías y su descendencia. Dios profetizó por medio de Hageo diciéndole que iba a devolver toda la bendición y autoridad sobre Judá que su abuelo había perdido: “Vino por segunda vez palabra de Jehová a Hageo, a los veinticuatro días del mismo mes, diciendo: 21 Habla a Zorobabel gobernador de Judá, diciendo: Yo haré temblar los cielos y la tierra; 22 y trastornaré el trono de los reinos, y destruiré la fuerza de los reinos de las naciones; trastornaré los carros y los que en ellos suben, y vendrán abajo los caballos y sus jinetes, cada cual por la espada de su hermano. 23 En aquel día, dice Jehová de los ejércitos, te tomaré, oh Zorobabel hijo de Salatiel, siervo mío, dice Jehová, y te pondré como anillo de sellar; porque yo te escogí, dice Jehová de los ejércitos.” (Hageo 2:20-23) Aquí podemos ver que Dios de verdad es un Dios lleno de misericordia y que se arrepienta del castigo. A Conías le dijo claramente que como un anillo de su mano derecha lo iba a arrancar de su trono y que ninguno de su descendencia lograría sentarse sobre el trono de David. Ahora unos 70 años después dijo a su nieto: “Yo te escogí, y te pondré como anillo de sellar”. Esta declaración es lo opuesto a la declaración contra Conías, su abuelo, 70 años antes. Los padres griegos antes de la influencia de San Agustín y la Iglesia institucionalizada todavía veían al Señor como el Dios misericordioso y clemente, tardo para la ira, y grande en misericordia, y que se arrepiente del castigo. Ellos todavía creían que la misericordia triunfa sobre el juicio. Sin embargo, la Iglesia romana bajo la supervisión de las autoridades gobernantes, cambiaron la cara de Dios e introdujeron al pueblo al dios cruel de la Época Oscura. Entonces podemos ver que los padres griegos, leyendo estos textos en su forma original, no hubieran tenido problema aceptando la posibilidad del eventual perdón de todos los pecados, incluyendo la blasfemia del Espíritu Santo. Eso, combinado con un conocimiento del corazón perdonador de Dios, que Él no desecha para siempre y que es misericordioso y clemente y se arrepienta del castigo, lleva a uno a la conclusión de que no hay ningún pecado que no será perdonado; aún la blasfemia del Espíritu Santo. Este blog es un exerto de mi libro El Triunfo de la Misericordia. [1] Thomas Allin, Christ Triumphant [2] Ibid
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