Considerando el proceso de la formación de la Canon Bíblico
por George Sidney Hurd ¿Podemos confiar de que todos los 66 libros contenidos en nuestra Biblia son aquellos, y solo aquellos, que fueron inspirados por el Espíritu Santo, y por lo tanto la autoritativa Palabra de Dios para nosotros hoy? Algunos que intentan a socavar la autoridad de las Escripturas han enseñado que un grupo élite de obispos, bajo la autoridad del Imperador Constantino, arbitrariamente decidieron cuales libros serían incluidos en el Canon de la Biblia en el Concilio de Nicea en 325 AD. Sin embargo, no existe ninguna evidencia de antigüedad indicando que el tema del Canon fue presentado en el concilio. Esa noción se basa en un mito del siglo IX que relata que los obispos en el Concilio de Nicea colocaron un gran número de libros en la mesa divina en la casa de Dios y oraron, pidiendo que todos que eran espurios aparecieran debajo de la mesa al terminar su oración. Y, según el mito, he aquí, al abrirse los ojos, solamente los libros inspirados quedaban sobre la mesa. En el siglo XVII, Voltaire, el opositor Deísta del cristianismo, citó este mito para ridiculizar la Biblia. Y más adelante en el año 2003, cuando Dan Brown escribió su novela ficticia, “El Código Da Vinci,” él presentó el mito como si la afirmación falsa fuera cierta, y como si el Concilio de Nicea de hecho hubiera determinado el Canon. A raíz de esto, muchos hoy en día creen que ese mito es cierto. El Canon Bíblico se formó Orgánica y Espontáneamente La palabra Canon en español viene de la palabra griega κανών, que significa “regla” o “cana de medir,” y llegó a referirse a los libros que calificaban como Escritura inspirada. Un examen cuidadosa de la historia y transmisión de los textos sagrados que actualmente tenemos en nuestras Biblias revela que ningún concilio humano los impuso sobre la Iglesia, sino, el pueblo de Dios en general reconocía su inspiración divina y autoridad desde el momento en que fueron escritos. Los 39 libros que tenemos en nuestro Antiguo Testamento son los mismos que aparecen en la Biblia Hebrea del judaísmo, excepto que han sido ordenados de otra manera, formando 24 libros. La mayoría de ellos, con la excepción de algunos de los profetas, fueron recibidos como parte del Canon desde el momento en que fueron escritos. Incluso los profetas que eran aborrecidos por los judíos debido a sus advertencias de los juicios de Dios por sus pecados, fueron incluidos después de haber sido cumplidas sus profecías de corto plazo, pasando la prueba de un verdadero profeta como presentado en Deuteronomio 18:21-22. En el tiempo del ministerio de Jesús, las Escrituras estaban divididos en tres grupos principales, la Ley, los Profetas, y los Salmos. Jesús afirmaba todas estas tres categorías como Escrituras autoritativas (Lucas 24:44-45). También, los Apóstoles utilizaban las mismas Escrituras (1Cor 15:3; 2Tim 3:15-17). Así que, por el objetivo de este blog, no hay necesidad de enfocarnos más en el Canon del Antiguo Testamento. Aunque Jesús Mismo no escribió ninguna Escritura, cuando Él estaba a solas con Sus discípulos en el aposento alto en la última cena, Él les dijo a Sus discípulos que el Espíritu Santo les recordaría todo lo que Él les había enseñado; que el Espíritu Les guiaría a toda la verdad y que les haría saber las cosas que sucederían en el futuro (Jn 14:25-26; 16:13). La Iglesia Primitiva entendía estas palabras como aplicándose principalmente a los Apóstoles, y estimaba sus enseñanzas como autoritativas para la Iglesia, perseverando en su doctrina (Hch 2:42). Incluso, el escritor de Hebreos dijo que era una ofensa aún mayor hacer caso omiso al mensaje que “comenzó a ser anunciada por el Señor, y nos fue luego confirmada por quienes la oyeron,” de lo que era ignorar la Ley, dado por Moisés bajo el Antiguo Pacto (Heb 2:2-3). Así que, los Apóstoles confirmaron las enseñanzas de Cristo. Así como Moisés y los Profetas eran fundamentales para el judaísmo, de la misma manera, los Apóstoles y los Profetas eran fundamentales para la Iglesia (Ef 2:19-20; 1 Cor 3:10-11). Pablo se refería a las palabras contenidas en sus escritos, y también los escritos de los otros Apóstoles, como tradiciones obligatorias y palabras sanas que la Iglesia necesitaba retener y observar, siendo las mismas palabras de Dios (1 Cor 14:37; 1Tes 2:13; 2Tes 2:15; 3:6,14; 2Tim 1:13). De igual manera, el Apóstol Pedro ordenó a la Iglesia a tener presentes “las palabras que los santos profetas pronunciaron en el pasado, y el mandamiento que dio nuestro Señor y Salvador por medio de los apóstoles” (2Pedro 3:2). También vemos que Pedro llamaba a los escritos de Pablo Escritura junto con los escritos de los profetas del Antiguo Testamento. Él dijo: “…nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, 16 casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición.” (2 Pedro 3:15-16) Aquí vemos que, para cuando la segunda epístola de Pedro fue escrita (que tuvo que haber sido antes de su martirio en 68 d.C.), todas las epístolas no solamente habían sido circuladas entre las iglesias, sino que también fueron considerados parte de las Sagradas Escrituras. Pedro aquí no está estableciendo las epístolas de Pablo como Escritura, sino que él simplemente menciona un hecho ya entendido entre ellos. Hacia finales del primer siglo, Judas exhortó a los creyentes a “contender ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos.” (Judas 3). Aquí uno puede ver que, para finales del primer siglo, la Iglesia ya tenía un Canon determinado, solamente recibiendo como Escritura el Antiguo Testamento y las doctrinas de los Apóstoles, escritas, o por ellos mismos, o por alguien directamente relacionados con ellos. En esta exhortación, Judas dice que necesitamos contender por la fe “una vez dada a los santos.” Esto no da lugar a un “Canon abierto” que permitiría que escritos posteriores a los Apóstoles sean incluidos en el sagrado Canon. También vemos que Pablo ya consideraba al menos el Evangelio de Lucas como Escritura. Escribiendo a Timoteo, Pablo dijo: “Pues la Escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla; y: Digno es el obrero de su salario.” (1 Tim 5:18). El único lugar donde aparece en la Escritura la frase, “Digno es el obrero de su salario,” es en el Evangelio de Lucas donde Jesús dijo: “Y posad en aquella misma casa, comiendo y bebiendo lo que os den; porque el obrero es digno de su salario.” (Lucas 10:7). Así que, podemos ver que el Nuevo Testamento se formó de manera orgánica, así como el Antiguo Testamento. Una vez que los libros fueron escritos, prontamente fueron distribuidos entre las Iglesias como las Escrituras del Nuevo Pacto (1Tes 5:27; Col 4:16-17). Tan pronto como Juan, el último de los Apóstoles, había escrito el libro de Apocalipsis a finales del reinado del Imperador Domiciano en 95 – 96 d.C., el Canon de las Escrituras quedó cerrado. Tomando en cuenta de que la Escritura, desde Génesis a Apocalipsis es un total orgánico, creo que las palabras inspiradas en Apocalipsis 22 sirvieron para sellar el Canon de una vez. Cierre con estas palabras: “Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. 19 Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro.” (Apo 22:18-19) Es más que significativo que ningunos de los Padres Apostólicos (entre 100 – 150d.C.), ni los Padres Ante Nicenas, hablaban autoritativamente, como hicieron los autores del Nuevo Testamento. Al contrario, ellos continuamente citaban a los libros del Nuevo Testamento como autoritativos. Los Padres Apostólicos citaban el Nuevo Testamento 50 veces más que el Antiguo Testamento. Aun aquellos que eran cuestionados por algunos, como Hebreos, Santiago, 2 y 3 Juan, y las epístolas de Pedro, eran citados a menudo por ellos. Ignacio (35 – 107d.C.), conocido como “el discípulo de Juan,” llamaba los escritos del Nuevo Testamento circulados en su día como “los Evangelios y los Apóstoles.” Aunque él solamente mencionó específicamente 7 de los libros en nuestro Nuevo Testamento, la categoría amplia de “los Evangelios y los Apóstoles,” potencialmente abarca a todos los libros que ahora tenemos. Policarpo (69 – 155 d.C.), también un discípulo de Juan, menciona 15 de ellos. Clemente (35-99 d.C.) menciona al menos ocho. Ireneo, el gran historiador de la Iglesia Primitiva (120-200 d.C.), menciona 21 de los 27 libros. Hipólito (170 – 235AD), hace mención de 22 libros. Si combinamos a todos sus escritos, todos los 27 libros fueron citados por ellos. No fue hasta finales del segundo siglo que el surgimiento de ciertas herejías Gnósticas obligó a la Iglesia a comenzar a formalmente formar listas canónicas de los libros. A mediados del siglo II, un Gnóstico llamado Marcion de Sinope (85 – 160 d.C.), comenzó a enseñar que el Dios del Antiguo Testamento era un dios severo y vindicativo, mientras que el Dios del Nuevo Testamento era amor, bondad y gracia (algo similar a los argumentos Revisionistas presentados por muchos Progresivos hoy en día). Dado que Marcion solamente aceptaba algunas de las epístolas de Pablo, y las enseñanzas de Jesús que podrían ser entendidos como presentándole a Dios con un amor permisivo y libre de todo juicio, él compiló su propio Canon, consistiendo solamente de su propia edición editado del Evangelio de Lucas y 10 de las epístolas de Pablo, excluyendo las epístolas pastorales y Hebreos. El primer Canon conocido fue el Canon Muratoriano, que era la compilación de todos los libros que el escritor desconocido sabía que eran aceptados por la Iglesia como canónicos en aquel entonces. El incluye todos los libros del Nuevo Testamento excepto Hebreos, Santiago, 3 Juan y 1 y 2 Pedro. Él específicamente menciona un par de libros que nunca fueron incluidos, diciendo que fueron falsificados en nombre de Pablo para promover la herejía de Marcion. Orígenes (184-253 d.C.), presentó un Canon que incluía todos los 27 libros con excepción de Santiago, 2 y 3 Juan y 2 Pedro. Él, como con la mayoría en su tiempo, creyó que Hebreos fue escrito por Pablo y lo incluyó en su Canon. Alrededor de 350 d.C., Cirilo de Jerusalén presentó un Canon que incluía la totalidad del Antiguo Testamento, más uno de los libros apócrifos, y 26 libros del Nuevo Testamento, dejando fuera Apocalipsis. El Concilio de Laodicea en 363 d.C. presentó la misma lista de 26 libros que Cirilo. Entonces en 367 d.C., Atanasio de Alejandría presentó una lista completa de los 27 libros en nuestro Nuevo Testamento, refiriéndose a ellos como “siendo canonizados” (kanonizomena). Esto llegó a ser el prototipo para los concilios subsecuentes de Hipo (393 d.C.) y Cartago (397 d.C.), que también incluían los mismos 27 libros en el Canon. Estos concilios eran necesarios debido al gran número de libros que eran circulados entre las Iglesias en aquellos tiempos. Algunos de ellos eran útiles, pero no eran incluidos en los Cánones finales, o porque fueron escritos después del tiempo de los Apóstoles, o porque no tenían cualidades de acuerdo con la inspiración divina. Además, había muchos Seudo Evangelios de los Gnósticos, presentados como si fueron Escritura, junto con otros escritos Gnósticos. El historiador de la Iglesia del siglo II, Eusebio, da una lista larga de libros falsos o heréticos que existían en aquel entonces. Aunque nunca fueron recibidos por la Iglesia en general, muchos estaban siendo engañados por ellos, haciendo que fuera necesario que la Iglesia defina cuales libros deben ser recibidos como parte de las Sagradas Escrituras. Las decisiones de los concilios no eran arbitrarias, sino que utilizaban principios lógicos para determinar cuáles libros eran inspirados por el Espíritu Santo. Los libros no eran reconocidos como inspirados porque fueron declarados canónicos, sino que fueron declarados como canónicos porque eran inspirados. La criteria para definir cuales libros eran inspirados fueron: 1) El autor tuvo que haber sido, o un Apóstol, o alguien estrechamente relacionado con los Apóstoles; 2) El libro tuvo que haber sido ya reconocido por la Iglesia en general desde el tiempo de los Apóstoles y 3) El contenido del libro tenía que ser en armonía con el resto de las Escrituras en su mensaje y principios morales. Aunque la Iglesia Católica Romana contiene 73 libros, incluyendo también los 7 designados los libros apócrifos, que significa “ocultos” o “secretos,” también llamados el “deuterocanón” o “segundo Canon” por los Católicos, y aunque las Iglesias Ortodoxas también incluyen algunos libros pseudoepígrafos, unas teniendo hasta 81 libros en su Biblia, estos escritos apócrifos normalmente no son tomados tanto autoritativos, sino nada más informativos. Hoy en día es común escuchar a alguien argumentar que unos de los Seudo Evangelios deben de haber sido incluidos dentro del Canon. Sin embargo, al leerlos, no puedo imaginar cómo alguien que tenga conocimiento de su contenido los tomaría como inspirados por Dios. El Evangelio de Tomás es uno de los que muchos argumentan debe de haber sido incluido en el Canon. Sin embargo, aparte del hecho de que la evidencia indica que fue escrito después del tiempo de los Apóstoles, entre 135 d.C. y 200 d.C., la mayor parte de su contenido son incoherencias. Supuestamente es una lista de los dichos de Jesús. Algunos de hecho son dichos de Jesús que se encuentran en los 4 Evangelios, pero la mayor parte de los que no están en los Evangelios son incoherencias esotéricas. Aquí hay unos pocos ejemplos: “Jesús ha dicho: Bendito sea el león que el humano come y el león se convertirá en humano. Y maldito sea el humano a quien el león come y el humano se convertirá en león.” [1] “En los días cuando comíais los muertos, los transformasteis a la vida. Cuando entréis en la luz, ¿qué haréis? En el día cuando estabais juntos, os separasteis, más cuando os hayáis separado, ¿qué haréis?” [2] “Jesús les ha dicho: Si ayunáis, causaréis transgresión a vosotros mismos. Y si oráis, seréis condenados. Y si dais limosna, haréis daño a vuestros espíritus.” [3] “Jesús ha dicho: Bendito sea quien existía antes de que entrara en el ser. Si os hacéis Mis discípulos y atendéis Mis dichos, estas piedras os servirán.” [4] Aquí incluyo un ejemplo más que presenta a Jesús y Sus discípulos como si tuvieron un gran desprecio hacia las mujeres. Para mí es difícil imaginar cómo alguien hoy en día lo quería en su Biblia. Lee así: “Simón Pedro les dice: Que Mariam salga de entre nosotros, pues las hembras no son dignas de la vida. Jesús dice: He aquí que le inspiraré a ella para que se convierta en varón, para que ella misma se haga un espíritu viviente semejante a vosotros varones. Pues cada hembra que se convierte en varón, entrará en el Reino de los Cielos.” [5] ¡Imagine que tan difícil sería defender las Escrituras contra los detractores si hubieron incluidos tales dichos en nuestros Biblias! En el Seudo Evangelio de María, María Magdalena es presentado, no solamente como una discípula del Señor, sino como Su favorita, recibiendo de Él Sus enseñanzas esotéricas que los otros discípulos no eran capaces de comprender. Cuando Pedro protesta, preguntando por qué ellos deben de escuchar a una mujer, Leví responde diciendo: “Si el Salvador la hizo Digna, ¿quién eres tú para desecharla? Ciertamente el Salvador la conoce bien. Es por eso que la ama más que a nosotros.” En el Seudo Evangelio de Pedro, Jesús es presentado como saliendo del sepulcro necesitando estar sostenidos por dos ángeles gigantes después de Su resurrección. Siguiéndoles es una cruz que habla. Después de que Jesús y la cruz había salido de la tumba, dice lo siguiente: “Y escucharon una voz del cielo, diciendo, ‘¿Has predicado a aquellos que duermen?’ Y la cruz respondió, ‘Sí.’” Creo que todos estamos de acuerdo en que tales incoherencias esotéricas y monogenistas fueron justamente excluidas del Canon, no solo por los concilios, sino por la Iglesia Primitiva en general. Podríamos elaborar mucho más sobre el tema, pero, en conclusión, creo que podemos concluir de manera razonable de que los 66 libros que actualmente tenemos en nuestras Biblias son aquellos, y solamente aquellos, que la providencia y supervisión divina nos ha preservado desde el momento que salieron de la boca de Dios y fueron escritos. [1] Evangelio según Santo Tomas.pdf (kluev.ru) verse 7 [2] Evangelio según Santo Tomas.pdf (kluev.ru) verse 12 [3] Evangelio según Santo Tomas.pdf (kluev.ru) verse 15 [4] Evangelio según Santo Tomas.pdf (kluev.ru) verse 20,21 [5] Evangelio según Santo Tomas.pdf (kluev.ru) verse 114
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