por George Sidney Hurd Hoy en día hay mucha confusión acerca del perdón de los pecados. Algunos han ido al extremo de decir que nuestros pecados solamente son contra nosotros mismos, en vez de ser cometidos principalmente contra Dios, como presentado en las Escrituras (Gen 39:9; Sal 51:4; 1Jn 1:9). [1] También, a pesar de numerosos pasajes indicando que el arrepentimiento y fe son necesarios para recibir el perdón, como Hechos 10:43, que dice, “todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados,” es cada vez más común oír a alguien decir que no es necesario que uno crea para recibir el perdón de pecados, dado que todos ya han sido perdonados en la cruz hace dos mil años. Es verdad que Jesús, como el Cordero de Dios sin mancha, quitó los pecados del mundo (Jn 1:29; 1Jn 3:5). Su sangre derramada no solamente hizo propiciación a Dios por nuestros pecados, sino por los pecados de todo el mundo (kosmos) (Rom 3:25; 1Jn 2:2). Por Su sacrificio una vez para siempre Él realizó la purificación de nuestros pecados y se sentó a la diestra del Padre, habiendo obtenido eterna redención para nosotros (Heb 1:3; 9:12, 26-28). En la cruz Dios Padre estaba en Cristo, reconciliando al mundo (kosmos) en vez de estar tomando en cuenta los pecados cometidos contra Él (2Cor 5:19). Todos los creados por Cristo, sean los que están en el cielo o en la tierra, visible o invisible, fueron reconciliados a Dios por la sangre de Su cruz (Col 1:16,21). Las Escrituras claramente nos enseñan que el sacrificio sustitutivo de Cristo de una vez para siempre hizo expiación por los pecados del mundo entero y no solamente los elegidos o los que creen en esta época. Si uno fuera a llegar a una conclusión basada en estos versículos solamente, sin tomar en cuenta todo lo que las Escrituras enseñan sobre el perdón de los pecados, podría llegar a la conclusión de que todos desde la cruz entran al mundo ya automáticamente perdonados de todos sus pecados, sin necesidad de arrepentimiento y fe de su parte. Sin embargo, hay una distinción importante en las Escrituras entre Dios habiendo reconciliado al mundo a Sí Mismo, y todos llegando a ser reconciliados a Él (2Cor 5:19-20) – entre la provisión para el perdón, y nuestra recepción o apropiación del perdón (Hch 10:43). Lo que muchos no toman en cuenta es que el perdón obtenido para nosotros en la cruz no es simplemente un perdón relacional, como cuando perdonamos a aquellos que nos han ofendido personalmente. Más bien es un perdón o absolución judicial por transgresiones contra la justicia inmutable de Dios como el juez de los vivos y los muertos. Es por eso, que uno tiene que arrepentirse y creer en el Señor Jesucristo para recibir el perdón o indulto obtenido para nosotros en la cruz. La justificación y perdón ante Dios como nuestro Juez no es imputada a nosotros aparte de la fe en Cristo, nuestra Pascua que fue crucificado por nosotros como nuestro Cordero sustituto (1Cor 5:7; Rom 4:24-25). Este perdón es una absolución extendida a nosotros en Cristo por el Juez de toda la tierra. Es por eso que vemos a través del Nuevo Testamento que el arrepentimiento y fe tienen que preceder el perdón y la justificación. Después de que Cristo había resucitado, y momentos antes de ascender al Padre, Él comisionó a Sus discípulos diciéndoles, “que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lucas 24:47). Que los Apóstoles entendieron esto como indicando que el arrepentimiento y fe fueron una condición para recibir la remisión de pecados es evidente considerando las palabras de Pedro unos pocos días después cuando dijo: “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio.” (Hch 3:19) De la misma manera Pablo proclamaba el perdón de pecados y la justificación como condicionados en nuestra fe, diciendo: “Sabed, pues, esto, varones hermanos: que por medio de él se os anuncia perdón de pecados, 39 y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree.” (Hch 13:38-39) En Hechos 26 Pablo relata al rey Agripa su encuentro con el Señor en el camino a Damasco, dando más detalles sobre la comisión que le dio para los gentiles. Jesús le dijo: “y de los gentiles, a quienes ahora te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados.” (Hch 26:17-18) Aquí vemos que el mensaje que Pablo proclamaba a los gentiles era que se arrepientan, convirtiéndose de las tinieblas a la luz, recibiendo el perdón de pecados por la fe en Cristo. Aparte de este arrepentimiento y fe no recibimos perdón ni herencia con los que han sido santificados por fe en Él. Entonces vemos que, contrario a lo que afirman algunos de que todos ya fueron perdonados en la cruz, las Escrituras nos enseñan que el perdón es extendido y la justificación imputada a nosotros en el momento que ponemos fe en Cristo quién fue entregado a muerte por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación. (Rom 4:25). Como Dios lo ilustró ampliamente a través del sistema de sacrificios del Antiguo Testamento, sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados (Heb 9:22; Mt 26:28). El perdón y la justificación solamente son posibles por la fe en Su sangre que hizo propiciación por nuestros pecados delante de Dios (Rom 3:25-26). Es por eso que Jesús dijo después de Su resurrección, “el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:16). También dijo que, a menos que uno crea, morirá en sus pecados (Jn 8:24). Aunque es cierto que Cristo es la propiciación por los pecados del mundo entero, y que Cristo finalmente habrá atraído a todos a Sí Mismo, resultando en que todos estén reunidos en Él (Jn 12:32; Ef 1:10), creo que es una omisión grave decirles a los no arrepentidos que ya han sido perdonados sin necesidad del arrepentimiento y fe de su parte. En vez de decirles que ya han sido perdonados, debemos de decirles lo mismo que Pablo dijo a los hombres de Atenas, que Dios “ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó.” (Hch 17:30-31). [2] En lugar de decirles que ya son salvos, debemos de decir como él: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hch 16:30-31). [1] Demuestro como el pecado es primeramente contra Dios en mi blog: Borrando las Distinciones Bíblicas. [2] Examino la naturaleza del arrepentimiento bíblico y la necesidad de él en mi blog, El Verdadero Arrepentimiento
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