por George Sidney Hurd La muerte expiatoria de Cristo en la cruz, donde Él sufrió la justa pena debida a nosotros como nuestro sustituto, siempre ha sido central a la fe cristiana. [1] Sin embargo, esta doctrina recientemente ha sido atacada por los Liberales y Progresivos que a menudo caracterizan La Expiación Sustitutiva Penal de Cristo como si fuera una forma bárbara de “abuso infantil cósmico” por un padre airado y vengativo con una sed insaciable de sangre. En lugar de la Expiación Sustitutiva Penal de Cristo, ellos presentan teorías de expiación que mejor describen los resultados de la muerte de Cristo en la cruz y no lo que Él realmente llevó a cabo en el Calvario cuando Él Mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero (1Pedro 2:24). Esta omisión de la naturaleza penal y sustitucional de la muerte de Cristo, en la cual Él llevó nuestros pecados sobre Sí Mismo, es facilitado en el idioma inglés por la fusión de dos palabras distintas (expiación y reconciliación) en una sola palabra, “atonement.” La palabra “atonement” fue inventado en el siglo XVI y es una palabra compuesta (at-one-ment), que en el español significa, “la condición de estar en unión.” Atonement es prácticamente sinónimo con reconciliación. De hecho, cuando William Tyndale produjo la primera traducción en inglés del Nuevo Testamento del griego en 1526, él a menudo traducía la palabra griega para reconciliación (καταλλαγή, katallagē) y sus cognados como “atonement” en vez de “reconciliación.” [2] Sin embargo, lo que Cristo hizo en la cruz, llevando sobre sí nuestros pecados es expresado en las Escrituras con la palabra hebrea kippur y sus cognados. Cuando kippur es utilizado en el contexto de los sacrificios Levíticos, refiere a la expiación o remoción de pecados por medio de un sacrificio sustitutivo. El equivalente de kippur que utilizaron en la traducción griega LXX es ἱλασμός (hilasmos) y sus cognados que traducen como, “propiciación, apaciguamiento o satisfacción.” La muerte sustitutiva de Cristo reconcilió al mundo con Dios, pero esa reconciliación no hubiera sido posible si Él primero no hubiera derramado Su sangre para hacer expiación o propiciación por nuestros pecados (Rom 3:25; Heb 2:17; 1Jn 2:2; 4:10). Sin el derramamiento de sangre no hay remisión de pecados, y sin una remisión previa de pecados no puede haber reconciliación, dado que la ira de Dios es contra toda impiedad e injusticia, y no dejará impune al culpable (Heb. 9:22; Lev. 17:11; Rom 1:18; Ex 34:7). Como la vida es en la sangre, sin el derramamiento de la sangre inocente del Cordero no pudo haber remisión de pecados, dado que es la sangre que hace expiación por el alma (Lev 17:11). Fuimos reconciliados con Dios con nada menos que la sangre de Su cruz (Col 1:20). Es más difícil pensar que puede haber reconciliación sin una previa expiación por los pecados en los idiomas que no sean el inglés, dado que solamente en inglés combinan estos dos conceptos de expiación y reconciliación en la sola palabra, “atonement.” En español correctamente traducimos kippur como expiación y katallagē como reconciliación, como hacen también en el francés. De igual manera, en alemán kippur se traduce sühne y katallagē o la reconciliación versöhnung, así manteniendo una distinción clara entre expiación por los pecados y su resultante reconciliación. Como veremos en otro blog, casi todas las teorías de la expiación formuladas en la historia contienen verdades en el sentido más amplio que abarca la palabra ingles, atonement, que realmente significa reconciliación. Sin embargo, como ningunos de los elementos de esas teorías hubiera sido posible sin el sacrificio sustitutivo de Cristo cuando Él quitó nuestros pecados, Su expiación de nuestros pecados es la fuente de todos los otros beneficios expresados en las variadas teorías de la expiación. Cristo cumplió el Sacrificio por los Pecados del Día de la Expiación A través del Nuevo Testamento, especialmente en el libro de Hebreos, la muerte sustitutiva de Cristo en la cruz es presentado como el cumplimiento de lo que fue prefigurado en la ceremonia Levítica de Yom Kippur o el Día de la Expiación en el día 10 de Tishrei, el primer mes del calendario judío. Una vez al año en el día Yom Kippur el sumo sacerdote tomaba dos machos cabríos de los hijos de Israel para hacer expiación por sus pecados. El primer cabrío fue sacrificado y su sangre fue llevado dentro del velo dentro del Lugar Santísimo y esparcida sobre el propiciatorio para expiar o hacer propiciación por todos sus pecados (Lev 16:15-16). Después, su cuerpo fue quemado fuera del campamento (Lev 16:27). Entonces, el sumo sacerdote ponía sus manos sobre el macho cabrío vivo, confesando sobre él las iniquidades, transgresiones y pecados del pueblo, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío (Lev 16:21). Después el macho cabrío fue llevado al desierto, llevando sobre sí todas las iniquidades del pueblo (Lev 16:20-22). De esta manera, los hijos de Israel eran purificados de todos sus pecados delante de Jehová por otro año (Lev 16:30). Como tipificado en el sacrificio del macho cabrío expiatorio, Pedro dijo de Cristo: “quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero…por cuya herida fuisteis sanados” (1 Pedro 2:24). Aquí Pedro también hace referencia a Isaías 53, que habla de Cristo, diciendo que, “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” y “llevará las iniquidades de ellos” (Isa 53:6;11). También Pablo hace referencia a esto cuando dice: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Cor 5:21). En el libro de Hebreos vemos que Cristo también cumplió lo que fue prefigurado en el macho cabrío cuya sangre fue derramada y llevado dentro del velo en el Lugar Santísimo donde fue esparcida sobre el propiciatorio, haciendo expiación por los pecados del pueblo. Cristo es demostrado ser, no solamente el cumplimiento de lo que fue prefigurado en el macho cabrío que fue sacrificado por el pueblo, sino que también Él nos representó como nuestro sumo sacerdote ante Dios. Es recomendable sentarse a leer todo el libro de Hebreos para poder ver todo el contexto, pero aquí solo quiero citar unos versículos presentándole a Cristo claramente como llevando nuestros pecados y así obteniendo la remisión de nuestros pecados de una vez para siempre. “Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, 12 y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención.” (Heb 9:11-12) “Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; 12 pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, 13 de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; 14 porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados...18 Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado.” (Heb 10:11-14,18) Aquí vemos que Cristo presentó Su propia sangre en el Lugar Santísimo del tabernáculo celestial, del cual el terrenal solo era un tipo y sombra. También vemos que los sacrificios diarios y anuales no pudieron en sí quitar los pecados. Esos sacrificios anticipaban el día cuando Cristo se ofrecería a Sí Mismo de una sola vez, perfeccionando por todo tiempo a los que son santificados y justificados por fe en Su sacrificio por sus pecados (1Cor 6:11, cf. Rom 3:25). También, el autor de Hebreos indica que, cuando llevaban el cuerpo del animal sacrificado fuera del campamento para ser quemado, eso representaba a Cristo sufriendo como nuestro sustituto fuera de la puerta de Jerusalén: “Porque los cuerpos de aquellos animales cuya sangre a causa del pecado es introducida en el santuario por el sumo sacerdote, son quemados fuera del campamento. 12 Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta.” (Hebrews 13:11-12) También vemos a Jesús enfatizando esta misma naturaleza sustitutiva doble de Su sufrimiento y muerte en la Última Cena. Él dijo: “Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por (ὑπέρ, huper) vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. 20 De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por (huper) vosotros se derrama.” (Lucas 22:19-20). Aquí vemos que, no solamente fue derramada Su sangre para la remisión de nuestros pecados, sino también lo que Él sufrió en Su cuerpo fue por (huper) nosotros. La preposición huper en este contexto habla de sustitución, “en lugar de” (cf. 1Cor 15:29; 2Cor 5:15; 2Cor 5:21; Gal 3:13; Filemon 1:13). El momento preciso cuando Jesús habló estas palabras también es significante. Repetidas veces Él dijo que Su hora aún no había venido, hasta llegar el momento de la Pascua. Eso es cuando Él clamó diciendo, “¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora” (Jn 12:27). Como nuestro sustituto, Cristo, el Cordero Pascual de Dios, quitó los pecados del mundo por derramar Su sangre para la remisión de nuestros pecados (Jn 1:29; Apo 5:9; Mt 26:28). Como Pablo declara, “nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Hoy en día muchos rechazan la idea de que sangre tuvo que ser derramada para que Dios pudiera perdonar pecados. Responderé a algunos de las objeciones lógicas y morales contra la Expiación Sustitutiva Penal de Cristo más adelante en otro blog. Por el momento, solo quiero demostrar que es indispensable a cualquier entendimiento bíblico de la expiación. Las Escrituras están abundantemente claras en enfatizar que sin derramamiento de sangre no puede haber remisión de pecados delante de Dios, y por ese motivo Él, por Su gran amor por nosotros, envió a Su Hijo único para ser la propiciación/expiación por nuestros pecados (Heb 9:22; Mt 26:28; 1Jn 4:10). La razón porque la sangre de un sustituto era necesario fue demostrado desde el principio cuando Adán y Eva pecaron en el huerto. Dios les prohibió a comer del árbol y les advirtió diciendo: “el día que de él comieres, ciertamente morirás.” Sin embargo, aunque murieron espiritualmente en ese mismo día, no murieron físicamente, sino seguían con vida por casi mil años más. ¿Cómo pudo Dios ser justo y cumplir Su palabra sin que ellos murieran en ese día, tal como Él les había dicho? Aquí es donde vemos el primer sacrificio sustitutivo con sangre. El mismo día en que desobedecieron, comiendo del árbol, la sangre de un animal tuvo que ser derramada para que Dios hiciera pieles de animales para cubrir su desnudez (Gen 3:21). Esto era sombra del sacrificio de Cristo como nuestro sustituto para que fuéramos revestidos de Su justicia (Gal 3:27; 2Cor 5:21; Fil 3:9). En Levítico explica porqué el derramamiento de sangre era necesario para expiar o hacer propiciación por los pecados: “Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona.” (Lev 17:11) Desde el principio, la pena del pecado ha sido la muerte (Gen 2:17; Rom 6:23). Dios dice: “el alma que pecare, esa morirá” (Ezeq 18:4). Además, en Romanos 1, Pablo dice que, aunque los hombres supriman la verdad en su propia injusticia, ellos saben intuitivamente que aquellos que practican el pecado son dignos de muerte (Rom 1:32). Viendo que la vida está en la sangre, y la paga del pecado es la muerte, la justicia de Dios requiere al pecador la sangre que es la vida. Sin embargo, Pablo nos dice que, en Su amor y longanimidad, Dios dejó los pecados sin castigo hasta que Cristo viniera para hacer propiciación/expiación por nuestros pecados por medio de Su propia sangre. Él dijo de Cristo: “a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, 26 con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.” (Rom 3:23-26) La revelación de las Escrituras de que somos justificados por fe en la sangre de Cristo derramada en propiciación por nuestros pecados, y no por obras de justicia que hayamos hecho, siempre ha sido ofensiva a los sabios de este mundo y a los religiosos. Como dijo Pablo: “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios… 23 pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura.” (1 Cor 1:18,23) Muchos, como los judíos incrédulos en los días de Pablo, ignoran la justicia de Dios que es imputada a todos los que simplemente creen en la obra terminada de Cristo en la cruz y, en lugar de esto, procuran establecer su propia justicia bajo el disfraz de estar siguiendo el ejemplo moral de Cristo (Rom 10:2-4; cf. Rom 4:5). Tristemente, en los últimos 150 años, muchos, incluyendo una gran parte de aquellos que creen en la restauración final de todos, han abandonado la fe histórica en la Expiación Sustitutiva Penal de Cristo para nuestra justificación, cayendo bajo la influencia de eruditos Liberales como George MacDonald y otros de su época que consideraban la creencia en la obra acabada de Cristo en la cruz una locura. MacDonald dijo acerca de la creencia en la obra acabada en la cruz y la necesidad de poner fe en la sangre propiciatoria de Cristo para ser salvo: “- algunos de ustedes dicen que necesitamos confiar en la obra acabada de Cristo; o que nuestra fe tiene que estar en los méritos de Cristo en la expiación que él ha hecho, por la sangre que ha derramado. Todas estas afirmaciones son un repudio del Señor viviente en quien debemos de confiar, quien, por su presencia con y en nosotros, y por nuestra obediencia a él, nos levanta de las tinieblas a la luz…” [3] Muchos, bajo la influencia de hombres como MacDonald, van al extremo de decir que ni siquiera fue necesario que Cristo derramara Su sangre para nuestra salvación, dado que, según ellos, no es la muerte de Cristo que nos salva, sino Su vida, como si pudiéramos tener Su vida sin Su muerte. En contraste a esto, Pedro dijo que fuimos redimidos “con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación,” y nos advirtió que falsos maestros vendrían en medio de nosotros, “negando incluso al Señor que los compró (ἀγοράζω) (1Pedro 1:18-19; 2Pedro 2:1). El autor de Hebreos, después de explicar con mucho detalle como la sangre de Cristo hizo expiación por nuestros pecados, advirtió de las consecuencias de considerar como la de un hombre común la sangre de su pacto (Heb 10:29 Peshitta). En conclusión, hemos visto que no puede haber reconciliación (atonement) sin la Expiación Sustitutiva Penal de Cristo, derramando Su sangre para el perdón de nuestros pecados. De hecho, todas las demás teorías de la expiación deben ser entendidos como resultados del sacrificio de expiación de Cristo, y no la expiación misma. Cristus Victor, Recapitulación, o Ejemplo Moral ni hubieran sido posibles si Él no hubiera hecho propiciación por nuestros pecados ante Dios primero, derramando Su sangre en la cruz. En los próximos dos blogs vamos a examinar a Isaías 53, que es aplicado a Cristo por Jesús Mismo, y también por otros autores del Nuevo Testamento. Como veremos, Isaías 53 claramente habla de la Expiación Sustitutiva Penal de Cristo. [1] En el siguiente artículo demuestro que la creencia en La Expiación Sustitutiva Penal de Cristo fue afirmada universalmente entre los Padres de la Iglesia: https://www.triumphofmercy.com/blog-espantildeol/los-padres-primitivos-y-la-expiacion-sustitutiva-penal [2] The Tyndale version of 2 Corinthians 5:18-19 reads: “Neverthelesse all thinges are of god which hath reconciled (καταλλάσσω) vs vnto him sylfe by Iesus Christ and hath geven vnto vs the office to preach the atonement (καταλλαγή).19 For god was in Christ and made agrement bitwene (καταλλάσσω) the worlde and hym sylfe and imputed not their synnes vnto them: and hath committed to vs the preachynge of the atonement (καταλλαγή).” [3] MacDonald, George . Unspoken Sermons Series I, II, and III (p. 147).
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