por George Sidney Hurd
Lo siguiente fue tomado del libro La Solución Universal que presenta la Reconciliación Universal como la solución al debate entre los Calvinistas y los Arminianos. Depravación total es un término utilizado para referirse al estado espiritualmente caído en que nace todo descendiente de Adán. Debido al pecado original de Adán, todos nacemos espiritualmente muertos a Dios e incapaces de contribuir de manera alguna a nuestra propia salvación. Aun la fe que necesitamos para apropiar el don de la salvación tiene que ser recibida como un regalo de Dios a través de la regeneración debido a la ceguera espiritual del hombre. Depravación: Tres Puntos de Vista Calvinismo - Depravación Total La doctrina de depravación total inicialmente fue presentada por Agustín de Hipo (354 – 430 d.C.). También fue la creencia de Martín Lutero, Juan Calvino y otros reformadores prominentes y sigue siendo la creencia de la tradición reformada, Calvinista hasta el día de hoy. El término “depravación total” fácilmente puede ser malentendido. No quieren decir con “depravación total” que el hombre es malo en el sentido absoluto. Es obvio que algunos hombres viven vidas más rectas moralmente que otros. Uno puede llegar a ser más corrupto moralmente si sigue sus instintos carnales, o menos corrupto en un ambiente ideal. La depravación total significa que el hombre, desde Adán, es espiritualmente muerto en relación con Dios, su Creador. El hombre fue creado para comunión con Dios, pero cuando murió espiritualmente, dejó de ser centrado en Dios y se enfocó en sí mismo, así llegando a ser egocéntrico. En esta condición caída, aun sus acciones, que aparentan ser buenas y religiosas, son actos independientes de Dios y para intereses propios, en vez de nacer de una relación de amor y dependencia en comunión con Dios. La palabra griega para el pecado es hamartía que significa “no dar en el blanco.” Una dependencia total de Dios es el blanco. Nada de lo que hacemos sin Dios - sea lo que origina de las “buenas” ramas o las ramas “malas” del árbol de la ciencia del bien y del mal, da en el blanco, y por esa razón es pecado. Uno puede guardar la ley religiosamente y sin embargo sigue siendo depravado porque sus obras son hechas en la carne y no en Dios. Basados en 1Juan 3:4 muchos piensan que el pecado es definido como transgresión de la ley. Pero la frase “transgresión de la ley” es una sola palabra griega – anomía, compuesta de “a-” que significa “no” y “nomos” que significa “ley.” La idea expresada es “negar a someterse,” o vivir según lo que uno quiere en vez de vivir como Dios quiere. Algunos logran vivir una vida relativamente recta independientemente de su Creador. Uno puede guardar la ley con gran celo y no estar sometido a Dios, como lo vemos ilustrado en los fariseos. El pecado es simplemente haciendo lo que bien nos parece, participando del árbol de la ciencia del bien y el mal, en el poder de nuestra carne caída, en vez de caminar en dependencia de Dios. Pelagianismo – Negación de Depravación Pelagio, un contemporáneo de San Agustín, opuso la doctrina agustiniana de la predestinación y negaba que el hombre heredó el pecado original de Adán. Según Pelagio, el hombre no nace depravado sino neutro y libre del pecado, y con un libre albedrío no debilitado por el pecado. Según él, Dios no nos dio la ley para revelar nuestro pecado y necesidad de la gracia, sino que nos dio la ley anticipando que el hombre la cumpliera. Enseñaba que era posible vivir sin pecado. Arminianismo – Depravación Parcial Los Arminianos, en su mayor parte, no creen en la auto-salvación como fue enseñado por Pelagio. La mayoría de ellos cree, como los Calvinistas, que somos completamente incapaces de salvarnos a nosotros mismos y que nuestra salvación fue obtenida para nosotros por Jesucristo en Su muerte y resurrección. La única participación requerida de parte del hombre, según ellos, es la apropiación de nuestra salvación por una decisión de fe y continuando en esa fe hasta el final. Pablo deja en claro que la fe que salva no es una obra como para poder jactarnos: “¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe” (Rom 3:27-29). Así que, no sería correcto acusar a los Arminianos de ser Pelagianistas simplemente porque insisten que nuestra decisión de fe procura nuestra salvación. Las tres diferentes perspectivas acerca de la condición del hombre delante de Dios pueden ser ilustradas por un hombre en un río. El hombre, según Pelagio, no tiene necesidad de ser rescatado porque no solo puede nadar sino que puede ir contra la corriente. Este hombre imaginario ni necesita un Salvador, y por ende no puede ser considerado “salvo.” Jesús no vino a llamar a los justos sino a los pecadores al arrepentimiento. La verdad es que toda la humanidad ha nacido pecadora y necesitada de un Salvador. “No hay justo, ni aun uno” (Rom 3:10). El Segundo hombre, según los Arminianos, no sabe nadar y se está ahogando y siendo llevado río abajo por la corriente. Dios, en Su misericordia y gracia le lanza el salvavidas. Si el hombre que se está ahogando tiene la fe y el sano juicio suficiente como para tomar el salvavidas, Dios lo rescatará. De otra manera, Dios no hará mayor intervención para salvarlo por respecto a su propio libre albedrío y lo dejará ahogarse, siendo llevado río abajo a la destrucción segura. El tercer hombre, según la interpretación Calvinista, no solamente se está ahogando y en necesidad de ser rescatado, sino que ya se ahogó. Él está muerto al fondo del río, siendo llevado río abajo hacia un infierno eterno que Dios preparó para recibir a todos a excepción de algunos elegidos que había predeterminado rescatar. Todos los elegidos - escogidos para ser salvos, son sacados del río y resucitados. Sin embargo, la gran mayoría (los no-elegidos), según ellos, o eran predestinados por Dios desde la eternidad a la destrucción eterna aun antes de entrar en el río, o según otros Calvinistas moderados simplemente son dejados a su destino inevitable, sin la intervención que Él solo extiende a los elegidos. Debe ser obvio para todos que el Pelagianismo es una negación total de nuestra necesidad de un Salvador que nos redimió con Su preciosa sangre en la cruz, y por eso es una negación de la fe. Aunque los Calvinistas a menudo acusan a los Arminianos de Pelagianismo o Semipelagianismo, debe ser reconocido que la mayoría de los Arminianos creen en la salvación por la gracia aparte de las obras. La verdadera fe, la que salva, no es una obra, según Pablo, y no invalida la salvación solo por la gracia (Rom 3:27). De mi parte creo, igual que los Calvinistas, que las Escrituras indican que aun nuestra fe que nos salva es un regalo de Dios, como espero demostrar. Sin embargo, el poder de Dios para salvar las almas no ha sido limitado por esta distinción menor. Jonathan Edwards, un Calvinista reformado, fue poderosamente usado por Dios, al igual que George Whitefield, quien era Arminiano aunque después abrazó el Calvinismo bajo la influencia de Jonathan Edwards. Pero no debemos olvidar a los grandes predicadores como John Wesley, Charles Finney and William Seymour, para nombrar solo unos pocos, quienes fueron usados poderosamente siendo Arminianos. Dios no aparenta ser limitado en Su poder para salvar, dependiendo en si creemos que la fe que salva es un regalo de Él o una decisión voluntaria e independiente del hombre. Su propósito en crearnos es principalmente relacional y por eso su decreto eterno tiene que incluir nuestra participación voluntaria. Creo que Dios imparte su fe en nosotros pero de tal manera que incluye la recepción voluntaria del hombre. En lugar de ser el uno o el otro, veo que la fe es un regalo de Dios que el hombre, al recibirla, voluntaria e infaliblemente usa para recibir a Cristo. La fe es un regalo recibido y a la vez personalmente activado por la persona que la recibe – así como el mandato de Jesús al paralítico, “levántate, toma tu lecho, y anda” requería la participación del paralítico, aunque la obra de sanidad había sido hecha por Jesús. ¡Gracias a Dios que no tenemos que ser teólogos para ser salvos! Si fuera así, la mayoría de nosotros moriríamos todavía estando en el proceso de separar nuestros “pelitos teológicos.” Depravación: El Testimonio de las Escrituras Creo, y espero demostrar, que el testimonio de las Escrituras confirma que el hombre es totalmente destituido de cualquier habilidad de contribuir a su propia salvación. Será demostrado que aun nuestra fe para salvación tiene que ser impartida a nosotros por Dios para poder creer en el evangelio. La verdadera fe es un regalo de Dios. Nuestra única participación es el ejercicio espontáneo y voluntario de esa fe, recibiendo el glorioso e irresistible evangelio por fe. Espiritualmente Muertos de Nacimiento “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, 2 en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, 3 entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.” (Ef 2:1-3) Las Escrituras declaran que estábamos muertos antes de haber recibido la nueva vida de Dios a través del nuevo nacimiento. ¿En qué sentido estábamos muertos y cuándo sucedió esta muerte? Obviamente no refiere a la muerte física. Tampoco podemos decir que el hombre es muerto en un sentido moral antes del nuevo nacimiento. No todos los hijos de Adán son incapaces de vivir un estilo de vida relativamente moral. De hecho, Dios considera toda persona responsable por lo que hace, y vendrá el día cuando cada hombre tendrá que rendir cuentas por lo que ha hecho en esta vida (Rom 2:12-16). Lo que Pablo está diciendo es que todos entramos en este mundo muertos a Dios. Aparte de Jesucristo, quien era Dios mismo encarnado, los únicos que inicialmente eran vivos en relación a Dios fueron Adán y Eva. Dios les mandó a abstenerse del árbol de la vida con la advertencia de que si fueran a comer del árbol morirían en ese mismo día. Dios literalmente les dijo: “el día que de él comieres, ciertamente muriendo, morirás” (Gen 2:17). Implícito en la frase “muriendo, morirás” es que ocurrió una muerte el mismo día en que Adán y Eva comieron del árbol. Aun los que toman de las “buenas” ramas del árbol de la ciencia del bien y el mal son muertos en relación a Dios. Sus justicias son hechas en la carne, independientemente de Dios y por eso son inaceptables para Dios (Isa 64:6). Vale mencionar que Pablo; de todos los hombres el más religioso en cuanto a la moralidad; el fariseo de los fariseos, se incluyó a sí mismo entre los culpables: “todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Ef 2:3). Los “malos justos” toman del árbol prohibido igual como los “malos injustos” y sin darse cuenta, están tanto en rebelión contra Dios como los demás. La palabra “muerte” en las Escrituras expresa, no cesación de existencia, sino separación. En su acto de independencia, Adán y Eva se separaron de Dios y de esa manera murieron espiritualmente. Aunque siguieron viviendo por muchos años antes de finalmente morir físicamente, de ese día en adelante eran entidades independientes y separados de Dios. Esta condición de muerte espiritual pasó a todos los descendientes de Adán: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” (Rom 5:12) La frase “todos pecaron” es en el tiempo pasado aoristo en el griego, que indica un acto singular en el pasado. Tiene referencia al pecado original de Adán como resultando en que todos los descendientes de él nacen muertos. El ADN de Adán fue alterado, por decirlo así, de tal manera que todos nacemos muertos a Dios y también destinados a morir físicamente – no simplemente por nuestros pecados, sino debido a la maldición de la muerte que fue trasmitida a través de nuestro primer padre, Adán. Esto es lo que llamamos el Pecado Original. Todos pecamos en Adán. Por el pecado de un hombre (Adán), la muerte ha reinado sobre todos sus descendientes (Rom 5:17). Así que todos nosotros, como descendientes de Adán, nacimos muertos en relación con Dios – separados de Su vida desde el nacimiento (Sal 51:5). Uno no anticipa una reacción de una persona que está muerta. Un médico puede pedir que una persona enferma confíe en su capacidad de salvarla, y hasta puede cooperar en su propia recuperación, pero una vez que muere no hay forma de que el médico pueda lograr que el paciente coopere con él. Solo el milagro de la resurrección puede levantar a uno que ya esté muerto físicamente. Lo mismo sucede con uno que está muerto espiritualmente. Uno que está muerto a Dios no puede conocerlo o responder a Dios quien es espíritu. Antes de poder responder a Dios en forma alguna, primero tiene que experimentar el milagro del nuevo nacimiento – habiéndose nacido de arriba, del Espíritu. Tenemos que ser regenerados antes de poder responder a Dios y eso es precisamente lo que Pablo dice que Dios hizo por nosotros: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados.” En el tiempo de Dios, Él nos da vida a través del renacimiento de nuestro espíritu, dándonos la capacidad de entender y responder al evangelio. Sin embargo, el Universalista no limita a Dios, diciendo que solo los elegidos de esta época serán vivificados y salvos. Pablo dice que finalmente todos los que mueren en Adán serán vivificados en Cristo y que el tiempo vendrá cuando el último enemigo – la muerte, sea destruido para siempre: “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. 23 Pero cada uno en su debido orden…. 26 Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte.” (1Cor 15:22-23a, 26) El concepto tradicional de una “muerte eterna” es ajeno a las Escrituras que declaran la restauración y reconciliación final de todos cuando Dios reúne todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra (Hechos 3:21; Col 1:16,20; Jn 12:32; Ef 1:10, etc.). Esclavitud Espiritual “en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera (energéo) en los hijos de desobediencia.” (Ef 2:2) En Efesios 2, después de decir que éramos muertos en nuestros delitos y pecados, Pablo sigue explicando que estábamos bajo el poder e influencia de Satanás, el príncipe de la potestad del aire. La palabra griega traducida “opera” es energéo de la cual derivamos nuestras palabras “energizar” y “energía.” En esencia Pablo está diciendo que estábamos bajo el poder de Satanás. Esta realidad es expresada en otros pasajes también: “que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, 26 y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él.” (2 Tim 2:25-26) “Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno.” (1Jn 5:19) ¿En qué momento ganó Satanás el dominio sobre la voluntad colectiva de toda la humanidad? En el huerto del Edén, cuando Adán entregó la autoridad que Dios le había dado, al tentador. Desde ese entonces, toda la humanidad fuera de Cristo ha seguido bajo la esclavitud de Satanás y es cegada bajo su opresivo control. Cuando naciones como el Norte del Corea caen bajo una dictadura comunista, todo medio de comunicación es restringido y los cerebros de sus ciudadanos son lavados con propaganda, llevándolos a creer que ellos son los que son libres y prósperos, mientras el mundo de afuera es lo que es malo y ciego. De la misma manera el dios de esta época mantiene a sus súbditos ciegos al glorioso evangelio que les puede hacer libres: “Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; 4 en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.” (2Cor 4:3,4) ¿Por qué es que los del mundo no creen el evangelio? En gran parte es porque el dios de esta época los ha cegado para que no vean la luz. Entonces, la raza de Adán no solo es muerta o separada de la vida de Dios, sino también es cegado bajo el dominio opresivo de Satanás. Aparte del milagro del nuevo nacimiento uno no puede ni ver el reino de Dios – mucho menos creer para salvación: “Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.” (Jn 3:3) Espiritualmente Sordos Jesús decía repetidas veces: “El que tiene oídos para oír, oiga.” Dado que cada descendiente de Adán entra en el mundo muerto espiritualmente en relación con Dios, es obvio que tenemos que ser vivificados para poder oír a Dios. Aún los regenerados pueden llegar a ser tardos para oír (Heb 5:11), pero los que aún no han nacido de nuevo ni tienen capacidad de escuchar a Dios. No son simplemente indispuestos a oír – son incapaces de oír la voz de Dios: “¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra.” (Jn 8:43) Tomen nota que Jesús no simplemente dijo que estaban indispuestos a oírlo, sino que estaban incapaces de escuchar Sus palabras. El mundo civilizado ha descubierto cómo utilizar las ondas radiales y ahora podemos escuchar música y mensajes de una manera no-imaginada en generaciones anteriores. Sin embargo, aún existen algunas tribus remotas que no saben nada de las ondas radiales que están transmitiendo música alrededor de ellos. ¿Por qué? Porque solo es posible escuchar ondas radiales si uno tiene un radio de transistor. Muchos de ellos han sido asombrados mientras escuchan por primera vez, por medio de un radio, lo que estaba en su alrededor todo el tiempo. De una manera muy parecida, nacimos sin la habilidad de escuchar las buenas nuevas de Jesucristo. Podemos haber sido criados en la iglesia, con el evangelio proclamado desde el púlpito en cada servicio, pero sin realmente escucharlo hasta que Dios nos da oídos para oír. En el tiempo del Padre Él nos atrae, permitiéndonos a realmente escucharlo por primera vez. Todos los que le oyen son irresistiblemente atraídos a Jesús, como Jesús explica en Juan capítulo seis: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero. 45 Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí.” (Jn 6:44,45) Aquí Jesús dice que ninguno es capaz de venir a Él hasta que el Padre los atraiga. Al mismo tiempo dice que todos a los que le son dados oídos para realmente oír al Padre vendrán a Él infaliblemente. De la misma manera, en el tiempo del Padre, todos los que mueren en Adán serán vivificados en Cristo - no solamente los elegidos de esta época sino todos, finalmente serán atraídos irresistiblemente a Cristo (1Cor 15:22). Jesús dice que no podemos venir a Él a menos que el Padre nos atraiga. En esta época solo unos pocos elegidos serán atraídos por el Padre para formar la Iglesia de las primicias, la Esposa de Cristo. Sin embargo, en los tiempos de la restauración de todos, Cristo atraerá a todos a Si mismo y no solamente a los elegidos de esta época: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo.” (Jn 12:32) La palabra “trajere” en Juan 6:44 y “atraer” aquí en Juan 12:32 es la misma palabra jelco en el griego, que expresa una idea mucho más fuerte que una simple atracción. Strong’s lo define así: “arrastrar (literal o figurativamente).” Aparece ocho veces en el Nuevo Testamento y en cada ocasión expresa la idea de ser atraído por una fuerza mayor que la resistencia de lo que está siendo jalado o arrastrado: “Simón Pedro subió a bordo y arrastró hasta la orilla la red, la cual estaba llena de pescados de buen tamaño. Eran ciento cincuenta y tres, pero a pesar de ser tantos la red no se rompió.” (Juan 21:11 NVI) “…echaron mano a Pablo y a Silas y los arrastraron a la plaza, ante las autoridades.” (Hch 16:19 NVI) “…¿No son los ricos quienes los explotan a ustedes y los arrastran ante los tribunales?” (Stg 2:6 NVI) “Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la sacó, e hirió a un siervo del sumo sacerdote…” (Juan 18:10 RVG) El hombre, separado de Dios, es tan perdido que Dios tiene que atraerlo a Cristo para que sea salvo. Nuestro “libre albedrío” de nada nos sirve si no podemos ver ni comprender el glorioso evangelio y esa es la situación en la que Dios encuentra a todo individuo. Son incapaces de ir a Cristo hasta que Él, en su día de visitación, los atraiga a Si mismo, lo cual Él hará con todos en su debido tiempo (1Pedro 2:12; 1Tim 2:6). En Su tiempo Él quitará el velo de los ojos de todo el pueblo (Isa 25:7-8). Hasta entonces permanecen cegados e incapaces de encontrarlo. Totalmente Depravados por Naturaleza En el pasaje que hemos estado considerando en Efesios 2:1-3 Pablo, después de decir que estábamos muertos en el pecado y bajo el poder de Satanás, concluye diciendo que éramos “por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.” Adán era un espíritu vestido con un cuerpo antes de separarse de Dios. Cuando Adán pecó su espíritu murió a Dios y él llegó a ser “carne” por naturaleza en vez de un “espíritu” vestido en un cuerpo (Gen 6:3). La carne pecaminosa es incorregiblemente hostil hacia Dios y por eso no puede cambiar lo que es por naturaleza (“carne” independizada), solo por tomar de las ramas “buenas” del árbol prohibido. Uno no puede cambiar lo que es por naturaleza por esfuerzos propios en culto voluntario más que un etíope podría cambiar el color de su piel o un leopardo podría quitar sus manchas (Jer 13:23). Nuestra naturaleza es irreparablemente hostil hacia Dios: “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; 8 y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. 9 Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.” (Rom 8:7-9) No solamente es nuestra naturaleza caída como hijos de Adán hostil hacia Dios, haciendo que seamos por naturaleza hijos de ira: La mente natural, no regenerada de la carne también es incapaz de percibir, mucho menos recibir, las cosas del Espíritu: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.” (1Cor 2:14) “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: 17 el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.” (Jn 14:16,17) Una vez más vemos que el problema con el hombre caído no es simplemente que está indispuesto a creer, venir, rendirse, entender o conocer las cosas de Dios. Las Escrituras declaran repetidas veces que la humanidad es por naturaleza incapaz de creer, venir, rendirse, entender o comprender para ser salvos. La prédica de la cruz es locura para la mente natural porque él que no ha nacido de nuevo es incapaz de comprenderla (1Cor 1:18). Pablo, en Romanos, antes de introducir la gracia gratuita de Dios comenzando en 3:21, establece incontrovertiblemente que toda la humanidad - judíos incluidos, son totalmente depravada y necesitada de la gracia divina para poder responder a Dios o contribuir de manera alguna a su propia salvación: “¿Qué, pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado. 10 Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; 11 No hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. 12 Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. 13 Sepulcro abierto es su garganta; Con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; 14 Su boca está llena de maldición y de amargura. 15 Sus pies se apresuran para derramar sangre; 16 Quebranto y desventura hay en sus caminos; 17 Y no conocieron camino de paz. 18 No hay temor de Dios delante de sus ojos.” (Rom 3:9-18) Numerosos argumentos han sido presentados por los Arminianos en un intento limitar la universalidad de “todo” en este detallado y acusatorio argumento presentado aquí por Pablo, que establece la depravación total del hombre. Sin embargo, terminan minimizando la intención obvia del argumento presentado por Pablo: todos están sin esperanzas bajo el pecado, totalmente depravados y por eso completamente dependientes en el don de la justicia, proveído en Cristo Jesús para nuestra salvación. Pablo no es el único en presentar la humanidad como totalmente depravada y necesitada de la intervención de la gracia divina. Jesús declaraba lo mismo acerca de la condición de los hombres aparte de Dios: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn 6:63) “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero…. 64 Pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar. 65 Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre.” (Jn 6:44, 64,65) Una vez más vemos presentada, no simplemente la indisposición del hombre de buscar a Dios, sino la incapacidad: Ninguno podría venir si no fuere atraído por la gracia y misericordia de Dios La Depravación Total mostrada por la Ley Arminianos a menudo argumentan que Dios no pediría cosa alguna del hombre, ni hubiera dado a nosotros Sus leyes, si fuéramos incapaces de responder de una manera positiva. Sin embargo, el propósito de la ley de Moisés fue revelar nuestra incapacidad y depravación para encerrarnos en la gracia. Fue dada para mostrar nuestra inhabilidad – no nuestra habilidad. El propósito de la ley fue despertar las pasiones innatas en nuestra naturaleza adámica, logrando así que perdiéramos toda esperanza de alcanzar la santidad por nuestros propios esfuerzos independientes. En vez de frenar el mal, la ley produce en nosotros toda clase de deseo pecaminoso: “Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte. 6 Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra. 7 ¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. 8 Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto.” (Rom 7:5-8) Así que, podemos ver que el propósito de la ley, según las mismas Escrituras, va en contra del argumento de los Arminianos. La ley fue dada para mostrar nuestra inhabilidad y no nuestra habilidad. Fue dada para quitar toda confianza en la carne. En nuestra inhabilidad de alcanzar la santidad por nuestros esfuerzos independientes, tomando de las ramas “buenas” del árbol prohibido, por medio de la ley morimos. De esta manera, Dios nos prepara para recibir la revelación de Su gracia que hay en Cristo Jesús nuestro Salvador: “¿Luego la ley es contraria a las promesas de Dios? En ninguna manera; porque si la ley dada pudiera vivificar, la justicia fuera verdaderamente por la ley. 22 Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes. 23 Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada. 24 De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. 25 Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo.” (Gál 3:21-25) Entonces, la ley sirvió como nuestro tutor para revelar nuestra depravación y así llevarnos a Cristo. Ahora que estamos en una relación de fe y dependencia de Cristo ya no estamos bajo la ley. La ley no nos fue dada para vivir sino para morir. La Incapacidad de Creer en el Evangelio Hasta este punto hemos visto que el hombre es muerto en relación a Dios. En su condición caída bajo el poder de Satanás él es ciego y sordo en cuanto al reino de Dios. Hemos visto que el problema del hombre va más allá de la indisposición del hombre, incluyendo también su inhabilidad. El hombre que no ha sido regenerado es “carne” por naturaleza y por eso no puede percibir, venir, someter, conocer, creer ni recibir las cosas relacionadas con el reino de Dios. Jesús dijo: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn 3:3). A pesar de todo el testimonio de las Escrituras al contrario, los Arminianos insisten que la regeneración es el resultado de nuestra propia decisión de fe hecho por nuestro independiente libre albedrío. Jesús dijo que ni podemos ver el reino de Dios aparte del nuevo nacimiento o la regeneración. ¿Cómo es posible que nuestra carne caída responda a la verdad que completamente desconocemos? La fe viene por el oír y el oír la Palabra, pero la carne no puede oír, percibir o someterse de manera alguna a la verdad divina. Lo que nace de la carne es carne. Hasta que uno nazca de nuevo del Espíritu, el hombre es carne, punto. En él, eso es en su carne, no mora el bien (Rom 7:18). Jesús dijo: “‘El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. 64 Pero hay algunos de vosotros que no creen.’ Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar. 65 Y dijo: ‘Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre.’” (Jn 6:63-65) El hombre en su condición caída es llamado “carne” (Gen 6:3). La carne solo percibe “palabras carnales.” Las palabras de Jesús son “palabras espirituales” y por esa razón, los que son de la carne son incapaces de creer e ir a Jesús aparte del Padre quien da vida por Su Espíritu a quienes le ha placido escoger por Su gracia. Jesús sabía desde el principio a quienes el Padre había dado vida por Su Espíritu, capacitándoles a oír y responder en fe a Sus “palabras espirituales” que el hombre natural (carne) es incapaz de escuchar y mucho menos creer. Los Arminianos presentan los múltiples pasajes mandando a los hombres a arrepentirse y creer como evidencia que los no-regenerados tienen dentro de sí mismo la potencial de libremente responder con fe al llamado. Sin embargo, una vez más les hace falta reconocer que; al igual como con los mandamientos de la ley de Moisés, los mandamientos no son dados para revelar nuestra capacidad sino nuestra incapacidad. Aún nuestra fe es, por necesidad, un regalo de Dios, para la alabanza de la gloria de Su gracia: “Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna.” (Hch 13:48) La palabra “ordenado” en este pasaje es de la palabra griega tasso, que significa colocar en un orden. La idea expresada es que el Padre ha ordenado un tiempo señalado para la salvación de cada individuo. Uno no cree para vida eterna hasta que llegue el tiempo ordenado por el Padre para él. Por ejemplo, aunque Pablo sabía mucho acerca de Jesús y Sus enseñanzas durante Su ministerio, él no creía en Él porque no era su tiempo ordenado. También estaba presente cuando Esteban dio su defensa bajo el poder del Espíritu Santo, pero a él no le fue dado oídos para oír, y hasta participó en su apedreamiento. Sin duda él estaba familiarizado con el evangelio siendo proclamado por la Iglesia que él perseguía, pero no podía creer porque no le fue dado por el Padre venir a Cristo. No fue hasta que iba en el camino a Damasco que llego el tiempo ordenado por el Padre, dándole la fe para salvación. Algunos Arminianos argumentan que Pablo era la excepción a la regla, pero creo que todos los que han tenido un encuentro salvífico con Cristo podríamos decir que llegamos a creer de una manera similar, aunque los detalles probablemente eran menos dramáticos. La fe que salva es un regalo de Dios. No hay otra manera de explicar cómo sucede que todos los que son ordenados para vida eterna infaliblemente creen. Es la única manera de explicar cómo todos los que el Padre da al Hijo vendrán a Él. El Señor abre nuestros corazones para creer. Dejados a nuestra carne caída y depravada, nunca hubiéramos estado abiertos a recibirlo. Se dice de la piadosamente religiosa Lidia que “el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía” (Hch 16:14). Si el Señor no hubiera abierto su corazón ella habría seguido siendo una incrédula religiosa como muchos de nosotros éramos antes de llegar a creer en Cristo. La fe que salva es un regalo de Dios: “Porque a vosotros os es concedido…que creáis en él…” (Phil 1:29) Pablo, en el contexto de sufrir por Cristo, nos acuerda que nuestra fe nos fue dada como un regalo de la gracia. La palabra traducida “concedido” es charítzomai, que es derivada de la palabra griega que significa “gracia” (charis), indica que nos fue concedido creer en Cristo por Su gracia. Ni podemos jactarnos en nuestra fe porque a nosotros nos fue dado creer en Él por Dios mismo. Pablo dice que la jactancia es excluida con la fe salvífica (Rom 3:27). ¿Está diciendo Pablo que toda fe excluye la jactancia? No. Por años asistía a una iglesia que tenía un tiempo de “testimonios” en cada reunión. Muchos “testimonios” eran nada más que jactancia santificada. Algunos de los testimonios más repelentes eran los que se jactaban de sus logros de fe como si Dios solo se movía o hacía tal y tal maravilla debido a su gran fe. Sólo cuando reconocemos que creemos solo por la gracia, queda excluida la jactancia. Los Arminianos insisten que la fe es la única cosa requerida de nuestro yo independiente para recibir Sus beneficios, pero aún nuestra fe es por la gracia y solamente por la gracia. En Hechos 18:27 dice de Apolos que él “fue de gran provecho a los que por la gracia habían creído.” Los que hemos creído el evangelio tenemos que confesar humildemente que nunca hubiéramos creído si no fuera por la gracia de Dios permitiéndonos ver y creer para salvación. El apóstol Pablo exulta en “Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia” (2 Tes 2:16). ¿En qué se basa tu esperanza de la vida eterna? ¿En tu propia fe personal o te exultas reconociendo que, aparte de la gracia de Dios aún serías un incrédulo en tus pecados y sin esperanza? ¿Estás creyendo la mentira de Satanás que dice que Dios ha hecho Su parte, pero ahora depende de ti poner de tu parte si quieres tener alguna consolación o esperanza en la salvación de tu alma? Los Arminianos argumentan que la fe precede la regeneración, mientras los Calvinistas insisten que la fe, por necesidad, sigue a la regeneración, dado que la carne caída es totalmente depravada e incapaz de responder al evangelio. Jesús dijo que ni podemos ver el reino de Dios aparte del nuevo nacimiento. ¿Entonces, cómo podríamos creer el evangelio aparte de la regeneración? ¿Cómo podemos creer en el evangelio aparte del nuevo nacimiento que abre nuestros ojos para verlo en su gloria por primera vez? Ellos señalan que la invitación es a menudo extendida a pecadores, invitándoles a creer sin hacer referencia a la necesidad de una regeneración anterior para poder creer. Sin embargo, no es de ser anticipado que cada invitación sea acompañada con un discurso teológico explicando que si uno no cree es porque no le fue dado creer en ese momento. Considerando todo lo que ya hemos visto acerca de la depravación total del hombre, no estoy de acuerdo con los Arminianos cuando dicen que nosotros creemos independientemente como un acto personal de nuestro libre albedrío, y después Dios nos regenera a consecuencia de nuestra decisión de fe. Nosotros solo ejercemos la fe que nos es dada cuando el Señor abre nuestro corazón por primera vez, así capacitándonos a percibir y recibir el evangelio. La percepción, que es necesaria para creer y recibir a Cristo, requiere la regeneración (Jn 3:3) Muchos han confundido el orden como es presentado en Juan 1:12,13: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; 13 los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.” (Jn 1:12-13) Debido a que “recibir” y “creer” son mencionados antes que la regeneración en la oración, unos piensan que la fe precede cronológicamente a la regeneración. Sin embargo, al examinar el pasaje más de cerca, vemos que la regeneración sucede por voluntad de Dios – no por nuestra voluntad al recibir y creer. Dios regenera como un acto de Su soberana voluntad – no por una decisión de nuestra propia voluntad. El hecho que nuestra regeneración venga por voluntad de Dios es enfatizado también por Santiago: “El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas.” (Stg 1:18) Si fuera nuestro acto de fe lo que produjera la regeneración, entonces sería una regeneración por voluntad de carne. Nosotros somos regenerados por voluntad de Dios. Los que eran escogidos en Cristo desde la fundación del mundo, en el tiempo ordenado por el Padre, creerán con la fe dada por Él. Creyeron en Cristo y lo recibieron en sus corazones porque Dios primero abrió Sus corazones para recibir a Cristo. Vemos la misma secuencia en 1Juan 5:1 donde Juan dice: “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios.” Aunque la Reina Valera lo oculta, este versículo indica claramente que la regeneración precede la fe. “es nacido” no es en el tiempo presente como los traductores lo tradujeron. Es en el tiempo perfecto, voz pasiva, que indica una acción que tomó lugar en el pasado con resultados que continúan hasta el presente. El verbo traducido “cree” es en el presente activo. Así que la traducción correcta sería: “Todo aquel que está creyendo que Jesús el Cristo ha nacido de Dios.” En otras palabras, si uno está creyendo que Jesús es el Cristo, es porque él ya había nacido de Dios antes de poner su fe en Él. Sin embargo, no veo una separación discernible en tiempo entre regeneración y nuestra respuesta espontánea de fe. Discutir sobre cuál es primero – nuestra fe o regeneración es comparable a preguntar cuál fue primero – la gallina o el huevo. La respuesta obvia es ninguno de los dos. La gallina fue creada junto con sus huevos en una solo acción creativa, así de igual manera como las plantas fueron creadas con sus semillas. Lo mismo se puede decir de la nueva creación. Fuimos creados de nuevo, con la fe siendo tanto una parte del milagro creativo, como la regeneración misma. La fe es tan integral y espontánea en el proceso del nuevo nacimiento como el primer respiro de un bebé al salir del vientre de su mamá. En Adán todos mueren – todos nacimos separados de Dios y muertos en el pecado. Sin embargo, las buenas nuevas, que fueron proclamadas en la Iglesia primitiva pero olvidadas entrando en la Época Oscura y aún continúan siendo pasadas por alto por los Calvinistas y Arminianos es que, en el tiempo de Dios, todos los que mueren en Adán serán vivificados o regenerados en Cristo a través del don de la fe en el tiempo ordenado por el Padre desde la fundación del mundo. “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. 23 Pero cada uno en su debido orden… 28 Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos.” [i] (1Cor 15:22,23a, 28) En conclusión, hemos visto que el testimonio dado a través de las Escrituras es que el hombre, en su estado caído es totalmente depravado, muerto a Dios, bajo el dominio del dios de este mundo, espiritualmente ciego y sordo y por naturaleza un hijo de ira. Su naturaleza, que es carne, está en enemistad contra Dios. Además, hemos visto que el propósito de Dios en dar la ley fue para encerrar a todos bajo desobediencia para después tener misericordia de todos (Rom 11:32). En esta época el Padre está atrayendo unos pocos elegidos para ser la Esposa de Cristo. Sin embargo, antes que Cristo entregue todas las cosas al Padre y Dios sea todo en todos, Cristo ya habrá atraído a todos a Él mismo. “Porque de (ek) él, y por (día) él, y para (eís) él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.” (Rom 11:36) Depravación: La Solución Universal Es obvio que uno puede ser un Universalista y un Pelagianista al mismo tiempo. Muchos Universalistas liberales minimizan o niegan que el hombre es perdido y necesitado de la salvación que viene por la obra redentora de Cristo en la cruz. Sin embargo, las Escrituras son muy claras en enfatizar que todos están bajo el pecado y que es necesario arrepentirse y creer en el evangelio, habiendo nacido de nuevo por el Espíritu, solo para poder ver el reino de Dios – sin mencionar entrar en él. Como Pelagianismo es auto-salvación, un Pelagianista no puede ser considerado salvo porque la salvación bíblica requiere un Salvador fuera de uno mismo. Un Universalista Pelagianista sería como los fariseos en el sentido que confían en su propia justicia. Jesús les dijo a los fariseos: “De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios” (Mateo 21:31). No es que jamás entrarán, pero tendrán que entrar de la misma manera que los publicanos y las rameras – a través del arrepentimiento y la fe en Jesucristo. Los que son prontos para reconocer su condición necesitada y depravada serán los primeros en arrepentirse y creer, siendo nacidos de nuevo en el reino de Dios. Ninguno entrará al reino como Pelagianista. Primero es necesario entrar por la puerta estrecha – por la gracia por medio de la fe, habiendo nacido de nuevo por el Espíritu. Sin embargo, los Universalistas bíblicos están de acuerdo con los Calvinistas en decir que no solo nacemos pecadores en Adán sino también nacemos muertos en nuestros pecados y por eso somos totalmente dependientes de Dios para poder ser vivificados por la gracia en Jesucristo. La única diferencia es que el Universalista cree con Pablo que, “como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1Cor 15:22). El Universalista puede decir sin rodeos, para la alabanza de la gloria de la gracia de Dios, que el mismo todos que mueren en Adán, en su debido tiempo, serán vivificados en Cristo. Todos los que tenemos nuestro origen en Cristo por creación seremos finalmente restaurados a Cristo antes que Él entregue el reino al Padre y Dios llega a ser todo en todos. Como declara Pablo: “Porque de (ek) él, y por (día) él, y para (eís) él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.” (Rom 11:36) Toda la creación vino de (ek) Dios, existe por (día) Él y finalmente será reconciliado a (eís) Él. El Universalista bíblico no ve a los elegidos de esta época como escogidos a la exclusión de los demás sino para el beneficio de los demás. Fuimos escogidos para ser un sacerdocio real, una luz para las naciones, la Iglesia de las primicias de la nueva creación: “El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas.” (Stg 1:18) Nosotros, los elegidos de ésta época, solamente somos los primeros en esperar en Cristo (Ef 1:12). Solamente somos las primicias. Las primicias de una cosecha son los primeros, pero solo una pequeña parte de la cosecha entera. Jesús dijo: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Jn 6:44). Pero Jesús prometió que terminaría atrayendo a todos a Si mismo (Jn 12:32). Toda la creación de Dios será finalmente restaurada a la libertad gloriosa de los hijos manifiestos de Dios – las primicias de la nueva creación, en el tiempo de su manifestación cuando Él hace nuevas todas las cosas (Rom 8:18-23; Apo 21:4-5). En las épocas venideras, la Iglesia de Jesucristo – nosotros que primeramente creímos, seremos manifestados al resto de la creación, para la alabanza de la gloria de Su gracia, culminando en la restauración de todos (Ef 1:10-12; 2:7; Hch 3:21; Rom 8:18-23). Los Arminianos tienen dificultad en explicar por qué nuestro Padre de amor, viendo que el hombre es perdido y ahogándose en un río al que no escogió entrar en primer lugar, después de lanzarle el salvavidas, simplemente deja a los que por un motivo u otro no aprovechan del salvavidas a ahogarse sin mayor intervención. Es aún más irreconciliable con el amor de Dios considerando que la gran mayoría de la humanidad ni vio el salvavidas – nunca oyeron las buenas nuevas de la salvación, o estaban demasiado ciegos o desorientados para aprovecharse del salvavidas. Todos sabemos que ningún padre amoroso dejaría a su propio hijo ahogarse simplemente porque el niño resiste sus esfuerzos para rescatarlo. Puede que espere hasta que el niño deje de luchar antes de salvarlo, pero dejarlo ahogarse simplemente porque él, en su confusión, resiste los esfuerzos de su padre para rescatarlo sería impensable. ¿Somos acaso nosotros como padres, hechos en la imagen y semejanza de Dios, más compasivos que nuestro Padre celestial? Tradicionalistas responden que no debemos cuestionar los caminos de Dios. Sin embargo, no es asunto de cuestionar a Dios. Lo que somos mandados hacer es cuestionar las interpretaciones de los hombres acerca de los caminos de Dios cuando van en contra de la naturaleza de Dios como es revelado en las Escrituras o cuando van en contra de toda la razón. ¿No reprochó Jesús a la multitud diciendo: “¿Y por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?” (Lucas 12:57). ¿No dijo Jesús que debemos ser como nuestro Padre que ama a todos – incluso Sus enemigos? (Mat 5:44,45). ¿Cómo podemos ser como Él, amando a nuestros enemigos y haciéndoles bien, creyendo al mismo tiempo que Dios en realidad estará torturándolos en un infierno eterno, según le ha placido, para la alabanza de la gloria de Su infinita justicia? [ii] Los Calvinistas tienen un dilema aún mayor que lo de los Arminianos porque, según la ilustración del río, el Dios de los Arminianos al menos lanza el salvavidas a todos los que se están ahogando. Aunque la mayoría se ahogan de todas formas por no aprovecharse de la oportunidad, o por ignorancia o falta de voluntad, al menos los Arminianos pueden acercarse más a decir que Dios no hace acepción de personas. Los Calvinistas, en cambio, dicen que Dios desde la eternidad solo predestinó a unos pocos elegidos para la salvación. [iii] El resto de la humanidad fue predestinado para la ira eterna (si no deliberadamente, al menos por abandono divino). Insisten que Su elección no es basada en ningún mérito o desmérito de parte del individuo sino solamente basada en Su beneplácito para recibir gloria para Sí mismo. En el caso de los elegidos es para la alabanza de la gloria de Su gracia. Pero para la gran mayoría, que no fueron elegidos para salvación, a Él le ha placido consignar, desde la eternidad, a un eterno infierno de fuego para la alabanza de Su gloriosa justicia. Este tema será considerado con detalle más adelante, pero por el momento debe ser obvio que los Calvinistas presentan a Dios de una manera que se asemeja más a las deidades paganas que se glorían en la miseria de sus súbditos para demostrar qué tan poderosos son, que el Dios de las Escrituras que declara que Él no solamente ama a todos, sino que Él mismo es amor y lo ha demostrado reconciliando a toda Su creación a Si mismo por la sangre de la cruz de Jesucristo (2Cor 5:19; Ro 5:8; Col 1:16,20). Los tradicionalistas, tanto Calvinistas como también muchos Arminianos, generalmente reconocen con el Universalista bíblico que Dios es soberano, habiendo conocido y determinado todas las cosas desde la eternidad y está obrando todas las cosas según Su propia voluntad. Mientras que los Calvinistas enfatizan Su voluntad predeterminada basada en un amor particular que solo tiene para los elegidos, los Arminianos dicen que Dios ama a todos por igual pero escoge a los individuos basado solamente en Su presciencia de una decisión de fe que previó que ellos tomarían. Ambos reconocen que la caída y la redención fueron conocidas por Dios desde la eternidad e incluidas en el plan de Dios para las épocas, al igual que los Universalistas. Sin embargo, según ellos, la salvación a fin de cuentas solo beneficia a unos pocos. El resto, según ellos, son destinados por Dios mismo a un infierno eterno de fuego que no tiene un propósito redentivo. Su plan eterno para la gran mayoría, según ellos, es sujetarlo a un eterno tormento sin fin por un Dios de “amor,” cuya ira contra ellos jamás será aplacada por toda la eternidad. Esta ira sin fin es contra sus pecados que, aún según ellos, se debe a su desdicha de haber nacido esclavos por naturaleza al pecado y bajo el poder de Satanás debido a la desobediencia de Adán. Lorraine Boettner, un Calvinista prominente, explica la situación desafortunada del pecador: “Los seres humanos nacen con una naturaleza corrupta pero sin embargo son completamente responsables por los pecados que no pueden evitar debido a esta condición.” [iv] Este modelo tradicional de tormentos eternos para víctimas indefensos es quizás más compatible con los semidioses paganos de la mitología griega que se portaban como hombres malvados y caprichosos, pero esta doctrina bárbara es de ninguna forma digna del omnisciente, sabio Dios de amor revelado en las Escrituras. Los Arminianos intentan resolver esta contradicción de la naturaleza divina diciendo que Dios voluntariamente limita Su soberanía a las decisiones del “libre albedrío” de Sus hijos caídos. Él ama a todos por igual y en Su amor quitó los pecados de todo el mundo en la cruz. Ahora Él puede ser justo y al mismo tiempo justificar al impío. Sin embargo, según ellos, los que por una razón u otra no toman una decisión para Cristo con su libre albedrío dentro del corto lapso del tiempo entre la “edad de responsabilidad” y la muerte, perderán para siempre su libre albedrío para escoger a Cristo – aún si no le recibieron por la simple razón de que nunca escucharon el evangelio. Y el Dios “soberano” que los ama de tal manera que envió a Su propio Hijo para reconciliarlos a Si mismo, habiendo quitado todos sus pecados, después se encuentra obligado por Su propia santidad a atormentarlos sin misericordia para siempre, aunque los ama y dio Su Hijo en propiciación por sus pecados para poder así mantener Su santidad, y al mismo tiempo ser propicio a ellos a pesar de sus pecados. Los Arminianos no solamente limitan, sin intención, la soberanía de Dios para proteger el libre albedrío del hombre para escoger o rechazarlo, sino también limitan Su soberanía para salvarlos después de morir. La voluntad soberana de Dios que es para la salvación de uno es limitada, según ellos, al corto tiempo que vive uno, porque Dios determinó limitarse al limitado “libre albedrío” de los pecadores caídos, confundidos y perdidos. Sin embargo, después de la muerte cuando finalmente pueden ver claramente lo que Cristo logró por ellos en la cruz, ellos pierden para siempre su libre albedrío para arrepentirse y creer en el evangelio. A la vez, Dios, que ama a todos sin excepción de personas y desea la salvación de todos es de alguna manera limitada en Su “soberano” libre albedrío, condenando eternamente los que ama a tormentos interminables. Su amor y misericordia que nunca se acaban ahora de repente terminan para siempre hacia los únicos aún necesitados de Su misericordia – las multitudes de perdidos. El Padre de todo amor que no rechaza para siempre (Lam 3:31-33), ahora de alguna forma viola Su propia naturaleza, sujetando a los objetos de Su amor a una ira eterna sin otro motivo más que una venganza que nunca se sacia por los pecados que Cristo ya quitó en la cruz. Los Calvinistas, en cambio, evitan este dilema moral y lógico negando que el amor es una parte de la naturaleza esencial de Dios. Para ellos el amor no es la esencia de Dios sino simplemente un atributo. Para ellos el atributo esencial de Dios es su santidad, como si fuera posible dividir la naturaleza de Dios. Sin embargo, el Dios de amor encontró la manera de ser santo y justo, y al mismo tiempo, justificar a los impíos a través de Su mayor demostración de amor en la cruz. En la cruz “la misericordia y la verdad se encontraron; La justicia y la paz se besaron” (Sal 85:10). En la cruz Dios demostró que Su naturaleza no es dividida. Él es amor y a la vez santo y justo en perdonar a pecadores indignos. Él muestra ira, pero en amor correctivo. Él rechaza, pero no para siempre porque Él es amor. Él es un fuego consumidor pero Su fuego solo consume la escoria y refina el oro porque Dios es amor. Los Calvinistas, con tal de justificar la doctrina tradicional de un infierno eterno para la mayoría, tienen que negar que el amor fue lo que motivó a Dios en la creación de todo. Para ellos, el propósito de Dios en la creación es magnificar Su gloria, punto. Dios, desde la eternidad, creó el infierno y predeterminó que la mayoría de la humanidad sufriría tortura eterna con el único propósito de magnificar Su infinita justicia. Dios recibe gloria creando un infierno eterno y predestinando a la gran mayoría de la humanidad a sufrir de Su propia mano para traer alabanza a Su nombre, magnificando la gloria de Su infinita justicia en la forma de una ira implacable. En contraste, el Universalista ve la gloria, tanto de la infinita justicia como el infinito amor de Dios demostrado en la cruz de Jesucristo, cuando Él tomó sobre Sí mismo los pecados de todo el mundo, en vez de presentarlo como uno que tortura eternamente en el infierno a todos menos unos pocos escogidos, solo para que Él recibiera admiración. Si Dios de hecho necesitaba recibir alabanza mostrando no solo Su amor sino también Su santidad por medio de una ira implacable con tormentos sin fin, anticiparíamos que Él al menos escogería la gran mayoría para salvación y solo destinar a unos pocos a tortura eterna, dado que podría manifestar adecuadamente a toda la creación que tan santo que es, solo torturando unos pocos, sin la necesidad de torturar la mayoría. Si fuera a torturar a la gran mayoría, solo mostrando misericordia a unos pocos, en realidad, mitigaría Su gloria en vez de magnificarla. Claramente en las Escrituras, la gloria de Dios se ve mejor demostrada en la cruz. Dios es, a fin de cuentas, glorificado en la alabanza de la gloria de Su gracia. Su infinita sabiduría es revelada en convertir Sus enemigos en sus devotos más leales. El Dios de infinito amor y misericordia jamás buscaría recibir gloria poniendo en marcha un plan de las épocas que terminaría en eterna ruina y miseria para la gran mayoría. La gloria del amor agape es en dar – no recibir. Aunque Dios en ocasiones es presentado como mostrando Su gloria cuando los enemigos de Su pueblo son derrotados, Su gloria no debe ser entendida tanto en el acto de retribución contra los enemigos de Su pueblo, como en Su acto de misericordia, liberando a Su pueblo de sus enemigos. A fin de cuentas, la gloria de Dios es magnificada en conquistar a sus enemigos con el poder de Su gran amor: “Decid a Dios: ¡Cuán asombrosas son tus obras! Por la grandeza de tu poder se someterán a ti tus enemigos. 4 Toda la tierra te adorará, y cantará a ti; Cantarán a tu nombre.” (Sal 66:3-4) El salmista declara que toda la tierra le adorará y cantará alabanzas a Él cuando, por la grandeza de Su poder, aún Sus peores enemigos se someterán a Él. Su gloria es magnificada en la grandeza de Su amor, no de Su ira. Yo personalmente no puedo evitar sentir indignación al contemplar cuánto el carácter de nuestro Padre de amor ha sido envilecido por la doctrina tradicional de tormentos eternos. Aún John Piper, que ha hecho todo lo posible para presentar la doctrina tradicional de Depravación Total de una manera digna de Dios, cuando es combinado con la Expiación Limitada, refiere a ella como “una verdad terrible.” [v] Y esto a pesar de que él modifica el modelo tradicional para hacerlo menos repelente. No importa la manera que intenten presentar esta terrible doctrina tradicional, uno no puede evitar sentir una sensación de blasfemia solo contemplando las conclusiones lógicas y morales implícitas en esos dogmas, tanto las de los Arminianos como también de los Calvinistas. Los Tradicionalistas designan estas “verdades” como doctrinas demasiado “terribles” y misteriosas para ser contempladas por el hombre mortal. Ellos disuaden cualquier crítica sincera de sus dogmas llamándolas “misterios divinos.” Poner en duda la validez escritural de estos misterios oscuros es tomado como exaltando la razón a tal grado de ponerse como jueces de los caminos de Dios y se acerca a la blasfemia. Sin embargo, con todo debido respeto, no estamos cuestionando a Dios sino las interpretaciones de los hombres acerca de Dios a la luz de las Escrituras. Somos mandados en las Escrituras a poner a prueba todo, aferrándonos a lo bueno y absteniéndonos de toda forma del mal (1 Tes 5:21-22). No creo que alguien pueda llevar estas doctrinas tradicionales a sus inevitables conclusiones lógicas sin reconocer que son monstruosamente malévolas, no-bíblicas e indignas de ser atribuidas a nuestro Dios, y, por ese motivo debemos rechazarlas sin reserva. Yo reconozco que ha habido muchos hombres y mujeres de Dios que han creído y defendido estas doctrinas cuyo amor y dedicación a Dios son intachables. Sin embargo, creo que la mayoría de ellos no se ha atrevido a criticar estos “misterios tenebrosos y terribles” a la luz de la verdadera naturaleza de Dios como es revelada en las Escrituras. Tristemente, para muchos, es más importante la aprobación de los hombres que la aprobación de Dios, y por ese motivo no están dispuestos a pensar fuera de los confines del cajón tradicional. [i] Nuestra palabra “cosas” no tiene equivalente en el griego. Tampoco siempre significa la forma neutro objetos inanimados como en el español. Cuando los traductores agregan la palabra “cosas” en contextos que obviamente refieren principalmente a personas y no objetos inanimados yo tomo la libertad de tachar la palabra agregada para mantener el enfoque en las personas como debe ser. [ii] La Confesión de la Fe Westminister dice: Al resto de la humanidad le ha placido a Dios, según el inescrutable consejo de Su propia voluntad, por la cual extiende o abstiene misericordia, como le plazca a Él, para la gloria de Su poder Soberano sobre Sus criaturas, pasarles por alto; y a ordenarles deshonra e ira por sus pecados, para la alabanza de Su gloriosa justicia (énfasis mía).” The Westminster Confession of Faith, Chap. 3 — Articles 6 and 7. [iii] Ellos a menudo insisten que los elegidos no son unos pocos sino una gran multitud. Sin embargo, a través de la historia ni el 10% de toda la humanidad podrían realísticamente ser considerados como verdaderos cristianos. [iv] Lorraine Boettner, The Reformed Doctrine of Predestination, p. 63 [v] Piper, John (2013-11-10). Five Points (Kindle Locations 223-229). Christian Focus Publications. Kindle Edition.
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