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por George Sidney Hurd
Este artículo fue tomado del libro, Exterminación o Restauración? La definición de la muerte es importante, tanto para el Tradicionalista como para el Aniquilacionista. Los Tradicionalistas la definen como separación, y por lo tanto dicen que la segunda muerte consiste en una muerte o separación eterna de Dios. Por otro lado, los Aniquilacionistas tienen que argumentar que la segunda muerte significa aniquilación o cesación de existencia, después de ser resucitado y condenado en el Juicio del Gran Trono Blanco. Como Restauracionista Universal, veo la segunda muerte - no como la cesación de existencia, ni tampoco como eterna separación de Dios, sino una muerte o separación eonian de la vida carnal y almática en el lago de fuego purificador. Es la muerte del independiente “yo” que aun nosotros como creyentes tenemos que pasar ahora en esta vida a través de las aflicciones que nos santifican o separan de lo que es carnal y almático, produciendo en nosotros la santidad sin la cual nadie verá al Señor (Heb 12:14). Los que no mueran a la carne y a la vida almática ahora en esta vida - negándose a sí mismos, no tendrán parte en la primera resurrección y sufrirán daño de la segunda muerte. Sin embargo, la segunda muerte es eonian – no eterna, y resulta en la restauración final de todos (Hch 3:21; Apo 20:6; Rom 11:36, etc.). Finalmente, toda muerte – tanto la primera como la segunda, será destruida – no por medio de una exterminación en masa, comparable a los campos de exterminio de Hitler, sino que la muerte será destruida cuando todos hayan sido atraídos a Cristo y vivificados. La muerte no es lo que destruye la muerte, como dicen los Aniquilacionistas. Es la vida de resurrección de Cristo, la que finalmente absorberá toda muerte, dando como resultado que Dios sea todo en todos (1Cor 15:22,26-28; 2Cor 5:4). Definición Léxica Bajo circunstancias normales simplemente consultaríamos a los léxicos para una definición precisa de una palabra en las Escrituras, porque han sido compilados por lingüistas que han estudiado extensivamente los significados de las palabras en su idioma original, no solamente en el Nuevo Testamento, sino también en la literatura secular de esa época. Thayer define “muerte” (thanatos) como: “propiamente, la muerte del cuerpo, i.e. aquella separación (sea natural o violenta) del alma del cuerpo terminando la vida en la tierra.” Vines define la muerte diciendo: “thanatos “muerte,” se usa en las Escrituras refiriendo a: (a) la separación del alma (la parte espiritual del hombre) del cuerpo (la parte material), el posterior dejando de funcionar y volviendo al polvo, e.g., Juan 11:13; Heb 2:15; 5:7; 7:23 y Heb 9:15). (b) la separación del hombre de Dios; Adán murió en el día que desobedeció a Dios, Gén 2:17, y en consecuencia toda la humanidad nace en la misma condición espiritual, Rom 5:12,14,17,21).” Vines define el verbo apothnesko diciendo: “lit., ‘morir apartado de’ se usa…de la separación del alma del cuerpo, i.e., la ‘muerte’ natural de seres humanos.” Estas son algunas de las fuentes léxicas más precisas y autoritativas a nuestra disposición. Sin embargo, reconocemos que aun algunos de los eruditos más destacados pueden ser tan influenciados por la tradición que inconscientemente afecta sus definiciones de ciertas palabras según sus creencias. Así que, cuando hay duda debemos utilizar una concordancia para examinar cada contexto donde aparecen las palabras para confirmar sus conclusiones. Al examinar el contexto donde se refiere a la muerte en la Concordancia Englishman’s del Hebreo y el Griego, pude confirmar la existencia del concepto de una separación expresado por las palabras originales que son traducidas “muerte.” La Biblia se refiere - no solamente a la muerte física, sino por lo menos a 4 otras muertes, como es ilustrado abajo, y podemos ver que en cada caso, la palabra “muerte” no habla de cesación o aniquilación sino de separación.
La Muerte Espiritual
Dios le advirtió a Adán, diciendo: “mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.” (Gén 2:17). O más literalmente: “muriendo morirás.” Por lo tanto, la traducción griega del Antiguo Testamento (LXX) lo traduce: thanato apothaneisthe - “al morir estarás muriendo.” También, la Traducción Literal Young’s dice: “muriendo mueres” y la Versión Literal Concordant lo traduce: “al morir estarás muriendo.” Sea lo que sea la traducción correcta, una cosa es clara – en algún sentido Adán murió aquel mismo día, aunque no murió físicamente por otros 930 años. Entonces, ¿de qué manera murió Adán en ese mismo día? Por su acto de independencia contra Dios, tomando del fruto prohibido, él cortó la comunión con Dios, llegando a ser separado de Dios o muerto en relación a Dios. Ni Adán, ni Dios, dejaron de existir en aquel día. Lo que sucedió fue que Adán murió espiritualmente en el sentido de estar separados de Dios. Los Aniquilacionistas, que son Fisicalistas (los que niegan la distinción entre el cuerpo u hombre exterior, del alma u hombre interior), entienden la rendición “ciertamente morirás” como refiriéndose al hombre entero en el sentido de dejar de existir. Ellos creen que los que dicen que el alma sigue existiendo en un estado consciente después de la muerte física han creído la mentira de Satanás: “no moriréis.” (en inglés es traducido: “realmente no morirán”). Sin embargo, Dios claramente dijo que ellos morirían aquel mismo día. Entonces, es obvio que, según la advertencia de Dios, una muerte realmente ocurrió en aquel mismo día, y es obvio que no era la muerte física. La evidencia de que esta muerte inmediata fue la separación de Dios se ve por el hecho de que ellos de repente estaban conscientes de que estaban desnudos y se escondieron de Dios. En realidad, por negar que la muerte de Adán y Eva sucedió en el mismo día en que tomaron del fruto prohibido, los Fisicalistas se ponen de acuerdo con la declaración de Satanás, diciendo que ellos realmente no murieron en el mismo día en que tomaron del árbol. Satanás aún presenta al hombre con la mentira que el pecado no resulta en la muerte espiritual (Stg 1:13-16). Aunque el pecado también acorta la vida física, la artimaña del diablo normalmente no es decirnos que no moriremos físicamente por el pecado, dado que todos ya sabemos que, tarde o temprano, vamos a morir físicamente. Cuando Dios creó a Adán, Él sopló en él aliento de vidas (Heb. plural) (Gen 2:7). ¿Qué vidas recibió en ese momento? En primer lugar, él recibió vida en unión con Dios, y al mismo tiempo llegó a ser vivo en su cuerpo recién formado. Antes de la caída, Adán era predominantemente espíritu en su esencia. Su cuerpo fue formado del polvo de la tierra, pero Dios sopló un espíritu en su cuerpo. Entonces, él llegó a ser un espíritu revestido de carne. Sin embargo, la parte de Adán que murió, o llegó a ser separada en aquel día era su espíritu que le capacitaba a tener comunión con Dios, quien es espíritu. Dios, antes de destruir la humanidad en el diluvio, lamentaba diciendo: “No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne.” (Gen 6:3). Ya no era predominantemente espíritu, sino que había llegado a ser solamente carne - carnal. Desde el día de la caída de Adán, todos nacemos según el género del Adán caído – espiritualmente muertos o separados de Dios. En vez de ser un espíritu revestido en carne, estábamos sin vida espiritual, siendo separados de Dios, dejándonos solamente con la carne. Ni el espíritu de Adán, ni Dios, dejaron de existir cuando sucedió esta muerte. En realidad, no somos enteramente separados de Dios. En Él todos nosotros – incluyendo los que aún no han nacido de nuevo, vivimos y nos movemos y somos (Hch 17:28). Sin embargo, todos nacemos muertos a Dios, quien es espíritu, en Adán, porque el espíritu que recibimos de Dios estaba muerto o separado de Él. Pablo dice que estábamos ajenos de la vida de Dios (Ef 4:18). Todos estábamos muertos espiritualmente hasta que nuestro espíritu nació de nuevo o fue regenerado: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados…. 5 aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), 6 y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús.” (Ef 2:1,5,6) Observe, que tanto nuestra muerte, como nuestra vivificación, son presentadas en tiempo pasado. Para los que están en Cristo, nuestro espíritu u hombre interior ya ha sido vivificado. En Adán, no solamente moriremos todos físicamente, sino que en él nacemos con espíritus muertos que heredamos de él, debido a su pecado original, resultando en la muerte espiritual (Rom 5:15). No somos pecadores porque pecamos, sino que pecamos porque somos pecadores de nacimiento, por el pecado heredado desde Adán. El espíritu de Adán murió en relación a Dios en el momento que cometió ese solitario acto independiente. Y todos nosotros, como su simiente, nacemos con un espíritu muerto – no en el sentido de que no existe, sino en que es separado de Dios, la fuente de la vida. Lo que tiene que nacer de nuevo del Espíritu Santo para poder ver el reino de Dios es nuestro espíritu humano (Juan 3:3-6). El remedio de Dios para la muerte espiritual es regeneración, y Su remedio para la muerte física es resurrección a la inmortalidad. Tanto la muerte espiritual, como la muerte física, vinieron a todos los hombres en Adán. Pero ambas muertes finalmente serán anuladas para el mismo “todos” que murieron en Adán, en Cristo – el último Adán y Salvador del mundo entero (Rom 5:15, cf. 1Cor 15:21-23; Juan 1:29; 1Juan 2:2). Cuando Cristo derramó Su sangre en la cruz, Él logró una reconciliación universal para toda Su creación, tanto lo visible como lo invisible (Col 1:16,20). En el instante que respondemos a esta reconciliación, siendo reconciliados en nuestros corazones, Él nos hace nacer de nuevo, así siendo partícipes de la naturaleza divina, en unión con Dios por medio de Cristo (2Cor 5:19-21; Juan 1:12-13; 1Cor 6:17). En Cristo, ya no hay más separación (muerte) porque nosotros que antes estábamos lejos hemos sido hechos cercanos por la sangre de Jesús (Ef 2:13; Col 1:21-22). Habiendo ya recibido Su vida eterna, nada ni nadie podrá quitarnos esa vida que hemos recibido – separándonos de nuevo de Dios (Rom 8:35-39; Juan 10:28-29). Así que, vemos que la muerte en relación a Dios no habla de una cesación sino de una separación. Lo mismo se puede decir de nuestra muerte al pecado (Rom 6:10-11). Seguimos existiendo como individuos y el pecado también continuará existiendo por un tiempo. Ni nosotros ni el pecado dejan de existir, sino que hemos sido santificados o separados del pecado en Cristo y por lo tanto somos muertos al pecado. Solo en el sentido de separación podemos decir que hemos muerto al pecado, dado que tanto nosotros, como el pecado, aún existimos. Lo mismo se aplica en cuanto a la Ley. Nosotros existimos y la Ley también existe, pero hemos muerto a la Ley – habiendo sido librados o separados de ella para poder vivir en relación con Dios a través de Cristo, que ahora es nuestra vida misma (Rom 7:1; Gál 2:19-21). La segunda muerte, que veremos más adelante, también se refiere a una muerte que es la separación o santificación de lo espiritual de lo que es carnal y almática. Es una muerte que todos tienen que morir – ahora en esta vida o más tarde, recibiendo su parte en el lago de fuego y azufre, que es la segunda muerte (Apo 2:11; 21:8). La Muerte Física Ya habiendo visto en los capítulos anteriores que nuestro espíritu y alma son distinguibles de nuestros cuerpos; que el nuevo nacimiento de nuestro espíritu a la vida eterna ocurre en el momento que recibimos a Cristo, y que es distinto del nacimiento de nuestros cuerpos físicos, y que nuestra alma y espíritu regenerado tienen una existencia consciente aparte del cuerpo, es mucho más fácil comprender que la muerte física no es la cesación de nuestra existencia sino solamente la separación de nuestro hombre interior de nuestro hombre exterior. Como fue mencionado anteriormente, decía acerca de los santos que habían muerto antes de la ascensión de Cristo que “fueron unidos a su pueblo.” (Gén 25:8,17; 35:29; Nú 20:24,26; Deut 32:50, etc.). Que no está refiriéndose a una fosa común es evidente porque a menudo murieron y fueron sepultados muy lejos de las sepulturas de sus ancestros. También la expectativa de David claramente fue una reunión inmediata con sus seres queridos al morirse cuando dijo de su hijo que acaba de morir: “Yo voy a él, mas él no volverá a mí.” (2 Sam 12:23). Así que, esta reunión no puede hacer referencia a sus cadáveres en una fosa común, sino que se referían a la reunión de las almas que son reunidas al morir. También, muriendo es a menudo presentado como el alma saliendo del cuerpo y habla de una separación en vez de una cesación. Por ejemplo, cuando Raquel estaba muriéndose, dando a luz a Benjamín dice: “Y aconteció que al salírsele el alma (pues murió)…” (Gén 35:18). También vemos que, cuando Dios levanta a alguien de los muertos, como hizo por medio de Elías al resucitar el hijo de la viuda, que el alma sale con la muerte, pero vuelve otra vez al ser resucitado: “Y se tendió sobre el niño tres veces, y clamó a Jehová y dijo: Jehová Dios mío, te ruego que hagas volver el alma de este niño a él. 22 Y Jehová oyó la voz de Elías, y el alma del niño volvió a él, y revivió.” (1Reyes 17:21,22) Los que niegan la existencia consciente después de la muerte, comúnmente responden diciendo que el “alma” simplemente se refiere a “la fuerza de la vida” en vez de un alma consciente que sale del cuerpo o vuelve al cuerpo. Sin embargo, eso no es el lenguaje de las Escrituras. Cuando es profetizado de Cristo diciendo: “Porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu Santo vea corrupción” (Hch 2:27), ¿quería decir con eso “no dejarás mi ‘fuerza de vida’ en el Hades?” ¡Claro que no! Lo que dice es que Él estaba confiado en que Dios no lo dejaría en un estado de muerte o separación de Su cuerpo mientras el cuerpo yacía en el sepulcro y Su alma estaba en el Hades o en la esfera invisible de las almas de los muertos. Cuando Jesús nos dijo que no temiéramos los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma, ¿quería decir con eso que ellos podían matar el cuerpo, pero no la fuerza de vida? La respuesta debe ser obvia. Mientras que el hombre puede matar el cuerpo, separándolo del alma, el alma sigue existiendo. Tales ejemplos podrían ser multiplicados, pero esto debe ser suficiente para demostrar que el alma no deja de existir al morir el cuerpo. Como la esencia del alma es espíritu, a veces ambos términos son intercambiables. Cuando Jesús resucitó a la hija de Jairo dice: “Entonces su espíritu volvió, e inmediatamente se levantó.” (Lucas 8:55). El espíritu fue separado del cuerpo en la muerte. Una vez más los Aniquilacionistas a menudo responden diciendo que “espíritu” (gr. pneuma) también puede significar “aliento” y por lo tanto simplemente significa que ella dejó de respirar cuando murió, y comenzó a respirar de nuevo cuando Jesús la levantó de los muertos. Sin embargo, es evidente que “espíritu” aquí se refiere al espíritu humano y no simplemente a su respiración. Jesús, después de clamar “consumado es” dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu,” y entonces “entregó el espíritu.” (Lucas 23:46; Mt 27:50; Sal 31:5). ¿Debemos entender con esto que Jesús realmente quería decir: “en tus manos encomiendo mi aliento” y entonces “entregó Su respiración”? También Esteban, cuando estaba muriendo dijo: “Señor Jesús, recibe mi espíritu.” (Hch 7:59). Debe ser obvio que, al decir “espíritu,” se referían a su hombre interior consciente. Pablo, refiriendo al hombre entero como espíritu, alma y cuerpo, los presentó claramente como tres aspectos de nuestra persona que están en proceso de santificación. ¡Es obvio que Pablo no estaba diciendo que Dios estaba santificando nuestro aliento, fuerza de vida y cuerpo! (1Thess 5:23). Adicionalmente, todas las referencias de estar en el cuerpo o dejando el cuerpo no solamente indican una existencia consciente separada del cuerpo, sino que también deja en claro que la muerte es una separación – no una cesación de existencia (2Cor 5:6-9; 2Pedro 1:13-15). Además, tanto Jesús como Pablo, se referían a su muerte como “su partida” (gr. exodos), un término que claramente habla de una separación al morir (Lucas 9:31; 2Pedro 1:15). Pablo habla de la muerte como una “partida,” usando la palabra griega analúo, que literalmente significa “soltar para arriba” (Fil 1:23-24), y su cuerpo o “tabernáculo” como “siendo deshecho” usando katalúo que es la misma palabra lúo pero con la preposición kata que significa “abajo” en vez de aná que significa “arriba.” (2Cor 5:1). Entonces, la muerte para un hijo de Dios es ser soltado para arriba en el alma, mientras el cuerpo es soltado para abajo. Pablo entendió que al morir, su alma o ser consciente, iría arriba, mientras su cuerpo iría para abajo. Esto claramente habla de la muerte como la separación del alma del cuerpo. Conclusión Aunque esto no es de ninguna manera una exposición exhaustiva de la naturaleza de la muerte, creo que presenta evidencia suficiente y conclusiva de que la existencia consciente no termina al morir, sino que es meramente la separación de nuestro espíritu y alma del cuerpo.
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