por George Sidney Hurd
-- ¿Cómo puede el amor incondicional de Dios estar en armonía con Su odio? (Lo siguiente es tomado del libro, El Triunfo de la Misericordia) La Iglesia de la Época Oscura, a excepción de algunas personas, perdió la vista de la revelación del Dios del amor, como ha sido revelado en las Escrituras. El pavor hacia un dios vengativo y airado prevalecía. El temor en las masas fue alimentado con prédicas presentando a Dios como un dios caprichoso, vengativo y enfadado, que solo podría estar aplacado con penitencias y ofrendas monetarias a la Iglesia. Pinturas muy gráficas, esculturas en la arquitectura de las capillas y dramatizados del infierno según fue descrito por Dante, servía bien a los propósitos de la Iglesia, llenando los cofres y manteniendo a la gente en una sujeción esclavizante a la Iglesia. Martín Lutero, el gran Reformador, de joven era atormentado por el temor a un Dios vindicativo y los tormentos del infierno. Un día, viajando a caballo por el campo, cayó un relámpago muy cerca, y tomándolo como una manifestación de la ira de Dios hacia él, prometió convertirse en monje. Sin embargo, a pesar de todos sus sacrificios y disciplinas, se sentía indigno y seguía con un esclavizante temor a Dios y a un infierno eterno de llamas. Su revelación transformadora vino cuando, siendo un monje, estaba haciendo penitencias subiendo por las escaleras de una Iglesia de rodillas. Mientras estaba cumpliendo sus penitencias, la verdad de Romanos 1:17 le fue revelada a él: “Mas el justo por la fe vivirá.” Él descubrió en ese momento la verdad de la justicia por fe que nos es dado por medio de la gracia de Dios a través del sacrificio de Jesucristo. Esta revelación pondría en marcha a lo que ahora conocemos como la Reforma. Sin embargo, a pesar de que había descubierto el amor y el perdón de Dios, Martín Lutero en muchas áreas seguía atado al concepto del Dios Agustiniano de la Época Oscura. A pesar de que había experimentado el poder transformador del amor de Dios en su propia vida, debido a sus raíces en las doctrinas tradicionales de la Iglesia, él aún sostenía que Dios aborrecía a la mayoría de la humanidad. Podemos observar esto en sus escritos: “El amor y el odio de Dios hacia el hombre son inmutables y eternos, existiendo, no solamente antes de que hubiera merito o ‘libre albedrío’, sino antes de que fue creado el mundo; haciendo que todas las cosas sucedan en nosotros por necesidad, según lo que Él amaba o no amaba desde la eternidad… Fe e incredulidad nos vienen, no por obras de nuestra parte, sino a través del amor u odio de Dios.” [1] Según Lutero, y aún algunos cristianos hasta el día de hoy, Dios, desde la eternidad tiene odio hacia la mayoría de la humanidad. Y lo peor es que dicen que Él nunca lo superará – es un odio inmutable. Para siempre Dios tendrá odio. Tristemente muchos cristianos no están dispuestos a negociar en su insistencia de que Dios es odio e ira eterna. En vez de eso optan por negociar y contradecir el amor de Dios para proteger su imagen de un Dios airado y lleno de odio. Sin embargo, como ya hemos visto, es el amor de Dios que nunca deja de ser, y no Su ira y odio: “El amor nunca deja de ser…” (1Cor 13:8) “Porque no contenderé para siempre, ni para siempre me enojaré; pues decaería ante mí el espíritu, y las almas que yo he creado.” (Isa 57:16) “Porque el Señor no desecha para siempre; 32 Antes si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias; 33 Porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres.” (Lam 3:31-33) Dios es amor. El amor nunca deja de ser. No entristece voluntariamente, como hace el odio. Es compasivo y solo aflige para corregir – para quitar lo malo, que es el objeto de Su odio paternal. El Señor no desecha para siempre, como sería el caso si Su odio fuera eterno y dirigido contra el individuo y no contra el pecado que practica. Dios es amor. Así que no aflige, ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres. Porque Él es amor, no para siempre estará enojado, sino que traerá reconciliación para todos. Tome nota que “los hijos de los hombres” y “las almas que yo he creado,” tienen referencia a toda la humanidad y no solo los elegidos. Los calvinistas dirían que Él va a atormentar por toda la eternidad a los hijos de los hombres que Él ha creado, no solamente voluntariamente sino para Su propio placer. La Confesión de Fe de Westminster dice: “Tampoco hay otros redimidos por Cristo, eficazmente llamados, justificados, adoptados, santificados, y salvos, sino solamente los elegidos… Al resto de la humanidad le ha placido a Dios, según el inescrutable consejo de Su propia voluntad, por la cual extiende o abstiene misericordia, como le plazca a Él, para la gloria de Su poder Soberano sobre Sus criaturas, pasarles por alto; y a ordenarles deshonra e ira por sus pecados, para la alabanza de Su gloriosa justicia (énfasis mío).” [2] A Dios, quien es amor, según ellos, le ha placido salvar solamente a los elegidos. Esta contradicción del carácter divino desafía la imaginación humana. Por eso lo llaman “el inescrutable consejo de Su propia voluntad.” Al resto de la humanidad (90%), le ha placido abstener misericordia, reservándolos para la tortura eterna, para Su propio placer, y eso, dicen ellos, resulta en “la alabanza de Su gloriosa justicia”.? Esto supera a todos los dioses paganos como Zeus, Molech, o Dagón. Al menos ellos no dijeron que eran amor. Es mi convicción, basada en el testimonio de las Escrituras que Dios es amor y, por lo tanto, no aflige voluntariamente a los hijos de los hombres. También creo firmemente que podemos decir, basados en las Escrituras que Dios ama al pecador mientras odia el pecado. Sin embargo, hay los que insisten en que Dios en realidad aborrece al pecador y además tienen textos para apoyar su afirmación. Hay tres pasajes que hablan del odio de Dios hacia ciertos individuos. Son los siguientes: “Jehová prueba al justo; Pero al malo y al que ama la violencia, su alma los aborrece.” (Sal 11:5) “Seis cosas aborrece Jehová, y aun siete abomina su alma: 17 Los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente, 18 el corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies presurosos para correr al mal, 19 el testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos.” (Pro 6:16-19) “Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí.” (Rom 9:13, cf. Mal 1:2-3) ¿Cómo debemos entender estos textos aislados a la luz de la naturaleza de Dios como ha sido revelada en todas las Escrituras? Claramente vemos declarado el aborrecimiento de Dios hacia los pecadores. Odio, en su sentido más fuerte, sería antónimo con el amor. Los dos se repelen mutuamente. ¿Realmente aborrece Dios de la misma manera que nosotros entendemos el odio? No. Podemos ver claramente en numerosos pasajes que Dios ama también al pecador. De eso se trata la redención que proveyó para los pecadores. Pablo deja en claro que Dios nos ama, aun estando en el pecado: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Rom 5:8) Porque de tal manera amó Dios al mundo que dio a Su Hijo para que podamos tener Su vida eterna. Decir que Dios nos odiaba, como entendemos el odio, haría imposible que nos amara, y enviara a Su Hijo unigénito para reconciliarnos a sí mismo. Además, Jesús nos dice que solo somos como nuestro Padre que está en los cielos cuando amamos a nuestros enemigos en vez de odiarlos. “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. 44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; 45 para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos.” (Mateo 5:43-45) ¿Cómo reconciliamos estos tres textos que declaran que Dios aborrece al pecador con las abundantes Escrituras que claramente declaran Su amor para todos? Hay dos consideraciones que armonizan estas dos declaraciones aparentemente antónimas: 1) El significado de la palabra aborrecer en el texto original y 2) La naturaleza temporal de Su odio. El Odio Definido La palabra en hebreo para “odio” en el Antiguo Testamento es sané. En El Diccionario Expositivo de las Palabras del Antiguo Testamento de Vines, vemos que hay dos sentidos distintos de la palabra: “Sané representa una emoción que varía entre “odio” intenso y un sentido menos fuerte, “estar en contra”, y es utilizada en referencia a personas y cosas (incluyendo ideas, palabras, u objetos inanimados).” [3] Es obvio que el aborrecimiento de Dios hacia pecadores es en el sentido menos fuerte, de “estar en contra” de un individuo debido a su pecado y rebeldía. Entendiendo la palabra en este sentido, podemos fácilmente identificarnos con esta emoción, aun en relación con nuestros propios hijos cuando nos desafían o se portan mal. Con este entendimiento de la palabra en mente, personalicemos este tipo de aborrecimiento hacia nuestros hijos cuando nos desobedecen. Aplicando las siete cosas que el Señor aborrece en Proverbios 6, podríamos decir: “Me pongo en contra de mi hijo y no lo tolero cuando me desobedece y me desafía. Lo resisto cuando me mira con la mirada desafiante, cuando me miente, cuando maltrata a sus hermanitos o cuando causa discordia y pleitos entre ellos, etc.” De hecho, si fueran hijos de un extraño sería menos probable que intervengamos de esa manera, porque no son nuestra responsabilidad. Entendiendo la palabra sané de esta manera, vemos que es en realidad una intervención de amor y no un odio puro hacia uno que es antónimo con el amor y lo excluye. Es el acto de ponerse en contra de alguien, oponiéndolo con el motivo de corregir su conducta. Este es el propósito de Dios en todos Sus castigos correctivos. Él se pone en nuestra contra, para así separarnos del mal: “Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.” (Heb 12:6) En respuesta al dicho: “Dios ama al pecador mientras odia el pecado”, tradicionalistas dirían que no es posible separar el pecado del pecador. Sin embargo, eso es precisamente lo que hace Dios cuando disciplina: “Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: 18 Hijo de hombre, la casa de Israel se me ha convertido en escoria; todos ellos son bronce y estaño y hierro y plomo en medio del horno; y en escorias de plata se convirtieron. 19 Por tanto, así ha dicho Jehová el Señor: Por cuanto todos vosotros os habéis convertido en escorias, por tanto, he aquí que yo os reuniré en medio de Jerusalén. 20 Como quien junta plata y bronce y hierro y plomo y estaño en medio del horno, para encender fuego en él para fundirlos, así os juntaré en mi furor y en mi ira, y os pondré allí, y os fundiré. 21 Yo os juntaré y soplaré sobre vosotros en el fuego de mi furor, y en medio de él seréis fundidos. 22 Como se funde la plata en medio del horno, así seréis fundidos en medio de él; y sabréis que yo Jehová habré derramado mi enojo sobre vosotros. Por tanto, derramé sobre ellos mi ira; con el ardor de mi ira los consumí; hice volver el camino de ellos sobre su propia cabeza, dice Jehová el Señor.” (Ezeq 22:17-22,31) Aquí vemos que el odio de Dios y aun Su ira contra Su amado Israel, vienen en forma de fuegos purificadores de aflicción. Dios “se pone en contra” de Su pueblo y los lanza en el fuego como plata, bronce o plomo. Pero el fuego del horno es para separar la escoria de sus vidas. El resultado final es que salen del horno puro y separado de la escoria o el pecado. Así como en el caso de un padre que ama a su hijo y por lo tanto lo disciplina, Su aborrecimiento es en realidad Su amor actuando en contra del pecado en sus vidas. El resultado final es el fruto apacible de la justicia, como vemos con Israel más adelante en Capítulo 36 de Ezequiel: “Y yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país. 25 Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. 26 Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.” (Ez 36:24-26) El resultado final de la oposición de Dios hacia Israel es que llegan a ser limpios de toda inmundicia y reciben un corazón nuevo. Lo mismo se puede decir de la aflicción de todos los hijos de los hombres que Él ha creado. Él no los aflige ni entristece voluntariamente. Lo que Él hace, lo hace solo para nuestro propio beneficio. Así que, podemos ver que el odio de Dios, correctamente definido, se refiere al trato de Dios Padre a Sus hijos extraviados y rebeldes, y que no es de ninguna manera incompatible con Su amor. También hemos visto en el ejemplo de Israel en Ezequiel que sí, - es posible separar al pecado del pecador. Ese es el propósito específico del horno del fuego. El infierno no es un lugar diseñado para torturas sin sentido, solo para el placer de Dios y para la alabanza de Su gloriosa justicia, como dicen los tradicionalistas, sino que es un horno purificador. A Su tiempo Su oposición correctiva habrá cumplido su obra en cada individuo. Y el lago de fuego, habiendo cumplido su propósito, dejará de existir junto con el último enemigo, la Segunda Muerte. Esto nos lleva a la segunda consideración, que revela que el odio de Dios, bien entendido, no es incompatible con Su amor. La Temporalidad del Odio de Dios Es el amor de Dios que nunca deja de ser. Hemos visto que Su enojo, ira y aún Su abandono son temporales y para nuestra corrección. No nos desechará para siempre (Lam 3:31-33). Toda muerte – aún la Segunda Muerte, que es el último enemigo, será finalmente eliminado, habiendo servido su propósito. El odio de Dios también cesará cuando el pecado es finalmente y eternamente separado del último pecador cuando toda rodilla se haya doblado y todos hayan sido sujetos a Él. No hay tal cosa como un dualismo eterno en el plan de Dios para las épocas. No para siempre estará enojado, eternamente flagelando a 90% de Sus criaturas en el infierno que a Él le plació crear para la alabanza de la gloria de Su justicia. Eso es un invento de la mitología griega y de la Época Oscura que ha sido incorporado en la teología cristiana, habiendo sido inspirado por demonios. Podemos ver en las Escrituras que Dios vencerá a los que Él aborrece por el poder de Su infinito amor. En vez de atormentar eternamente a Sus enemigos, Él los reconcilia consigo mismo por la sangre de Su cruz: “Decid a Dios: ¡Cuán asombrosas son tus obras. Por la grandeza de tu poder se someterán a ti tus enemigos. 4 Toda la tierra te adorará, y cantará a ti; Cantarán a tu nombre.” (Salmo 66:3-4) “y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.” (Col 1:20) [4] “Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos.” (1Cor 15:28) Así que, cuando todos, habiendo sido reconciliados con Dios a través de Su propia sangre derramada en la cruz finalmente se sujetan a Cristo, entonces Cristo mismo se sujetará al Padre, y desde ese punto en adelante Dios eternamente será todo en todos. Todo Su enojo, odio e ira, los cuales simplemente eran Su naturaleza santa y amorosa actuando contra el pecado, ya no tendrán un ambiente en donde manifestarse. Nosotros, sin embargo, retendremos el conocimiento de Su odio hacia el pecado – algo que Adán y Eva nunca hubieran podido comprender. También Su gracia, misericordia, compasión y longanimidad dejarán de manifestarse, dado que el único ambiente en que podían manifestarse era en el contexto de la caída del hombre y su condición pecaminosa. Nuestra comprensión del bien y del mal con sus graves consecuencias, seguida por la gracia y la misericordia de Dios, brindada gratuitamente al hombre que no la merece por Su sacrificio en la cruz, será retenida en nuestros corazones como un tesoro eterno, sin precio, de un conocimiento experimental del amor de Dios – algo que Adán y Eva, en su estado primitivo de inocencia, no tenían ni forma de imaginar. Entrando en el estado eterno, cuando Dios será todo en todos, finalmente comprenderemos la multiforme sabiduría de Dios en la creación. Entonces entenderemos por qué Él creó a Satanás, viendo todo el panorama de las épocas. Entenderemos por qué Dios puso delante del hombre, el árbol del conocimiento del bien y del mal, sabiendo todo el tiempo que él iba a caer. También estará dentro de nuestros corazones la visión del Cordero de Dios, inmolado desde antes de la fundación del mundo para la reconciliación de toda la creación, y la elección de un pueblo para ser las primicias de Su nueva creación en Cristo, el Último Adán. Veremos cómo nosotros, la Iglesia, la asamblea de los elegidos, fuimos escogidos para ser embajadores de reconciliación para el resto de la creación. Veremos, finalmente, el momento cuando se dobla la última rodilla en humilde y amorosa sumisión a Cristo. Inmediatamente después, Cristo se somete al Padre y entonces Dios llega a ser todo en todos. Todos encontraron su origen en Él (Col 1:16 lit. “en Él), todos existen por Él, y todos finalmente volverán a Él, y Él será todo en todos. “Porque de (ek) él, y por (día) él, y para (eís) él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.” (Rom 11:36). La Naturaleza Relativa del Odio en la Biblia Vemos también que el odio que Jesús nos dice que necesitamos tener para ser Sus discípulos, no es absoluto, en el sentido de que nosotros como pecadores a menudo manifestamos odio hacia Dios o hacia nuestro prójimo. Los mismos que Jesús nos dice que tenemos que odiar, son los que somos mandados a amar en otros pasajes: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo.” (Lucas 14:26) Somos mandados a amar y honrar a nuestros padres (Mateo 19:19; Ef 6:2). Debemos amar a nuestras esposas como Cristo ama a la Iglesia (Ef 5:25). Nos manda a amar a nuestros hermanos y nuestro prójimo como a nosotros mismos (Rom 12:10). Si fuéramos a entender el odio en su sentido absoluto, como nuestros hermanos tradicionales, entonces estaríamos enfrentados a una tremenda contradicción. Sin embargo, en el evangelio de Mateo, él explica qué era lo que Jesús quería decir cuando dijo que tenemos que odiar a otros para poder ser Sus discípulos: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí.” (Mateo 10:37) La interpretación de las palabras de Jesús por Mateo debe dejar muy en claro lo que quería decir por odio. Cuando amamos a alguien con todo nuestro corazón, nuestras vidas vuelven en torno a esa persona. Está bien y correcto que amemos a nuestros padres, esposas, hijos y hermanos. Incluso, está bien que nos amemos a nosotros mismos de la misma manera que Dios nos ama. Sin embargo, nuestro primer amor debe ser solo Dios. Eso también nos mandó Jesús: “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. 31 Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.” (Marcos 12:30-31) Aquí vemos que nuestro amor por el prójimo es un mandato, pero también vemos que tiene que estar subordinado a nuestro primer amor – nuestro amor por Dios. Así que, cuando alguien que amamos quiere que hagamos algo contra Aquel que más amamos, es necesario ponernos en contra de ese individuo, aunque lo amamos a él también, para poder agradar a Aquel que más amamos. Aquí, una vez más, vemos el uso de la palabra odio en el sentido de “ponerse en contra” de uno que impondría su voluntad sobre nosotros en oposición a la voluntad de Dios. También vemos la misma idea expresada con el odio de Dios hacia Esaú: “Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí.” (Rom 9:13, cf. Mal 1:2,3) Pablo explica que el odio de Dios no se basaba en algo que Esaú había hecho durante su vida, sino que fue basado solamente en Su elección soberana (Rom 9:11). Él escogió a Jacob sobre Esaú antes de que hubieran nacido, para que cada uno cumpliera un propósito específico. Así como Él endureció a Faraón para cumplir un propósito específico en Su plan para Israel, Dios escogió a Jacob sobre Esaú. Sin embargo, como hemos visto, la elección no implica la exclusión eterna de los no elegidos, sino que son elegidos para ser luz para la reconciliación del resto de la creación. Pablo, en respuesta a los que cuestionaban la justicia de Dios en escoger algunos y pasar por alto a otros, dice que Dios, para cumplir Sus propios propósitos, de quien quiere tiene misericordia y al que quiere endurecer, endurece (Rom 9:18). Sin embargo, vemos que, en el gran plan de Dios para las épocas, Él ha determinado a fin de cuentas tener misericordia de todos sin excepción: “Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos… 36 Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.” (Rom 11:32,36) También podemos ver que el odio que el Señor mostró hacia Esaú, prefiriendo a Jacob, no es diferente en naturaleza del odio que Jesús dijo que debemos tener hacia los que también debemos amar. Es obvio que Esaú también fue amado y favorecido, aunque, hablando temporalmente, no al mismo grado que Jacob. Vemos el favor y el amor de Dios demostrado hacia Esaú cuando llegó el momento para que Israel, los descendientes de Jacob, entraran y tomaran posesión de la tierra de Canaán: “Y Jehová me habló, diciendo: 3 Bastante habéis rodeado este monte; volveos al norte. 4 Y manda al pueblo, diciendo: Pasando vosotros por el territorio de vuestros hermanos los hijos de Esaú, que habitan en Seir, ellos tendrán miedo de vosotros; mas vosotros guardaos mucho. 5 No os metáis con ellos, porque no os daré de su tierra ni aun lo que cubre la planta de un pie; porque yo he dado por heredad a Esaú el monte de Seir.” (Deut 2:2-5) Es obvio que, si Dios hubiera odiado a Esaú en el sentido pecaminoso como los seres humanos a menudo odian, Él no hubiera dado ninguna posesión como herencia. Así que, el odio de Dios tiene que ser entendido a la luz de Su naturaleza eterna. Dios es amor. De manera que, todo lo que Él hace está, en última instancia, arraigado y fundamentado en Su amor. Su odio, enojo, ira y aún Su rechazo, son en realidad Su amor actuando contra todo mal en nosotros, disciplinándonos y aun lanzando a algunos al Lago de Fuego, con el fin de que todos, a fin de cuentas, disfruten del fruto apacible de justica. Dios no odia a ningún individuo en el sentido que muchos de nosotros, como pecadores, odiamos a los que han pecado contra nosotros. Su odio es Su oposición a nuestros actos pecaminosos y se convierte en favor tan pronto el pecado esté separado del objeto de Su amor. [1] Martin Luther: The Bondage of the Will, pp. 226, 228-229. [2] The Westminster Confession of Faith, Chap. 3 — Articles 6 and 7. [3] Vine's Expository Dictionary of Biblical Words, Copyright © 1985, Thomas Nelson Publishers. [4] Nuestra palabra “cosas” no tiene equivalente en el griego. Tampoco necesariamente indica el género neutro que el sujeto es un objeto como en español. Cuando los traductores agregan nuestra palabra “cosas” en contextos que claramente refieren principalmente a personas y no a objetos inanimados, tomo la libertad de tachar la palabra “cosas” para mantener el enfoque en las personas y no los objetos inanimados.
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