por George Sidney Hurd
-- “Él será la estabilidad de tus días, te dará en abundancia salvación, sabiduría y conocimiento; el temor del SEÑOR será tu tesoro.” (Isa 33:6) Quizás más mal entendido en nuestra generación que el amor de Dios, es el temor del Señor. El temor de Dios es demasiado a menudo presentado como incompatible con el amor a Dios, y en vez de valorar el temor del Señor como un tesoro, nos dicen que debemos de desecharlo. Esto a pesar del hecho de que se dice de Jesús, el mismo Hijo de Dios encarnado, que su deleite es el temor del Señor (Isa 11:2-3). Vemos a través de las Escrituras que el temor del Señor es el principio de la sabiduría e inteligencia (Job 28:28; Pro 1:7); que en vez de debilitar a uno emocionalmente, da fuerte confianza (Pro 14:26); que es un manantial de vida, produciendo honor y prosperidad (Pro 14:27; 19:23; 22:4). Nos libera de los lazos de la muerte y prolonga nuestra vida (Pro 14:27; 10:27). El Señor promete que, si tenemos el temor de Él, Él dirigirá nuestro camino y nos revelará Sus secretos, así como hizo con Su amigo Abraham (Sal 25:12,14). Caminar en el temor del Señor incluso crea un ambiente donde el Espíritu Santo puede obrar, produciendo verdadero arrepentimiento y una verdadera multiplicación (Hch 9:31; 5:11-16). Por lo tanto, en vez de intentar deshacernos del temor de Dios, debemos pedirle al Señor que nos conceda la gracia para caminar en su conocimiento y en su temor, así como hizo nuestro Señor y Salvador (Isa 11:2-3). Bien entendido, el temor del Señor nos libera de todo temor. El que teme al Señor no teme nada. Como dijo David el salmista: “Busqué a Jehová, y él me oyó, y me libró de todos mis temores… 7 El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende.” (Sal 34:4,7) En vez de ser causa de la ansiedad, el temor del Señor nos trae seguridad y estabilidad, librándonos así de toda ansiedad conforme andemos en ello. Fue el temor del Señor, lo que le dio a David la valentía para enfrentar a Goliat sin mostrar ni siquiera un poquito de miedo. David sigue diciendo: “Venid, hijos, oídme; El temor de Jehová os enseñaré” (Sal 34:11). ¿Anhelas ser tan libre de temor como David que mataba a los gigantes? Pídale al Señor que te enseñe Su temor, así como David. Andar en el Temor de Dios no significa tener Miedo de Él Muchos de nosotros, antes de recibir una revelación del corazón paternal de Dios, creyendo como la Tradición nos había enseñado, que los castigos de Dios para la gran mayoría de la humanidad eran sin fin y exclusivamente vindicativos y sin ningún propósito redentor, vivíamos constantemente en un estado de temor paralizante de Dios, manteniéndonos lejos de Él, así como huyeron de Dios los hijos de Israel cuando Él se manifestó en el monte de Sinaí. Sin embargo, en el Sinaí Dios dejó en claro que Él no quería que ellos tuvieran miedo de Él, sino que mantuvieran su temor delante de ellos para no pecar contra Él. “Y Moisés respondió al pueblo: No temáis; porque para probaros vino Dios, y para que su temor esté delante de vosotros, para que no pequéis. Entonces el pueblo estuvo a lo lejos, y Moisés se acercó a la oscuridad en la cual estaba Dios.” (Ex 20:20-21) ¿Qué significa tener el temor de Dios “delante de” nosotros? El pueblo tuvo miedo y reaccionó alejándose atemorizados porque sus pecados e idolatrías contra Dios fueron expuestos por la luz de Su presencia. Moisés, en cambio, no tuvo miedo porque Él andaba en el temor del Señor, con Su temor siempre delante de él, lo que hizo que no siguiera los deseos de su carne pecaminosa. En contraste con los hijos de Israel que se alejaron con temor, Moisés se acercó a Dios confiado y sin temor. La única vez que Moisés mostró temor en la presencia de Dios fue cuando tuvo gran temor por el pueblo de Israel después de haber pecado contra Dios, adorando el becerro de oro (Heb 12:21; Deut 9:16-19). Aunque queda corta la comparación, la misma distinción entre el temor positivo y el temor con miedo se puede ver en otras relaciones entre superiores y súbditos. En mi juventud, era un drogadicto y delincuente. No puedo recordar cuantas veces fui detenido por las autoridades, pero al cumplir los 18 años ya había pasado más de tres años de mi vida en instituciones correccionales en todo el estado de California. Como puedes imaginar, la sola vista de un oficial de la ley me llenó de pánico. Sin embargo, en noviembre del año 1969, tuve un encuentro transformador con el Señor y pasé de ser un delincuente, a ser un buen ciudadano. De ese momento en adelante, incluso me he sentido reasegurado por su presencia, con excepción a las veces que manejo con exceso de velocidad. Aunque la comparación queda corta, Pablo mismo presenta el temor de Dios y el temor a las autoridades como relacionados, diciendo que las autoridades terrenales son ministros de Dios, designados para ejecutar la justicia contra los malhechores. Él dijo: “¿Quieres, pues, no temer (μή φοβέω) la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; 4 porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme (φοβέω); porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo.” (Rom 13:3-4) Si respetamos las autoridades y las leyes de la tierra, no tenemos motivo de temer, pero si estamos violando la ley, tenemos buen motivo para tener miedo. El mismo principio se aplica a nuestra relación con Dios, nuestro Padre y Juez, quien es santidad y justicia absoluta y ve todo. Tristemente, muchos de nosotros tenemos más temor al ser detectado en el radar de la policía que estar pecando ante Dios. Algunos temen más que su esposa los descubra mirando a una mujer con codicia, que al hecho de que Dios los vea, sabiendo que Él está al tanto, de lo que están acariciando en su corazón. En un intento de apaciguar la consciencia sin la necesidad del arrepentimiento, algunos van al extremo de decir que no es posible pecar contra Dios, sino solamente pecamos contra nosotros mismos, así intentando eliminar por completo el temor del Señor. En contraste, cuando la esposa de Potifar intentó seducir a José, él demostró que tenía el temor de Dios cuando le respondió diciendo: “¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” (Gen 39:9). David cometió pecados graves, pero cuando él fue confrontado, no se justificó a sí mismo, diciendo que solo eran pecados contra él mismo. Al contrario, él clamó a Dios diciendo: “Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos” (Sal 51:4). El Perfecto Amor echa fuera el Temor “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo (κόλασις, kolasis, “disciplina correctiva”). De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor.” (1Juan 4:18) Sin tomar en cuenta debidamente el contexto, algunos han malinterpretado la declaración de Juan, “el perfecto amor echa fuera el temor,” como si significara, “si temes pecar delante de Dios, es que no ha sido perfeccionado en el amor, porque el perfecto amor echa fuera todo temor de Dios.” Al contrario, somos mandados a ocuparnos en nuestra salvación con temor y temblor, porque es Dios quien está obrando en nosotros, dándonos el querer y el hacer Su buena voluntad (Fil 2:12-13). Somos mandados a perfeccionar la santidad en el temor de Dios (2Cor 7:1; 1Peter 2:17). Observe que estos son mandatos del Nuevo Pacto. También vemos que la Iglesia Primitiva se multiplicó, caminando en el temor del Señor (Hch 9:31; 5:11-16). La clave para entender lo que significa ser perfeccionado, o hecho perfecto, en el amor, se encuentra dentro del contexto de toda la epístola de 1Juan. No está nada más hablando de tener un conocimiento del amor perfecto que Dios tiene por nosotros, aunque eso es esencial para ser perfeccionado en su amor, dado que solo podemos verdaderamente amar, sabiendo que Él nos amó primero (1Jn 4:19). En el contexto, Juan nos lleva más allá de simplemente comprender cuanto nos ama Dios, a ser perfeccionado o llevado a la madurez en ese mismo amor. En 2:5, Juan dice: “el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado.” En otras palabras, un hijo de Dios maduro es uno que guarda Su palabra, porque la obediencia ya ha llegado a ser parte de su carácter. Sería hipocresía decir que amamos a nuestro padre terrenal si nunca le hiciéramos caso. ¡Cuánto más con nuestro Padre celestial! Los hijos de Dios maduros también se caracterizan por su amor a otros porque el perfecto amor de Dios ha sido perfeccionado en ellos. En 4:12 Juan dice: “Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros.” Un creyente que continuamente anda en el amor hacia Dios y su prójimo es un hijo de Dios adulto y maduro – él ha sido perfeccionado en el amor. En contraste, el creyente carnal es un niño en Cristo todavía. En su inmadurez, él a menudo solo ama a aquellos que le correspondan, y él continuamente desobedece a Dios, requiriendo Su intervención correctiva. Como él anda de manera indisciplinada, el amor del Padre a menudo se muestra en la forma de corrección (κόλασις) (cf. Heb 12:6). Saber que nuestro Padre celestial nos va a disciplinar naturalmente produce temor en nuestra relación paternal con Él. Si aún no hemos madurado o sido perfeccionados en el amor, tenemos razón de experimentar el temor de la disciplina, precisamente porque sabemos que nuestro Padre nos ama demasiado como para dejar de corregirnos cuando sea necesario. Es por eso que Juan les dijo a los hijitos que necesitaban continuar permaneciendo en comunión con Él, diciendo: “Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados.” (1 Juan 2:28) Peter Hiett dijo algo una vez que me quedó y lo repito a menudo. Él dijo: “El temor de Dios es el principio de la sabiduría, pero el perfecto amor echa fuera todo temor.” Cuando éramos niños, sabíamos que nuestros padres nos amaban. Sin embargo, lo que a menudo experimentábamos era su amor en la forma de corrección. Como dice el autor de Hebreos, la disciplina de nuestro Padre de amor es a menudo dolorosa (y por lo tanto, algo que temer), pero los que se dejan disciplinar por ella maduran hasta tener en su vida el fruto apasible de la justicia, llegando a ser hijos maduros de Dios (Heb 12:10-11). Al llegar a ser hijos adultos, nuestra relación con nuestro Padre ya no es una de temor a la corrección, sino un temor reverencial – el temor de deshonrar a Dios o hacer cualquiera cosa contraria a su voluntad, porque lo amamos. Ese es el temor de Dios en el que Jesús se deleitaba. Hacemos un gran agravio a la obra de Dios, diciendo a aquellos que están viviendo en el pecado que no tienen por qué temer a Dios en su condición no arrepentida y que, como el perfecto amor echa fuera el temor, ellos no deben temer a sus juicios. Cuando es necesario, Dios incluso juzga a su propio pueblo, como dijo el autor de Hebreos: “Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza (ἐκδίκησις, “la ejecución de la justicia”), yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. 31 ¡Horrenda (φοβερός) cosa es caer en manos del Dios vivo!” (Heb 10:30-31, cf. 1Cor 11:31-32) Aquí vemos que, aun si nosotros, como los mismos elegidos de Dios, persistimos en la desobediencia a Dios, Él tendrá que intervenir con juicio. Así como ocasionaba temor tener que enfrentar a nuestro padre terrenal después de haberle desobedecido, es motivo de temor saber que el Señor disciplina a todos Sus hijos. Imagina si cuando eras un niño, tú y tu compañero comenzaron a tirar piedras en el patio y él te dijo: “Tiremos piedras al vidrio de la ventana de la sala de tus padres.” Aunque, tú, en tu inmadurez, tenías ganas de hacerlo, tú le respondiste: “Temo por lo que mi padre me haría cuando vuelve a casa,” y tu amigo responde, “no hay por qué temer. ¿No sabes que tu padre te ama?” ¿Le hubieras creído? Aun un niño no se dejaría convencer por tal lógica. Sin embargo, hoy en nuestra cultura Postmoderna, muchos confunden el amor con la permisividad. El amor de Dios Padre no es permisivo, sino que Él nos corrige para que maduremos, llegando a ser hijos con carácter santo e íntegro como Él. Contrario a lo que muchos piensan hoy en día, la permisividad paterna no es amor – es negligencia. Concluyo con la admonición de Pedro para nosotros, mandándonos a caminar en el temor del Señor como los hijitos de Dios: “Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; 15 sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; 16 porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. 17 Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; 18 sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, 19 sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación.” (1 Pedro 1:14-19) Claro que, creyendo en la restauración final de todos, no creo que debemos de temer el horror impensable de tormentos sin fin. Cuando Jesús dijo que debemos de temer a Aquél que puede destruir el alma y el cuerpo en Gehena (Mt 10:28), Él no estaba diciendo que debemos de temer ser exterminados, o mucho menos torturados eternamente. Pero Jesús claramente enseñaba que ser echado en Gehena debe de ser evitado a todo costo (Mt 5:29-20). Considero en detalle lo que Jesús quería decir con este y otros pasajes que han sido malentendidos por muchos, como enseñando torturas vindicativas eternas, en mi libro: El Triunfo de la Misericordia. También, en el próximo blog voy a considerar lo que Jesús quiso decir cuando Él dijo que debemos de temer a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en Gehena. Como espero demostrar, Jesús claramente no estaba diciendo que debemos de temer que Dios tenga intenciones a torturarnos, o a ningunos de nuestros seres queridos, eterna e irremisiblemente sin fin.
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